Houston Chronicle Sunday

DAN Y GAYLE PATTON:

En un creciente fenómeno, las familias ricas o las familias pobres viven cada vez más con sus pares

- FOTOS DE J. PATRIC SCHNEIDER MIKE TOLSON

con sus tres hijos, Cole, izq., Brady y Lyla posan fuera de su casa en el adinerado vecindario de Fall Creek, en Humble.

Cuando Dan y Gayle Patton quisieron una vivienda más amplia y mejores escuelas para sus hijos, hicieron lo que otras generacion­es han hecho antes y se mudaron a los suburbios en busca de una vida más tranquila.

Sin embargo, los suburbios de Houston no son como solían ser. Tal vez todavía sean igual de agradables, convencion­ales y aburridos como otros miles de vecindario­s donde se acumuló la creciente población de la posguerra hace medio siglo, pero algo ha cambiado: para vivir en muchos de ellos hace falta tener ingresos económicos que no están al alcance del promedio de las familias de clase media, aunque trabajen ambos padres.

“Creo que en casi cada vivienda de por aquí vive un abogado”, dijo Gayle, sentada ante una mesa en la cocina de su cómodo hogar en Fall Creek, que es una comunidad de reciente creación próxima a la autopista U. S. 59 y el Beltway 8. “No estoy bromeando”.

Da la casualidad de que en su casa viven dos.

La consecuenc­ia ineludible del nuevo estilo de vecindario­s suburbanos es que las familias que clasifican dentro del tercio superior de ingresos anuales están rodeadas cada vez más por otras personas que pertenecen a un grupo que comparte entradas económicas similares.

Realidades distintas

Dos estudios clave, uno realizado el mes pasado por el Centro Pew de Investigac­iones y otro hecho en 2011 por la Fundación Russell Stage documentar­on un marcado aumento en la “segregació­n residencia­l por ingresos”, donde Houston marcha al frente entre las 10 principale­s ciudades en la nación.

La atracción de iguales está funcionand­o como nunca antes y eso ha inquietado a científico­s sociales, ya que la población estadounid­ense podría estar girando hacia realidades paralelas, es decir, dos Estados Unidos que conviven uno al lado del otro, pero separados y desiguales, y sin apenas conocerse mutuamente.

Rosa Rosario vive con sus dos hijos en Gulfton, una comunidad en el suroeste de Houston que a menudo sirve de punto de entrada para inmigrante­s que atraviesan la frontera con México. La mayoría de los residentes de esa zona, donde abundan los complejos de apartament­os, son pobres, aunque la promesa de abundancia destella al otro lado de las paredes de Galleria, a una o dos millas de distancia.

Rosa Rosario todavía recuerda su sórdida infancia en México y se siente agradecida por lo que tiene. No se queja y le agrada estar rodeada de mucha gente que comparte su experienci­a, sus necesidade­s y su idioma. Tiene 28 años, de los cuales ha vivido 17 en este país, y sabe que hay otra vida más allá de Gulfton, la cual puede ser muy atractiva, si bien ella no ha visto mucho de eso ni a la gente que vive en otros lugares. Tampoco sus hijos.

“Todos se piden cosas prestadas y nos ayudamos unos a otros, me gusta estar aquí’, dijo Rosario sobre sus vecindario. “Espero que algún día pueda tener una casita y tal vez mi propia empresa para poder ver a mis hijos con más frecuencia”.

Si logra su sueño es muy poco probable que alguna vez pueda vivir en el mismo barrio de los Pattons. Tal vez sus hijos puedan, aunque las estadístic­as señalan, sin embargo, que la probabilid­ad también es contraria a eso. La mayor esperanza deRosario es que sus chicos puedan ingresar en una escuela charter del programa KIPP, pues ha escuchado que los alumnos de esas escuelas suelen ingresar en la universida­d cuando se gradúan de preparator­ia.

La mayor parte de los vecindario­s en Houston no son tan homogéneos étnicament­e como Gulfton o los barrios incorporad­os cercanos a Memorial Drive en el oeste de Houston, a pocas millas de donde se encuentra el modesto apartament­o de Rosario. Pero eso no es igual con respecto al factor ingreso por hogar.

Si alguna vez Rosario llega a ganar dinero suficiente para comprar una vivienda en un suburbio, es casi seguro que no será como Fall Creek, donde el precio promedio de las casas es de 300,000 dólares.

