FIN A LOS ACUERDOS FORZOSOS DE CONFIDENCIALIDAD
Durante mucho tiempo las empresas lograron mantener fuera del radar público las denuncias internas de acoso sexual bajo la famosa cláusula de acuerdos de confidencialidad que impedía a las víctimas alzar su voz porque se encontraban inmersas en un proceso de arbitraje.
Afortunadamente esa práctica empresarial privada será descontinuada. Finalmente el Congreso aprobó esta semana la legislación ‘Speak Out’ (Alzar la voz), con el objetivo de expandir las protecciones en los lugares de trabajo.
Sin duda esta legislación es fruto de una larga lucha que cobró fuerza a raíz del movimiento #MeToo por los derechos de la mujer. La medida –que tendrá el visto bueno del presidente Joe Biden– no podía ser aprobada en mejor momento, ya que actualmente se lleva a cabo un juicio contra el famoso productor de Hollywood, Harvey Weinstein, quien usó los acuerdos de confidencialidad (NDA) para silenciar a 80 personas que lo denunciaron por acoso sexual.
Negar el derecho a que sobrevivientes de este delito hablen de lo ocurrido no ha hecho otra cosa que fomentar el miedo a las represalias legales, al tiempo que alimenta una cultura de silencio que permite que los depredadores continúen con su conducta ilícita, mientras que sus víctimas se ven obligadas a abandonar sus carreras quedando incluso de manos atadas para poder defenderse ante la justicia.
Se calcula que al menos 60 millones de estadounidenses están sujetos a cláusulas de arbitraje forzoso que son particularmente comunes en industrias con alta preponderancia de fuerza laboral femenina.
De hecho, cifras de la Comisión de Igualdad en el Empleo indican que las mujeres presentaron el 78.2% de los 27,291 cargos de acoso sexual recibidos entre el año fiscal 2018 y el año fiscal 2021.
En palabras de la senadora Kirsten Gillibrand, una de las patrocinadoras de la medida en Washington, esta situación lo único que ha hecho es crear un sistema de desventaja porque en lugar de que se les permita a las víctimas un día en la corte, son empujadas a batallar con un sistema diseñado por las mismas corporaciones.
Pero ahora los acosadores, pervertidos o violadores en los lugares de trabajo tendrán que pensarlo dos veces.
Por su parte, las empresas –grandes o pequeñas– deben diseñar políticas claras y ofrecer entrenamientos sobre las conductas que no están permitidas a la hora de interactuar con el resto del personal.
Aquí la cuestión cultural es crítica. Muchos aún no han querido darse cuenta de que los tiempos han cambiado, que el machismo, las “bromas”, burlas, tocamientos inapropiados, piropos obscenos o la intimidación, por citar algunos ejemplos, no tienen cabida.
Por fin las víctimas ya no tendrán que callar.