EL DOBLE GOBIERNO
Los resultados de las elecciones presidenciales son claros: ganó Joe Biden. Perdió Donald Trump.
Semanas antes, este último había descubierto su estrategia para quedarse en el poder: reclamar un fraude inexistente; montar una avalancha de demandas judiciales; involucrar a instituciones del gobierno en una farsa, todo para ignorar la voluntad popular e incitar a sus millones de admiradores a oponerse al ejercicio de la democracia.
Pero como tantas veces, se le da el beneficio de la duda.
Inicialmente, la negativa de Trump a reconocer su derrota fue interpretada como un capricho personal inofensivo. Había, dijeron, que darle al hombre tiempo para elaborar su derrota.
Pero él utilizó el tiempo para fortalecer su ofensiva.
Tres días después, parece que esta no es la quijotada de un narcisista empeñado en no salir perdedor, sino una urgente amenaza a las instituciones democráticas y la esencia del país.
Por apoyarlo, o por miedo, o por cálculos cínicos, varios miembros de la clase política republicana se suman al intento de conservar el poder pese a los resultados electorales.
El líder de la mayoría en el Senado Mitch McConnell se niega a reconocer la victoria de Biden.
El secretario de Justicia William Barr ha instruido a los fiscales federales a entablar demandas contra “serias instancias de fraude”, aunque tengan que ser inventadas.
Emily Murphy, quien encabeza la Administración de Servicios Generales, se niega a certificar la victoria de Biden y así permitir el crucial inicio del traspaso de gobierno.
Así, el partido Republicano vuelve a desilusionar y se arrastra detrás de los caprichos de su jefe absoluto.
Joe Biden prepara las primeras acciones de su gobierno a partir del 21 de enero. Crea un grupo de trabajo de lucha contra el coronavirus. Obtiene apoyo internacional. Llama incansablemente a la unidad. Anuncia sus prioridades desde el primer día.
Pero los intentos de Trump de mantenerse en el poder se intensifican.
Despidió a su secretario de Defensa Mike Esper, quien en junio se había negado a enviar tropas federales a reprimir manifestantes.
Hay quien sigue insistiendo que esto es un teatro, que Trump solo quiere recolectar fondos para ayudarle en su vida post presidencial, que a McConnell solo le preocupa preservar la mayoría republicana en el Senado, o que los republicanos solo esperan que los tribunales rechacen los alegatos de fraude para aliviados cambiar de rumbo.
Quizás, pero demasiadas veces hemos sido indulgentes y optimistas, solo para encontrar que de todas las sendas, Trump elige la más beligerante y destructiva.
Si no hay quien lo detenga en su entorno cercano, Trump podría llevar esta confrontación a sus últimas consecuencias, cualesquiera que sean, en plena crisis del coronavirus.
Es improbable, sí. Peor hubiera sido si, tal como era su plan, Trump hubiese tenido ventaja en las primeras horas del conteo de manera tal que le permitiese declarar victoria con base en los números, y no en una fantasía incomprensible, resguardandose en su demonización del voto por correo.
El riesgo de una crisis constitucional continuará hasta que Trump desaloje la Casa Blanca el 20 de enero.