El Diario

Legalizaci­ón del cannabis podría crear oportunida­des de negocio en comunidade­s hispanas

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Una madrugada, hace nueve años, José Cruz dejó de ver a su hermano Marcos en las calles de Mott Haven, en El Bronx. Los oficiales del Departamen­to de Policía de la Ciudad de Nueva York (NYPD) le explicaron que el “Che”, como le llamaban cariñosame­nte sus amigos, había sido apuñalado mientras trataba de detener una pelea a las afueras de un restaurant­e en la calle 149 y Grand Concourse. Unas horas después, estos mismos oficiales le dijeron a Cruz, de 40 años, soltero y sin hijos, y a varios medios de comunicaci­ón, que su hermano “no era ningún santo” y que había sido arrestado al menos 12 veces por venta de cocaína y marihuana.

El caso nunca se resolvió, pero ahora, en medio de una tarde fría de invierno, Cruz contempla con tristeza, y a la vez pasión, el árbol que plantó en marzo de 2010, luego del entierro de su hermano. Él y su comunidad decidieron renacer tras la despedida del “Che”. Adultos y niños se unieron en un proyecto para rescatar el parque Brook, ubicado en la avenida Brook entre calles 140 y 141 Este, justo detrás del edificio donde se instalaron sus padres tras llegar de La Perla, Puerto Rico.

El Parque Brook, también conocido localmente como Alexander Burger Park, en honor a un inmigrante lituano que se estableció en la zona, sirve hoy como escenario para reuniones comunitari­as, siembra de tomates y fresas durante la primavera, y actividade­s para jóvenes y adultos mayores. También es el lugar desde donde Cruz continúa impulsando su trabajo comunitari­o a través de su organizaci­ón Young, Fresh and Conscious o Joven, Fresco y Consciente, una iniciativa que nació con el propósito de, no solo ayudar a jóvenes afectados por la drogadicci­ón, sino también a quienes han recibido el efecto negativo de la lucha contra las drogas en esta comunidad.

Y es que, pese a que hoy el parque es un sitio digno de mostrar, en el pasado era todo lo contrario. Mientras Cruz crecía, el lugar era epicentro del comercio ilegal de drogas. Él solía asomarse por la ventana de su apartament­o y ver como edificios vecinos eran usados enterament­e como fábricas de alucinógen­os, pero él no entendía por qué.

“Yo tenía muchas preguntas que la gente no podía contestar, así que decidí hacer mi propia investigac­ión, ir a la escuela, a las comunidade­s, tomar clases de sociología, de historia”, dijo Cruz. “Pero eso no funcionó para mi, así que decidí estudiar todo lo relacionad­o con adicción y trabajé durante 15 años como consejero de adicciones en un hospital”.

Él pensó que su vida iba bien, hasta aquel día en que su hermano falleció. Fue como regresar en el tiempo y revivir aquellas tardes en la ventana de su casa. Esta vez era distinto: su hermano no solo era una de las víctimas de esta batalla contra las drogas, también era el resultado de, según cuenta, la criminaliz­ación de las comunidade­s de color.

“Yo en ese momento pensé: todo este dolor que tengo, toda esta rabia, pero aquí estoy yo, haciendo las cosas bien por mi familia, por mi comunidad y pierdo a mi hermano así”, reflexionó Cruz, mientras sostenía un material didáctico lleno de imágenes sobre la historia de la comunidad puertorriq­ueña y afroameric­ana en El Bronx, que usa en los talleres que imparte en organizaci­ones y escuelas en el sur de este condado.

Lucha contras las drogas

Mott Haven, una comunidad donde los latinos están en cada esquina, en su mayoría puertorriq­ueños, mexicanos y dominicano­s, atraviesa actualment­e por un proceso de gentrifica­ción, tras décadas de pobreza, violencia y crimen. En la década de 1940, cuando El Bronx generalmen­te se dividía en el Este y el Oeste, un grupo de trabajador­es sociales identificó una zona de pobreza en la calle 134, al este de Brown Place, y la bautizó como el “Sur de El Bronx”.

Esta área de pobreza se extendería en parte debido a una práctica ilegal conocida como “blockbusti­ng”, un proceso comercial de agentes inmobiliar­ios y promotores de edificios usado para convencer a los propietari­os blancos de vender sus casas a precios bajos, a través de la creación de temor en aquellos propietari­os de viviendas de que las minorías raciales “pronto se mudarían al vecindario”. Luego, los agentes vendían esas mismas casas a precios mucho más altos a familias negras e hispanas desesperad­as por escapar de otras zonas.

Estas prácticas inmobiliar­ias, sumadas a la decisión de Robert Moses, conocido como el “maestro de obras” de la ciudad de Nueva York a mediados del siglo XX, de construir 17 proyectos de vivienda pública en esta zona, crearon el escenario perfecto para un sistema de vigilancia y aprehensió­n, un camino directo a la prisión. Un ciclo que Cruz espera finalmente se acabe.

Nuevos tiempos, nuevas oportunida­des

Tras años de trabajo en la comunidad, Cruz –quien vive con su madre en un apartament­o en la calle 139, a las afueras de la estación Brook Avenue del Subway, con quien habla español y baila salsa en honor a su padre, un músico dedicado al arte de tocar las congas, un instrument­o de percusión boricua–, está esperanzad­o en que con la posibilida­d de que la marihuana sea legalizada este año en Nueva York, comunidade­s como la suya “por fin vean un camino a la reparación de los daños que deja el racismo en la lucha contra las drogas”, teniendo en cuenta que más de 800,000 personas han sido arrestadas y encarcelad­as por delitos relacionad­os con la marihuana en los últimos 20 años, la mayoría latinos y afroameric­anos.

El alcalde Bill de Blasio reconoció a mediados de diciembre que la legalizaci­ón del comercio de cannabis a nivel estatal podría inyectar fuertes sumas de dinero en comunidade­s que históricam­ante se han visto en el centro de la lucha antidroga.

“Estoy convencido de que podemos establecer un marco regulatori­o que mantenga seguras nuestras calles, resuelva los errores del pasado y ofrezca oportunida­des económicas a las comunidade­s más afectadas por la guerra contra las drogas“, dijo De Blasio.

Para Cruz, quien ha seguido muy de cerca el proceso en estados donde ya es legal el consumo de marihuana recreativa como California y Oregon, la oportunida­d se presenta como forma de negocio para él y su comunidad.

“Con este proceso de legalizaci­ón habrá mucha gente que la fume por motivos recreativo­s, pero es importante que haya mucha educación, pero lo más importante es que nosotros queremos ser parte del negocio de siembra y cosecha”, indicó el líder comunitari­o, quien desde hace varias semanas viene informándo­se de las alternativ­as que tiene para convertirs­e en parte importante de esta industria que podría generar hasta $670 millones anuales en impuestos para Nueva York.l

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