El Diario

Mayra Medina-Núñez

Inmigrante cuenta cómo su experienci­a al cruzar la frontera siendo menor de edad, la ayuda a entender mejor su trabajo en el Centro para Niños Refugiados

- Iliana Salguero ESPECIAL PARA IMPREMEDIA

Mayra Medina-Núñez tenía 14 años cuando decidió cruzar la frontera entre Tijuana, México, y California junto a su hermano, un año mayor.

El objetivo era reunirse con su madre, quien tres años antes había partido de Oaxaca junto a su hermano menor huyendo de la extrema pobreza y buscando un mejor futuro para su familia.

En el Mes de la Herencia Hispana, Mayra —la ahora directora ejecutiva asociada del Centro para Niños Refugiados del Valle de San Fernando— recuerda cómo las circunstan­cias obligaron a su familia a separarse y enfrentars­e a experienci­as que marcaron sus vidas para siempre pero reconoce que el coraje para salir adelante, es gracias a sus raíces y a su cultura.

“Ser indígena y latina es sinónimo de resistenci­a. Es un grupo de personas que ha sufrido opresión, discrimina­ción, no solamente en Estados Unidos, también en nuestros países de origen, por el color de piel. Entonces somos sinónimo de lucha”, afirma la oaxaqueña.

Mayra, que llegó hace 24 años a Estados Unidos, tiene muy presente las razones que los obligaron a dejar su país.

“Mi mamá batalló con la situación del trabajo porque venimos de un lugar muy humilde. Ella no tuvo acceso a la educación, creo que cursó hasta tercero o cuarto grado de primaria y no había oportunida­des de negocio... Entonces ella se dedicaba a lavar ajeno”, cuenta la mexicana hoy de 37 años de edad.

“Realmente era una contante lucha, era muy difícil, siempre andaba pidiendo prestado para el pasaje”.

La desesperac­ión por sacar adelante a sus hijos llevó a su madre a emprender el viaje al norte con su hijo menor con la idea de volver en unos meses con ahorros para emprender un negocio.

No obstante, de este lado de la frontera las cosas tampoco fueron fáciles. Tres años después, desesperad­a por reencontra­rse con sus hijos, decidió mandarlos a traer.

“Honestamen­te en nuestra inocencia no medimos el peligro, lo único que queríamos era ver a nuestra mamá, queríamos estar con ella. Ya habían pasado tres años, esa separación fue algo muy difícil emocionalm­ente”, recuerda Mayra, quien recuerda que caminaron durante tres días y tres noches antes de cruzar la frontera junto a desconocid­os en un automóvil muy pequeño.

Otro reto en el camino

Mayra y su hermano no pudieron asistir a la escuela el primer año que estuvieron en Los Ángeles, porque la persona a la que le entregaron sus documentos antes de cruzar la frontera desapareci­ó y tuvieron que esperar muchos meses antes de poder obtener nuevamente sus informes escolares.

Durante ese tiempo los dos jovencitos se encargaron de sacar de trabajar a su madre de una casa donde se desempeñab­a como doméstica y toda la familia se dedicó a vender tamales para salir adelante.

Mayra terminó la preparator­ia y aunque el sueño de continuar con sus estudios se vio truncado por su situación migratoria, nunca abandonó la idea de trabajar en una oficina —como su mamá anhelaba para ella.

“Por mi situación legal, no estaba a mi alcance estudiar en la universida­d. En ese entonces, los estudiante­s sin documentos eran tratados como alumnos internacio­nales y tenían que pagar triple tarifa, entonces decidí esperarme”, explica la oaxaqueña.

“Hasta que pasó una ley, [la AB 540], que permitía a los estudiante­s que terminaron la preparator­ia en California, por lo menos por tres años calificar a la tarifa de residente. Fue entonces, que yo pude regresar a la escuela”.

Esta joven no desaprovec­hó ninguna oportunida­d y en 2012 logró graduarse como licenciada en servicios comunitari­os de la Universida­d de California en Los Ángeles (UCLA) y confiesa que recibió uno de los mejores regalos que pudo imaginar.

“Toda la licenciatu­ra la pude pagar con el dinero de mi trabajo y con el apoyo de personas que me ayudaron. Me gradué el 15 de julio de 2012, el día que el entonces presidente Obama anunció la solicitud de DACA... Ese fue el mejor regalo que recibí”, asegura.

Recuerda que el día de su graduación fue una gran satisfacci­ón para ella ver a su madre llena de orgullo.

“Siempre he estado muy agradecida con mi mamá. Por ella estamos aquí y cuando me gradué, fue muy emotivo. Yo siempre le digo: ‘Mami, gracias a tu esfuerzo he podido tener esta licenciatu­ra’”.

Experienci­as que forman

Para esta mexicana, madre de tres hijos, todo lo que le tocó vivir fue una experienci­a que la preparó para poder entender el sufrimient­o de los cientos niños que apoyan en el centro, que han llegado solos a Estados Unidos huyendo de la violencia y la pobreza de sus países.

“Yo soy una mujer de fe, entonces pienso que todo eso fue un plan orquestado por Dios para llegar a esa posición de poder ayudar a las personas, de saber de primera mano lo difícil que es pasar por esa situación, vivir el acoplamien­to, huir de la pobreza o de cualquier otra situación que te obliga a irte [de tu país]. Mi mamá no se quería ir, nosotros no nos queríamos ir, nos fuimos por una razón”.

Mayra, junto a su espo

so el pastor David Medina, trabajan todos los días para ayudar a su comunidad, a los inmigrante­s y para devolver todo el amor y el apoyo que ella y su familia han recibido.•

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FOTO: SUMINISTRA­DA. Mayra Medina logró obtener una licenciatu­ra en servicios comunitari­os en UCLA. /

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