Una perrita hondureña sobrevive en la caravana
Son las 10:00 de la mañana. “Princesa” está tirada debajo de un árbol. Dormida y con la respiración agitada. Los dueños apenas respiran para no despertarla. La perrita es una bebé de tres meses que lleva dos semanas de viaje desde que se unió al éxodo centroamericano. En medio de la carretera, camino a Tapanatepec, en el estado de Oaxaca, luce tan frágil como los casi 4,000 migrantes que integran la caravana.
“Ella es parte de la familia y no la podíamos dejar”, ataja Miguel Angel Cáceres, un indocumentado oriundo de Tegucigalpa quien, junto con su esposa Kimber, tiene la ilusión de refugio en Estados Unidos.
Los Cáceres, de 25 y 22 años de edad, vivían en Honduras de las propinas. Hacían shows callejeros de payasos y en éstos Princesa se volvió un ingrediente clave. “A Kimber y a mi nos encantan los perros y desde que vivimos juntos habíamos tenido perros adoptados, que nos regalaban amigos, nunca un bebé para amaestrar desde pequeña”.
Princesa, que en el viaje suda la gota gorda entre el calor y la humedad de esta zona del sur mexicano se adaptó pronto a los espectáculos de la pareja. Apenas escucha música y se para en dos patas. Salta de un lado a otro. Pronto se ganó el amor catracho con sus aullidos de loba con los que intenta cantar al ritmo de una canción.
Pero en los últimos tiempos ni su gracia sostenía el día a día. “A los hondureños no nos alcanza ni para comer y ya no ganábamos ni para la comida de Princesa. Por eso nos fuimos”, dice Kimber.
Cuando escucharon de la Caravana Migrante, la familia empacó un kilo del alimento para perros sobre un carricoche de bebé, algo de ropa y pusieron pies en polvorosa. Alcanzaron al éxodo que salió de San Pedro Sula un día después. Princesa rompió, junto con 7,000 migrantes el cerco policiaco entre Guatemala y México con la lengua de fuera, jadeante, con los ojos desorbitados igual que aquel padre cuya imagen dio la vuelta al mundo cuando se aferró a un pequeño bebé entre la represión policiaca.
Igual que otros pequeños enfermó de fiebre y resfriado, pero en lugar de ser atendida por un paramédico de la cruz roja la atendieron veterinarios en diversas ciudades.
Al borde de la carretera, los Cáceres sufren más para transportar el alimento de Princesa que el de ellos mismos. Pero vale la pena, dicen. Cuando pasan las horas de caminata larga y la perrita reposa se pone contenta y aulla con lo que incita a sus dueños a vestirse de payasos y montar un show por el que no cobran.
“Princesa es un regalo de Dios para la nosotros, para la
Angel. caravana y preferiríamos ser deportados que dejala en el camino”, señala Miguel