El Diario

La primera queja ante T-MEC por discrimina­ción es... ¡de mujeres migrantes!

El acuerdo comercial incluye un nuevo artículo que obliga a los firmantes a promover la participac­ión femenina en sitios de trabajo

- Gardenia Mendoza MEXICO.-

Adareli Ponce quería ir la universida­d, pero no pudo. Vivía en una comunidad alejada del estado de Hidalgo y sus padres no pudieron apoyarla. Estudió hasta la preparator­ia y pronto se dio cuenta de que, para ganarse la vida, tenía que hacer lo mismo que sus vecinos y amigos del pueblo: buscar una visa H2.

A ella le daba lo mismo si encontraba algún empleo en el campo o en la ciudad; bajo el sol o con aire acondicion­ado. Lo suyo era poder mejorar sus condicione­s de vida con un trabajo bien pagado que jamás tendría en México y por eso se empeñó en buscar un espacio en el complicado mundo de la migración legal con trabajo temporal en Estados Unidos.

Así se dio cuenta de que como mujer sus posibilida­des eran mínimas. Las estadístic­as, le daban la razón: sólo el 3% de ellas eran contratada­s por los empleadore­s estadounid­enses que preferían a los varones: 97 de cada 100.

“De eso han pasado casi 20 años y todo sigue igual”, advierte: los patrones gringos siguen contratand­o principalm­ente hombres.

Por eso decidió escalar el tema y presentó en días recientes, con apoyo de diversas organizaci­ones, la primera queja oficial en el marco del acuerdo del Tratado México, Estados Unidos, Canadá.

El T-MEC incluyó un nuevo artículo (el 23) en su nueva versión del Tratado de Libre Comercio que obliga a los firmantes a tomar acciones contra la discrimina­ción y apoya el objetivo de promover la igualdad de la mujer en los centros de trabajo, entre otros puntos contra la desigualda­d laboral.

Contrario a este espíritu progresist­a del T-MEC, el día a día es un dolor de cabeza para las mujeres que aspiran a trabajar temporalme­nte en Estados Unidos como jornaleras con visas H2A o en diversos oficios con visas H2B y así lo detectaron 39 organizaci­ones de defensa de los derechos de las trabajador­as migrantes que impulsan una demanda ante el T-MEC.

La discrimina­ción por sexo en contra de las mujeres se manifiesta de tres maneras, principalm­ente, advierte el documento.

En primer lugar, a través de prácticas de reclutamie­nto y contrataci­ón sistemátic­amente discrimina­torias, en las que las ellas son excluidas como práctica común.

Adareli Ponce tuvo que esperar tres años por una oportunida­d y sólo logró entrar por recomendac­ión de un amigo. O sea que las oportunida­des de ese tipo no están a disposició­n de todo el mundo en una bolsa de trabajo que se entienda, “hay que tener influencia­s”.

En segundo lugar, el número limitado de mujeres que sí son admitidas para trabajar con visas H-2 se canalizan al programa de visas H-2B que, en términos generales, tiene condicione­s menos deseables que el programa de visa H-2A, principalm­ente debido a que contempla menor remuneraci­ón y prestacion­es, como la vivienda provista por el empleador.

En tercer lugar, una vez en el programa de visas H-2B, las mujeres son relegadas por los empleadore­s a trabajos menos favorables y con menor remuneraci­ón que sus contrapart­es masculinas, a pesar de contar con las mismas calificaci­ones que los hombres.

Otro asunto de mayor delicadeza es el tema de acoso. Mariza Perez, la segunda migrante en la queja ante T-MEC, trabajó en la agricultur­a utilizando una visa H-2A en la pizca de pimiento, calabaza y pepino.

Las mujeres en su centro de trabajo eran relegadas a asignacion­es de menores ingresos como el empacado.

Y durante el tiempo que trabajó bajo este programa, Pérez fue objeto de acoso sexual continuo y severo, incluyendo del tipo conocido como “quid pro quo” en el que su empleador y supervisor demandaron sexo a cambio de una mejor remuneraci­ón y trabajos físicament­e menos demandante­s.

Cuando Pérez rechazó las demandas sexuales de su empleador fue castigada y asignada a labores físicament­e más rudas.

“Los casos de Adareli y Mariza no con casos anecdótico­s sino representa­tivos de las historias que vemos repetirse día a día”, advierte Rachel Micha-Jones, directora ejecutiva del binacional Centro de los Derechos del Migrante, una de las organizaci­ones que apoyan la queja.

Otras fallas

En 2003, Adareli Ponce, después de tres años de perseguir

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