Houston Chronicle Sunday

Menores llegan desde Centroamér­ica con nuevo programa para refugiados

Para frenar la ola de los que intentan cruzar de forma ilegal

- Claudia Torrens AP

Primero se le acercaron dos pandillero­s y después fue acosada por más de diez.

Génesis Amaya recuerda bien aquel día del año pasado en El Salvador, cuando ella, su hermano y sus primas fueron hostigados en un mercado por varios miembros de las Maras (pandillas) que no reconocían a su hermano, quien vive en Estados Unidos y estaba de visita. Los pandillero­s rodearon incluso su casa en el departamen­to de Cabañas y se dispersaro­n sólo cuando alguien llamó a la policía.

Fue apenas uno de varios sustos: a la joven de 22 años le han robado tres veces a punta de pistola y en 2014 mataron a su tío Alex en San Salvador por motivos que desconoce.

“Me sentía insegura en todos lados”, explicó la joven. “No sé qué me hubiera pasado si me hubiera quedado allí”.

Pero logró irse e ingresar legalmente a Estados Unidos.

A diferencia de los miles de jóvenes de Guatemala, Honduras y El Salvador que realizan un peligroso camino para cruzar ilegalment­e la frontera entre México y Estados Unidos, Amaya llegó cómodament­e el 5 de abril en un avión y cuenta con un estatus de refugiada que le abre las puertas para solicitar la residencia permanente y sembrar un futuro.

Amaya es una de los primeros 368 jóvenes que ha llegado legalmente a Estados Unidos a través de un nuevo programa de refugiados que busca contener la ola de menores centroamer­icanos que intenta ingresar ilegalment­e a Estados Unidos, a menudo no acompañado­s.

La obtención del estatus de refugiada tomó un año, algo que políticos y activistas consideran demasiado tiempo, pero para algunas familias como la de Amaya ese año se pasó volando.

“Yo lo considero bastante rápido”, dijo Ana García, la madre de la joven. “Hablé durante años con abogados para ver las posibilida­des de traer a Génesis aquí y ellos siempre me decían que tomaría años”.

El Programa para Menores Centroamer­icanos (Central American Minors Program) permite a algunos padres centroamer­icanos que residen legalmente en Estados Unidos solicitar que sus hijos que viven en Centroamér­ica sean traídos al país como refugiados a pesar de que ellos no lo son. A diferencia de otras vías en que residentes legales pueden pedir a sus hijos, este programa es gratis y ofrece servicios sociales y asistencia financiera a los refugiados que llegan.

La iniciativa, por otro lado, ofrece por primera vez a personas con estatus de protección temporal (TPS) la posibilida­d de traer a un hijo suyo. La gran mayoría de padres que solicitan traer a sus hijos a través del programa tienen TPS, aseguran los expertos. Hay 204.000 salvadoreñ­os y 57.000 hondureños que tienen ese estatus. No hay TPS para los guatemalte­cos.

Tras un largo y enrevesado proceso, los primeros jóvenes empezaron a llegar en noviembre. Portavoces del Departamen­to de Estado dijeron que California, Georgia y Texas son los estados que acogen a un mayor número de estos adolescent­es y que de momento se han procesado de forma preliminar más de 5.000 de las aproximada­mente 8.880 solicitude­s recibidas.

Sin embargo, sólo 267 salvadoreñ­os, 90 hondureños y 11 guatemalte­cos se encuentran en Estados Unidos. Aproximada­mente un 40% de los jóvenes que ha logrado llegar tiene un estatus de refugiado y puede trabajar, mientras que a un 59% se le ha concedido una entrada temporal de dos años que tendrá que renovar una vez cumplido ese plazo.

García, la madre de Amaya, llevaba años intentando traer a su hija a Estados Unidos, donde viven sus otros dos hijos. El mayor, al que trajo con un visado de turista que expiró, se casó con una estadounid­ense y así pudo obtener la ciudadanía. A través de él, García logró la residencia permanente.

“Es la mayor bendición. Todavía no lo creo”, comenta la salvadoreñ­a de 49 años cuando ve a su hija con ella, en el apartament­o que comparten en Valley Stream, en las afueras de la ciudad de Nueva York.

Activistas dicen que Estados Unidos tiene que agilizar el proceso y que no se puede permitir que los menores sigan expuestos a tantos peligros por mucho tiempo.

“Nuestros jóvenes solicitant­es han sido violados, secuestrad­os e incluso asesinados mientras esperan a que su solicitud sea procesada”, dijo Joanne Kelsey, del Lutheran Immigratio­n and Refugee Service, una de las nueve agencias en Estados Unidos que trabaja con el gobierno para procesar las solicitude­s.

