DAN Y GAYLE PATTON:
En un creciente fenómeno, las familias ricas o las familias pobres viven cada vez más con sus pares
con sus tres hijos, Cole, izq., Brady y Lyla posan fuera de su casa en el adinerado vecindario de Fall Creek, en Humble.
Cuando Dan y Gayle Patton quisieron una vivienda más amplia y mejores escuelas para sus hijos, hicieron lo que otras generaciones han hecho antes y se mudaron a los suburbios en busca de una vida más tranquila.
Sin embargo, los suburbios de Houston no son como solían ser. Tal vez todavía sean igual de agradables, convencionales y aburridos como otros miles de vecindarios donde se acumuló la creciente población de la posguerra hace medio siglo, pero algo ha cambiado: para vivir en muchos de ellos hace falta tener ingresos económicos que no están al alcance del promedio de las familias de clase media, aunque trabajen ambos padres.
“Creo que en casi cada vivienda de por aquí vive un abogado”, dijo Gayle, sentada ante una mesa en la cocina de su cómodo hogar en Fall Creek, que es una comunidad de reciente creación próxima a la autopista U. S. 59 y el Beltway 8. “No estoy bromeando”.
Da la casualidad de que en su casa viven dos.
La consecuencia ineludible del nuevo estilo de vecindarios suburbanos es que las familias que clasifican dentro del tercio superior de ingresos anuales están rodeadas cada vez más por otras personas que pertenecen a un grupo que comparte entradas económicas similares.
Realidades distintas
Dos estudios clave, uno realizado el mes pasado por el Centro Pew de Investigaciones y otro hecho en 2011 por la Fundación Russell Stage documentaron un marcado aumento en la “segregación residencial por ingresos”, donde Houston marcha al frente entre las 10 principales ciudades en la nación.
La atracción de iguales está funcionando como nunca antes y eso ha inquietado a científicos sociales, ya que la población estadounidense podría estar girando hacia realidades paralelas, es decir, dos Estados Unidos que conviven uno al lado del otro, pero separados y desiguales, y sin apenas conocerse mutuamente.
Rosa Rosario vive con sus dos hijos en Gulfton, una comunidad en el suroeste de Houston que a menudo sirve de punto de entrada para inmigrantes que atraviesan la frontera con México. La mayoría de los residentes de esa zona, donde abundan los complejos de apartamentos, son pobres, aunque la promesa de abundancia destella al otro lado de las paredes de Galleria, a una o dos millas de distancia.
Rosa Rosario todavía recuerda su sórdida infancia en México y se siente agradecida por lo que tiene. No se queja y le agrada estar rodeada de mucha gente que comparte su experiencia, sus necesidades y su idioma. Tiene 28 años, de los cuales ha vivido 17 en este país, y sabe que hay otra vida más allá de Gulfton, la cual puede ser muy atractiva, si bien ella no ha visto mucho de eso ni a la gente que vive en otros lugares. Tampoco sus hijos.
“Todos se piden cosas prestadas y nos ayudamos unos a otros, me gusta estar aquí’, dijo Rosario sobre sus vecindario. “Espero que algún día pueda tener una casita y tal vez mi propia empresa para poder ver a mis hijos con más frecuencia”.
Si logra su sueño es muy poco probable que alguna vez pueda vivir en el mismo barrio de los Pattons. Tal vez sus hijos puedan, aunque las estadísticas señalan, sin embargo, que la probabilidad también es contraria a eso. La mayor esperanza deRosario es que sus chicos puedan ingresar en una escuela charter del programa KIPP, pues ha escuchado que los alumnos de esas escuelas suelen ingresar en la universidad cuando se gradúan de preparatoria.
La mayor parte de los vecindarios en Houston no son tan homogéneos étnicamente como Gulfton o los barrios incorporados cercanos a Memorial Drive en el oeste de Houston, a pocas millas de donde se encuentra el modesto apartamento de Rosario. Pero eso no es igual con respecto al factor ingreso por hogar.
Si alguna vez Rosario llega a ganar dinero suficiente para comprar una vivienda en un suburbio, es casi seguro que no será como Fall Creek, donde el precio promedio de las casas es de 300,000 dólares.
