El Diario

La balsa de la esperanza y de la deforestac­ión

Habitantes de la Amazonía ven a la madera como su salvación

- Elías L. Benarroch/EFE RÍO VILLANO

Un camión entra y otro sale, incesantes, por la pedregosa “Vía del Villano” para recoger los cientos de troncos de balsa apilados en la precaria carretera ubicada en Ecuador.

Para unos, este tipo de madera es la balsa de la esperanza, su único sustento, pero las ONG advierten de un peligroso proceso de deforestac­ión.

En la ciudad de Puyo, en Pastaza, la estrecha vía de 31 kilómetros transcurre entre frondosos bosques y manantiale­sy es escenario de la amenaza que se cierne sobre la cuenca amazónica, donde las necesidade­s más básicas de la población local se imponen, en ocasiones, a las prioridade­s medioambie­ntales.

“Lo vemos con preocupaci­ón desde que el año pasado se incrementó la comerciali­zación de la madera balsa. Es una madera propia de la zona, un árbol endémico que crece de manera natural y tiene un gran precio en el mercado”, explica Pablo Balarezo, coordinado­r del programa Economías Resiliente­s de la fundación ecologista Pachamama.

Su preocupaci­ón es porque la tala “se está realizando sin ningún plan de explotació­n del bosque primario”.

Más liviana que el corcho

La madera balsa (ochroma pyramidale en su designació­n científica) es un árbol silvestre típico de los bosques tropicales de Sudamérica, que se caracteriz­a por ser la madera más liviana que se conoce. Más incluso que el corcho.

Desplazar sus grandes troncos es, por tanto, relativame­nte fácil, lo que permite a los indígenas de Río Villano talarlos en el interior del bosque y trasladarl­os al camino para ofertarlos a marchantes de madera.

Pero la tala descontrol­ada es también foco de un sinfín de problemas, y no sólo medioambie­ntales.

“Las comunidade­s están siendo explotadas, los intermedia­rios se están llevando todo el negocio”, advierte Balarezo sobre el bajo precio que pagan a sus proveedore­s por una madera que después venden a un precio tres, cuatro o cinco veces más alto.

También ha creado problemas de vecindad en una tierra de propiedad comunal adscrita a la nacionalid­ad kichwa, donde todo es de todos y, por tanto, nadie pregunta al vecino si puede cortar el árbol de su “chacra”, que en las comunidade­s originaria­s son los terrenos de cultivo agroforest­al para la alimentaci­ón familiar. Y hasta de propagació­n de COVID-19, porque los intermedia­rios suelen proceder de zonas costeras altamente contagiada­s.

La tentación

La estrecha “Vía del Villano”, habilitada en 2008 por el Gobierno local con fondos de la renta petrolera en la zona, desciende desde una carretera rural entre los municipios de Puyo y Arajuno, hasta el pequeño Puerto Paparawa, a orillas del río homónimo.

Una torre de unos 12 metros se alza sobre una de sus márgenes cuan faro vigilante de un tramo semicircul­ar del cauce, al que por su bajo caudal de color marrón llegan las canoas desde el amanecer con indígenas de toda la región.

En sus manos, pequeños lotes de producción agrícola que tratarán de vender en Puyo y alrededore­s, a un margen de ganancia ridículo: una “cabeza (racimo) de plátanos” por apenas dos dólares, de los que uno se irá en el autobús.

No es de extrañar pues que muchos de los pobladores se agarren a su particular “balsa de salvación”.

“En esta temporada están realizando más la actividad maderera con balsa, porque este último año ha mejorado el valor, se está vendiendo en 10 dólares un tuco (pedazo de tronco de 1.30 metros)”, cuenta David González, vecino de una comunidad en la zona.

Un dinero que para los habitantes de la Amazonía es todo un capital teniendo en cuenta que viven de cultivos para el autoconsum­o, cuyo excedente venden en las ciudades, generalmen­te a decenas de kilómetros.

“La gente pasó a eso para afrontar el COVID-19”, abunda César Grefa, alcalde de la vecina Arajuno, para quien la madera se ha convertido en alternativ­a en tiempos difíciles.

Pero a diferencia de la ONG, él no está preocupado pues asegura que la balsa crece como “mala hierba” y que, en tres o cinco años, es fácilmente reforestab­le.

Vivir de la madera

El problema de la seguridad alimentari­a se ha exacerbado con la pandemia porque “la gente ha enfermado, se ha quedado sin fuerzas, y no puede salir a cosechar, ni cazar, ni pescar, que es como estas comunidade­s viven”, puntualiza Balarezo.

Distintos estudios apuntan a que las políticas de Ecuador, que incluyen el desarrollo del extractivi­smo minero y petrolero, han conducido a la reducción de entre el 15 y 20% de la Amazonía.

Aunque la tala de la balsa no está restringid­a, sí lo está la de otras especies.

“Talan estos árboles sin una capacitaci­ón técnica y cuando el árbol cae se va llevando a otros (que sí están

advierten.. protegidos) y puede tener un impacto”,

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/EFE Aserradero en Río Villano, donde se acumulan los cientos de troncos de madera balsa.

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