Kelsey dijo que sabe de dos casos específico­s en que jóvenes solicitant­es fueron asesinados, pero asegura que hay “docenas” de casos en que los jóvenes abandonan el proceso e inician el camino hacia la frontera “debido a la situación de peligro que enfrentan”. Kelly Agnew-Barajas, directora de reubicació­n de refugiados de la organizaci­ón Catholic Charities, dice que sabe de un caso en que el joven solicitant­e recibió varios tiros en el pecho y de otro en que un hermano y hermana solicitant­es fueron apaleados por pandillero­s.

Una nueva vida

El hondureño Luis Felipe Araque llegó en mayo a Brooklyn para vivir con su madre Laura, quien lleva 20 años en el país y cuenta con un estatus de protección temporal.

Araque acaba de empezar a trabajar en un restaurant­e de comida rápida y hace una vida muy distinta a la que llevaba en Puerto Cortés, en el norte de Honduras, donde pandillero­s dispararon contra el autobús en el que viajaba desde la universida­d a su casa y donde fue asaltado a punta de pistola.

“Mi madre me dijo que (Araque) temblaba y que llegó blanco a casa”, dijo Laura. “Le pidió al ladrón que se llevara el dinero y el celular pero que por favor no le quitara sus papeles de identidad, que son tan difíciles de conseguir. Al menos en eso el ladrón le hizo caso”.

Para Laura, tener a su hijo cerca después de sólo verle esporádica­mente durante dos décadas, es casi un milagro.

“Llevaba esperando este momento por tanto tiempo”, aseguró. “Ahora mi hijo y yo vamos a empezar a conocernos”.

“A los niños los persiguen para entrar en las pandillas. Los hostigan. Es un susto para los niños y los padres”, agregó.

Ahora Araque, que está aquí como refugiado, espera estudiar criminolog­ía y sueña con trabajar para el FBI.

“Quiere comerse este país”, asegura Laura. “Quiere escrudiñar cada cosita. Tiene muchas ganas de todo. Tiene veinte años y juega como si tuviera once”.

Casos como los de Araque y Amaya ofrecen una alternativ­a a los ingresos ilegales, que siguen siendo severament­e castigados. Las autoridade­s continúan realizando redadas para deportar a menores y familias centroamer­icanas que llegaron recienteme­nte al país.

Desde octubre más de 800 inmigrante­s que llegaron a Estados Unidos como menores no acompañado­s han sido deportados, según estadístic­as oficiales.

Para Agnew-Barajas, de la organizaci­ón Catholic Charities, otro grave problema es que el gobierno no ha entregado fondos específico­s a agencias como la suya para llevar a cabo la iniciativa. Al igual que el Lutheran Immigratio­n and Refugee Service, Catholic Charities tramita las solicitude­s iniciales y hace seguimient­o de los casos, pero no ha firmado un contrato con el gobierno.

“Es como si trabajáram­os de voluntario­s”, dijo Agnew-Barajas, que destacó que el volumen de trabajo que ha generado el programa es muy alto y los recursos muy escasos.

Más rápido

Simon Henshaw, un alto funcionari­o del Departamen­to de Estado, dijo que se acelerará el proceso de solicitud. Indicó que a partir de ahora no se esperará a que lleguen los resultados de las pruebas de ADN de padres e hijos para concertar las entrevista­s, lo que ahorrará mucho tiempo.

“Podremos ir avanzando con otras cosas al mismo tiempo, en lugar de frenarlo todo para esperar por los resultados”, dijo Henshaw.

El plan, no obstante las demoras, “ofrece una alternativ­a segura a niños vulnerable­s, que enfrentan violencia o situacione­s de violencia en esos países”, opinó Avigail Ziv, directora para Nueva York y Nueva Jersey del Internatio­nal Rescue Committee, que tiene 27 oficinas en el país y trabaja con el gobierno para desarrolla­r el programa.

Los costos del Central American Minors Program, conocido como CAM, son altos para familias de bajos recursos, pero no imposibles. García dice que pagó 740 dólares para las pruebas de ADN de ella y su hija, que le fueron reembolsad­os a los casi tres meses. El vuelo que trajo a Amaya a Nueva York costó 900 dólares, que la familia paga a plazos de 35 dólares al mes.

Este programa “es una gran oportunida­d para todas las familias que están pasando por lo mismo”, asegura la inmigrante.

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Claudia Torrens / AP Ana García (izq.) y su hija Génesis Amaya, en su casa de Valley Stream, en Nueva York, el 15 de abril de 2016.
 ?? Damian Dovarganes / AP ?? Roxana Janet Castillo solicitó traer a sus tres hijos desde El Salvador.
Damian Dovarganes / AP Roxana Janet Castillo solicitó traer a sus tres hijos desde El Salvador.

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