“Nos estamos adentrando en un mundo de divisiones que no son étnicas, sino de clases”, señala Stephen Klineberg, profesor de sociología en la Universidad de Rice, que ha estudiado los cambios demográficos en Houston en décadas recientes, así como sus implicaciones.
“Cada vez se anquilosa más”, añade Klineberg. “A mayor desigualdad de ingresos, mayor es la tendencia de las clases adineradas a vivir en un mundo diferente y una realidad distinta de la que viven los pobres y la clase media”.
Hubo una época en la que “mudarse” significaba irse a una ciudad más pequeña alejada de la congestionada vida urbana. Eran vecindarios tranquilos, cómodos y asequibles a la mayoría de las personas con un trabajo decente. Sin embargo, los repartos modernos son cada vez más uniformes en cuanto a apariencia y clase social.
El ingreso es clave
Los expertos le llaman a este fenómeno “segregación residencial por ingresos”, lo cual significa que en muchos casos no basta con tener un trabajo decente. Cada vez más, las personas adineradas tienden a agruparse en zonas donde viven familias con condiciones financieras similares. Y los pobres viven con otros pobres.
La familia Patton no buscaba deliberadamente un vecindario concorde a sus ideas y situación económica. La pareja sólo quería una vida más adecuada a sus necesidades y dio la casualidad que la comunidad planificada más cercana, con todo lo que eso conlleva, fue la que ellos seleccionaron.
“No disponíamos de un patio para los dos niños”, dijo Gayle Patton, cuya hija nació posteriormente. “Nos preocupaba la escuela y ambos somos grandes defensores de la educación pública. Sabíamos que tendríamos que mudarnos”.
El largo tramo que tenían que recorrer en la autopista Katy desde The Woodlands, además de la ROSA ROSARIO: con sus hijos Jessica y Carlos Guerrero, frente a su apartamento en el vecindario de Gulfton, en Houston. congestión de tránsito, los llevó a buscar una vivienda más cercana.
“Era Fall Creek o nada”, dijo Dan Patton. “Teníamos amistades aquí a quienes les gustaba. Nosotros estamos contentos”.
Sus vecinos también están satisfechos. Patton dice que a menudo se mudan a otra casa mayor en Fall Creek a medida que sus familias aumentan. Se trata de una comunidad estable y atractiva. ¿ Qué más se puede pedir?
Los efectos
Pero lo que preocupa a quienes estudian la segregación residencial vinculada a las clases sociales son las implicaciones de esos sucesos. ¿ Cuál es el papel que desempeña esta tendencia en estimular las divisiones políticas? Eso es materia de especulación amplia.
El periodista Bill Bishop expresa en su libro publicado en 2008 bajo el título The Big Sort ( La gran selección) que la gente está escogiendo vivir entre personasafinesculturalmente, no sólo por similitud económica. La preferencia por estilos de vida y opiniones iguales está dividiendo al país, según Bishop, y está convirtiendo los diferentes mundos de la población en “gigantescos circuitos de retroalimentación”.
Independientemente de si un incremento de la separación cultural estimula una mayor división o si es el resultado directo de eso, datos de 2010 aportados por la oficina del Censo indican que la clase se está convirtiendo en la característica distintiva de los vecindarios estadounidenses, sobre todo en Texas.
La puntuación de la ciudad de Houston en el índice de segregación residencial por ingresos del Centro Pew es 61, una cifra que sólo es comparable con la de Dallas, un punto menos, entre las 10 ciudades más grandes del país.
San Antonio tiene una puntuación de 63, con lo que lidera a las principales urbes de la nación.
Como Houston ha crecido mucho en las últimas décadas y ha duplicado su tamaño desde 1980 a 2010, el aumento de vecindarios divididos por clases ha sido notable.
La puntuación de 61 refleja que el 24 por ciento de las familias adineradas comparte una zona con una mayoría de personas de altos ingresos, y que el 37 por ciento de los hogares de bajos ingresos está en una situación similar, pero en la parte inferior.
En 1980, dicha puntuación era de 32, con sólo un siete por ciento de las zonas censadas que contenían una mayoría de familias de altos ingresos.
Los expertos advierten que a medida que aumenta la desigualdad de ingresos es inevitable que la diferencia entre ricos y pobres también aumente.