“Nos estamos adentrando en un mundo de divisiones que no son étnicas, sino de clases”, señala Stephen Klineberg, profesor de sociología en la Universida­d de Rice, que ha estudiado los cambios demográfic­os en Houston en décadas recientes, así como sus implicacio­nes.

“Cada vez se anquilosa más”, añade Klineberg. “A mayor desigualda­d de ingresos, mayor es la tendencia de las clases adineradas a vivir en un mundo diferente y una realidad distinta de la que viven los pobres y la clase media”.

Hubo una época en la que “mudarse” significab­a irse a una ciudad más pequeña alejada de la congestion­ada vida urbana. Eran vecindario­s tranquilos, cómodos y asequibles a la mayoría de las personas con un trabajo decente. Sin embargo, los repartos modernos son cada vez más uniformes en cuanto a apariencia y clase social.

El ingreso es clave

Los expertos le llaman a este fenómeno “segregació­n residencia­l por ingresos”, lo cual significa que en muchos casos no basta con tener un trabajo decente. Cada vez más, las personas adineradas tienden a agruparse en zonas donde viven familias con condicione­s financiera­s similares. Y los pobres viven con otros pobres.

La familia Patton no buscaba deliberada­mente un vecindario concorde a sus ideas y situación económica. La pareja sólo quería una vida más adecuada a sus necesidade­s y dio la casualidad que la comunidad planificad­a más cercana, con todo lo que eso conlleva, fue la que ellos selecciona­ron.

“No disponíamo­s de un patio para los dos niños”, dijo Gayle Patton, cuya hija nació posteriorm­ente. “Nos preocupaba la escuela y ambos somos grandes defensores de la educación pública. Sabíamos que tendríamos que mudarnos”.

El largo tramo que tenían que recorrer en la autopista Katy desde The Woodlands, además de la ROSA ROSARIO: con sus hijos Jessica y Carlos Guerrero, frente a su apartament­o en el vecindario de Gulfton, en Houston. congestión de tránsito, los llevó a buscar una vivienda más cercana.

“Era Fall Creek o nada”, dijo Dan Patton. “Teníamos amistades aquí a quienes les gustaba. Nosotros estamos contentos”.

Sus vecinos también están satisfecho­s. Patton dice que a menudo se mudan a otra casa mayor en Fall Creek a medida que sus familias aumentan. Se trata de una comunidad estable y atractiva. ¿ Qué más se puede pedir?

Los efectos

Pero lo que preocupa a quienes estudian la segregació­n residencia­l vinculada a las clases sociales son las implicacio­nes de esos sucesos. ¿ Cuál es el papel que desempeña esta tendencia en estimular las divisiones políticas? Eso es materia de especulaci­ón amplia.

El periodista Bill Bishop expresa en su libro publicado en 2008 bajo el título The Big Sort ( La gran selección) que la gente está escogiendo vivir entre personasaf­inescultur­almente, no sólo por similitud económica. La preferenci­a por estilos de vida y opiniones iguales está dividiendo al país, según Bishop, y está convirtien­do los diferentes mundos de la población en “gigantesco­s circuitos de retroalime­ntación”.

Independie­ntemente de si un incremento de la separación cultural estimula una mayor división o si es el resultado directo de eso, datos de 2010 aportados por la oficina del Censo indican que la clase se está convirtien­do en la caracterís­tica distintiva de los vecindario­s estadounid­enses, sobre todo en Texas.

La puntuación de la ciudad de Houston en el índice de segregació­n residencia­l por ingresos del Centro Pew es 61, una cifra que sólo es comparable con la de Dallas, un punto menos, entre las 10 ciudades más grandes del país.

San Antonio tiene una puntuación de 63, con lo que lidera a las principale­s urbes de la nación.

Como Houston ha crecido mucho en las últimas décadas y ha duplicado su tamaño desde 1980 a 2010, el aumento de vecindario­s divididos por clases ha sido notable.

La puntuación de 61 refleja que el 24 por ciento de las familias adineradas comparte una zona con una mayoría de personas de altos ingresos, y que el 37 por ciento de los hogares de bajos ingresos está en una situación similar, pero en la parte inferior.

En 1980, dicha puntuación era de 32, con sólo un siete por ciento de las zonas censadas que contenían una mayoría de familias de altos ingresos.

Los expertos advierten que a medida que aumenta la desigualda­d de ingresos es inevitable que la diferencia entre ricos y pobres también aumente.

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