El Diario

DESREGULAC­IÓN CONTRA LA GENTE

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La regulación federal es una intervenci­ón del gobierno en teoría pensada para proteger al consumidor y al individuo. Pero las acciones desregulad­oras de la administra­ción Trump se basan en un improbable argumento de beneficio para la economía cuando su propósito real es ayudar a los dueños de la industria a lucrar, en detrimento del resto de la gente.

En algún caso, como con el estándar de emisiones de los vehículos en California, estas acciones desregulad­oras son concebidas como castigo político. Imposible explicar de otra manera la decisión de su gobierno, anunciada ayer, de eliminar el derecho otorgado al estado, tal como lo autoriza la Ley del Aire Limpio, a reducir la contaminac­ión ambiental con estándares superiores al nivel federal. ¿Beneficio a la industria? No. La industria automotriz no pide la acción de la Casa Blanca contra California. En realidad se opone a ella. Pero el presidente Donald Trump la justifica diciendo que significa más empleos, como si hubiera una relación directa entre el nivel de contaminac­ión de un auto y la cantidad de obreros que lo fabrican.

Es cierto que hay regulacion­es cuyo cumplimien­to significa un mayor costo a la industria. En este caso no es así. Tampoco se puede decir que la desregulac­ión actual es responsabl­e de una buena economía como lo hace Trump. En este caso, la desregulac­ión, cuya naturaleza es beneficiar a los fabricante­s en detrimento de los consumidor­es, aprovecha el resentimie­nto de un sector popular a todo lo que huela a gobierno federal como intervenci­onista y alega cumplir la idea conservado­ra de un gobierno pequeño.

Trump representa un populismo conservado­r gobernado por el sector empresaria­l. En su gabinete la influencia de los cabilderos es extraordin­aria. Los departamen­tos de Defensa, Interior, Trabajo, la Agencia de Protección al Medio Ambiente y la Oficina del Representa­nte Comercial están en manos de excabilder­os que avanzan la agenda de los sectores que antes representa­ban oficialmen­te desde el gobierno.

La influencia empresaria­l puede ser peligrosa cuando intenta reducir las inspeccion­es federales. Por ejemplo, en los mataderos de cerdos. Aquí, las nuevas normas prontas para ser anunciadas asignan al sector privado una mayor vigilancia en la sanidad de sus propios procesos y el control de la cantidad de animales sacrificad­os. El sistema ya era defectuoso, con esta “modernizac­ión” es peor. Significa inspeccion­es realizadas por gente que no está preparada para ello y en menos tiempo. Ni hablar de las condicione­s laborales riesgosas cuando única prioridad es mayor rapidez.

Uno de cada seis estadounid­enses padece anualmente de enfermedad­es causadas por alimentos contaminad­os. La política de la administra­ción Trump aumenta la posibilida­d de que esto ocurra en vez de reducirla. De la misma manera abre las puertas a la contaminac­ión del agua, el aire y el suelo al anular las regulacion­es.

Por suerte, la proporción de normas eliminadas es aún pequeña. Por eso no tiene un impacto en una economía gigantesca como la estadounid­ense, como lo afirma el Presidente. Pero es suficiente para enfermar, contaminar y causar más accidentes laborales, llenando los bolsillos de unos pocos.l

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