La diabetes infantil, un problema de toda la familia
La enfermedad requiere cambiar la rutina en el hogar
Diagnosticar a un niño o adolescente con diabetes es también diagnosticar a toda su familia. Y es que esta afección crónica e incurable representa un golpe para cualquiera, pero es especialmente duro en un paciente que aún depende de sus papás.
Desde incorporar más frutas, verduras y fibra a la dieta hasta restringir el consumo de dulces y no poder pasar ni un solo día sin inyectar la vital insulina, la enfermedad cambia la rutina de todo el hogar, coinciden endocrinólogos.
Por tal, los especialistas llaman a tomar conciencia sobre el impacto del padecimiento en la calidad de vida y a romper los mitos en torno a él, empezando por los que provocan discriminación.
“Veo mucho desconocimiento por parte de la población”, explica el doctor Fernando Lavalle.”Incluso hay personas que piensan que la diabetes es transmisible y no dejan que sus hijos convivan con los pacientes, o sea, los segregan en la escuela. Entonces lo digo desde ahora: no, la diabetes no es contagiosa”.
Hablar de diabetes en población infantil y juvenil refiere particularmente a la tipo 1, que tiene causas distintas a la tipo 2, afirma el endocrinólogo pediatra Óscar Flores.
En la primera, dice el especialista, el páncreas produce poco o nada de insulina, hormona responsable de ayudar a la glucosa a entrar a las células. Generalmente es diagnosticada entre los 6 y los 16 años de edad.
“Llega súbitamente. El cuadro clínico es mucha sed, mucha orina, mucha hambre y pérdida de peso sin intentarlo. Pero el dato pivote es la nicturia, o mucha orina en la noche. A veces los papás no vemos cuántas veces va nuestro hijo al baño durante el día porque anda de arriba abajo, pero sí notamos cuando va varias veces a hacer pipí en la madrugada o moja la cama, haciendo que busquemos consulta”, dice.
La diabetes tipo 1 es imposible de prevenir porque está fuertemente relacionada con la genética, donde el cuerpo desarrolla anticuerpos que atacan al páncreas, añade el endocrinólogo Lavalle.
La diabetes tipo 2 es la generalmente detectada en la adultez, detonada por el sobrepeso y la obesidad, apunta el docente. Aquí el organismo no produce suficiente insulina o tiene resistencia a ella.
Representa más del 90 por ciento de todos los casos de la afección a nivel nacional y, a diferencia de la tipo 1, es posible prevenirla mediante un estilo de vida sano.
Los hábitos nocivos que generalmente inician en los primeros años, como falta de actividad física y mala nutrición, sin duda incrementan el riesgo del desarrollo de la enfermedad en la adultez.
Un niño con diabetes debe conocer los niveles de glucosa en sangre a lo largo de la jornada. Para ello necesita pinchar su dedo unas seis o
siete veces diarias, de lunes a domingo.
“Aparte, debe recibir inyecciones de insulina de tres a cinco veces diarias, ajustando a partir de los números de glucosa”, apunta Lavalle.
La buena noticia, dice el experto, es que cada vez existen más herramientas para facilitar el tratamiento. Los jefes de familia, por ejemplo, pueden conseguir un sensor que va instalado en el brazo o pierna del hijo y constantemente manda la cantidad de glucosa al celular, a través de una app.
También hay nuevas insulinas tanto basales (las de larga acción) como prandiales (las de corta acción aplicadas antes de cada comida) que, gracias a sus mejores perfiles de absorción, provocan menos hipoglucemias.
Éstas, además, pueden ser administradas en microinfusores o surtidores del tamaño de la palma de la mano que evitan las molestas agujas.
“Yo tengo diabetes. Me la diagnosticaron en la adolescencia y ahora tengo casi 50 años. Puedo decirle a toda la gente que realmente los pacientes pueden llevar una vida casi normal”, concluye Flores.