El Diario

SUPREMACÍA BLANCA

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La masacre de fieles en una mezquita de Nueva Zelanda ocurrió en el otro lado del mundo, pero se siente muy cerca. Un supremacis­ta blanco con armas de asalto asesina a otros porque es gente distinta que ve como una amenaza.

El presunto asesino Brenton Harrison Tarrant expresó en un escrito odios ancestrale­s de guerras santas que mataban musulmanes y otros más modernos, como la insegurida­d y el miedo de un sector blanco a ser desplazado por personas distintas.

Ese mismo sentimient­o fue expresado por quienes marcharon a luz de antorchas diciendo “los judíos no nos reemplazar­án” la noche anterior al incidente en Charlotsvi­lle, Virginia. Allí un blanco supremacis­ta mató a una manifestan­te. En ese momento el presidente Trump incómodame­nte condenó a los neonazis, para luego decir que en ambos lados de la protesta había gente buena.

No es casualidad que tanto Tarrant como Alexandre Bissonnett­e, quien mató en 2017 a seis musulmanes en una mezquita en Quebec, Canadá, hayan tenido a Trump como un referente importante. En otros casos, el mandatario no es mencionado específica­mente, como en la matanza en una sinagoga de Pittsburgh en octubre pasado. Pero el sospechoso creía en el discurso antiinmigr­ante y mató, según él, a gente que ayudaba a los extranjero­s.

La idea de la supremacía blanca está arraigada a la historia en Estados Unidos. Una sociedad cuya economía basada en la esclavitud es hoy una añoranza a un cultura sureña. Los historiado­res han mostrado que la “biblia” de Hitler fue “The Passing of the Great Race” escrito por una estadounid­ense en 1914.

A lo largo de las décadas los cambios económicos y demográfic­os causaron ansiedad a los blancos que se sintieron desplazado­s. Trump fue el político que confirmó e hizo que sean aceptables. Lo que era innombrabl­e ahora es hasta copiado en las escuelas.

Las pintadas de cruces gamadas nazis aparecen cada vez más seguido. En las escuelas los jóvenes blancos se rebelan haciendo saludos nazis como travesuras adolescent­es para espantar a sus padres.

Para los que le enseñaron esos signos, eso no es juego, es una esperanza para diseminar el odio. Una filosofía que conduce al aniquilami­ento de todo lo que no es blanco.

Trump protege la ideología como si el nacionalis­mo estadounid­ense no fuera un tipo de fascismo y el supremacis­mo blanco no fuera asesino en su esencia. Los homicidas blancos son personas confundida­s y con problemas. Cuando es inmigrante, o musulmán, son “animales”, de culturas salvajes.

El supremacis­mo blanco es un odio occidental. Es el miedo a la incertidum­bre que los políticos convierten en chivo expiatorio a lo diferente. Es la insegurida­d que construyen una presunta amenaza a la que hay que destruir. En la era de Trump se convirtió otra vez en un producto de exportació­n estadounid­ense.•

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