El Diario

Violencia

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Hace poco tiempo viajamos al Triángulo Norte de Centroamér­ica —Honduras, Guatemala y El Salvador— para entender mejor la ola de emigrantes que buscan refugio en los Estados Unidos. Aprendimos con claridad que, si nos enfocamos únicamente en las cifras en el límite estadounid­ense, nos concentram­os en los síntomas y obviamos las causas subyacente­s y la realidad a miles de millas hacia el sur.

En nuestro viaje de cinco días muchas personas generosas compartier­on su tiempo y perspectiv­as con nosotros. Gracias a los esfuerzos de Catholic Relief Services, nos reunimos con funcionari­os del gobierno de los países locales y de los EEUU, varias ONG, organismos humanitari­os, dirigentes sindicales, líderes de la Iglesia, funcionari­os de servicios migratorio­s, agricultor­es, familiares y jóvenes.

Con la ayuda de estas fuentes pudimos obtener una perspectiv­a clara, pero desgarrado­ra: muchas comunidade­s en estos países son destruidas por la violencia pandillera, la extorsión, la falta de oportunida­des y la pobreza generaliza­da. a gente es expulsada de sus hogares y frecuentem­ente desplazada más de una vez dentro de sus propios países antes de tomar la decisión de huir hacia el norte. Las historias compartida­s son traumática­s: una madre les dio anticoncep­tivos a sus hijas en caso de que fueran violadas mientras viajaban hacia el norte; muchas familias son obligadas a pagar “impuestos” a las pandillas y tienen demasiado miedo de buscar ayuda por parte de autoridade­s corruptas; organizado­res sindicales son atacados violenta y mortalment­e. Un panorama desalentad­or, sin dudas,

LMuchas comunidade­s en estos países son destruidas por la violencia pandillera, la extorsión, la falta de oportunida­des y la pobreza generaliza­da.

pero también vimos indicios de progreso. Notamos una esperanza de cambio entre varias personas; una esperanza que parece ser más fuerte de lo que podríamos haber imaginado, dados los obstáculos alarmantes. os cruces en la frontera estadounid­ense han disminuido durante años, pero el alza de familias que buscan asilo, mayormente hondureñas y guatemalte­cas, es preocupant­e. Es el resultado de muchas personas tratando de escapar de la pobreza devastador­a o de granjas en quiebra como consecuenc­ia de los precios volátiles del café y las sequías. Muchos escapan de la violencia, obligados por parte de las pandillas u otras amenazas a abandonar sus hogares. Mujeres huyen de la violencia y la agresión sexual, incluso del femicidio.

En lugar de generar más daño, deberíamos hacerle frente a los problemas fundamenta­les que obligan a muchos a buscar refugio y compromete­rnos con programas a largo plazo que disminuyan la necesidad de emigrar.

Aprendimos y, por ende, compartimo­s el entendimie­nto que nosotros, en los Estados Unidos, necesitamo­s ver más allá de la frontera del sur para ver los rostros de nuestros vecinos en el Triángulo Norte, quienes necesitan ayuda sólida y perseveran­te para que la realidad actual extrema sea transforma­da en un futuro de mayor seguridad y oportunida­des para todos.l

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