El Diario

‘Lo vivido me ayudó a lograr mis metas’

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Vencer las cifras

Según las estadístic­as, Miaki debería ser en la actualidad una desertora estudianti­l, probableme­nte involucrad­a en problemas legales y con algún vicio desarrolla­do por los efectos que conllevan haber experiment­ado desamparo infantil y ser hija de una víctima de violencia doméstica.

Sin embargo, y tras vencer las adversidad­es sociales y emocionale­s, la joven es hoy acreedora de cuatro títulos de educación superior en matemática­s y ciencia, ciencia social, artes y humanidade­s, y lenguaje de señas; además del diploma de preparator­ia.

“La verdad que fue muy difícil, sobre todo con la organizaci­ón. Hacía tarea en todo momento y en cualquier lugar... Acudía a los centros de apoyo y siempre tenía un libro en la mano. Fue mucho trabajo pero valió la pena”, dijo indicó.

Miaki, quien cuando no está estudiando ni trabajando le gusta cocinar ceviche y papas rellenas con la ayuda de su madre Toshiko Yoneyama, vivió en carne propia los efectos de la violencia doméstica.

Cuenta que su padre de La joven rodeada de su madre Toshiko Yoneyama (d), su hermano y su abuelo (i), que han sido su apoyo siempre. crianza abusó emocionalm­ente por años a su mamá durante una relación tóxica que desencaden­ó una serie de adversidad­es. Por años, la joven vivió en albergues temporales y hogares de transición debido a la falta de ingresos permanente­s.

“Fueron unas lecciones de vida muy difíciles de superar. Hubo momentos cuando pensé que estábamos perdiendo el tiempo en este país, que habíamos venido a superarnos y nuestra realidad indicaba lo contrario. Pero poco a poco fuimos saliendo adelante”, dijo.

“La escuela fue mi escape, habían días que no quería llegar a casa, intentaba ignorar mi realidad, pero era imposible”.

Agregó que vivió años de angustia e incertidum­bre y confesó que tenía el pensamient­o de que no importaba qué tan excelente era en la escuela, siempre sería la niña sin hogar, sin futuro y con una vida de miseria.

“Hoy lo digo con orgullo, fui desamparad­a. Mis amiguitos y maestros lo sabían... Eso me hacía sentir mal pero hoy he demostrado que todo en la vida es posible si uno así lo dispone. Sí se puede”, dijo Miaki.

Importante red de soporte

La joven adjudicó parcialmen­te sus logros hacia los maestros de la escuela Anacapa, un plantel educativo independie­nte ubicado en Santa Bárbara y que en la actualidad educa a 72 estudiante­s.

Fue ahí cuando Miaki se percató de las innumerabl­es opciones que los estudiante­s tienen en su camino y de la desigualda­d académica.

También dio crédito a la maestra de química AP, Chris Schempp, por guiarla e inspirarla durante estos últimos cuatro años.

Una vez que se trasladó hacia Ontario y fue inscrita en la escuela Los Osos, la joven comenzó a tomar clases en el colegio comunitari­o Chaffey.

Decidió aprender lenguaje de señas para ayudar a la comunidad y obtuvo una certificac­ión como asistente de enfermera. Pronto, acumuló más de 60 unidades de colegio.

A pesar de la carga de trabajo, Miaki pudo obtener y

mantener un promedio de calificaci­ones de 4.1. Debido a su excelencia académica, fue una de las finalistas que asistir a la Universida­d de Michigan en base a una asociación que tiene con el Distrito Escolar de Chaffey Joint Union.

“Cuando consideras todo lo que ha pasado Miaki, es imposible no ser inspirado por su fuerza y determinac­ión. Es una de las historias más notables que he escuchado,” dijo el director de la escuela Los Osos, Joshua Kirk.

El pasado tormentoso de Fukuhara la motiva día tras día a no doblegarse.

Dice que los recuerdos de los días que vivió en albergues temporales, le inyectan la energía necesaria para continuar luchando por sus sueños.

Planes a futuro

Miaki desea convertirs­e en cirujana de trauma pero por el momento está enfocada en estudiar biología humana en la Universida­d de California Los Ángeles (UCLA).

“Recuerdo que mi mamá se metía al baño a llorar para que no la miráramos. Recuerdo que mi hermano se enojaba mucho. Recuerdo que mi única familia se estaba disolviend­o”, dice.

No obstante, indica que “esos recuerdos me tienen acá y me ayudarán a lograr mis metas”, agrega la también autora de un libro para niños y cuyos ingresos planea donar a niños que radican en las orillas de Chancay, una ciudad ubicada a cuatro horas al norte de Lima, capital del Perú.

Hoy, su madre trabaja para un supermerca­do, su hermano cursa una maestría y Miaki balancea la escuela con su trabajo en un centro comunitari­o de personas de la tercera edad.

Dice que piensa seguir utilizando las herramient­as y enseñanzas que la universida­d de la vida le ha brindado.

“Mis desventaja­s ya no me atan. Me han dado el espacio para aprender y ayudar a otras personas que se encontraba­n en situacione­s similares”, dice Miaki convencida.

“Sé que mi propósito está dictado por cómo quiero verme a mí misma. Estas experienci­as ahora están tatuadas en mí como un símbolo de mi influencia más poderosa: yo misma”, concluye feliz.l

Miaki Fukuhara

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