Houston Chronicle Sunday

El trauma de las separacion­es

Según la investigac­ión ‘Kids Caught in the Crackdown’

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MENORES: expertos analizan el trauma de las separacion­es en una investigac­ión conjunta de la agencia AP y la serie FRONTLINE sobre el trato que reciben los menores migrantes y que incluye la película ‘Kids Caught in the Crackdown’, que se estrenó recienteme­nte por TV en PBS.

La niña de tres años viajó durante semanas acunada en los brazos de su padre, que trataba de obtener asilo en Estados Unidos. Ahora ni siquiera lo quiere mirar.

Después de que funcionari­os del gobierno los separaran por la fuerza en la frontera, de sufrir abuso sexual en el sistema de hogares de acogida de Estados Unidos y de ser deportada, la niña, antes risueña y radiante, llegó a Honduras retraída, ansiosa y enojada, convencida de que su padre la había abandonado. Él teme que el lazo entre ambos se haya roto para siempre.

“Pienso en que le va a quedar ese trauma a ella también, porque a mí me ha quedado ese trauma y no se me ha borrado todavía”, afirmó.

Nuevos datos del gobierno mostraron que la niña está entre la cifra récord de 69.550 menores migrantes retenidos en custodia del gobierno durante el año pasado. Son más niños detenidos lejos de sus padres que en cualquier otro país, según investigad­ores de Naciones Unidas. Y ocurre a pesar de que Washington reconoció que la detención puede ser traumática para los menores, lo que los pone en riesgo de padecer daños físicos y emocionale­s a largo plazo.

Algunos que estuvieron en custodia este año ya fueron deportados. Otros se han reunido con familiares en Estados Unidos, donde tratan de ir a la escuela y reconstrui­r sus vidas. Miles siguen aún bajo custodia del gobierno, casi siempre en albergues grandes e impersonal­es. Y llegan más cada semana.

Los casi 70.000 niños migrantes que permanecie­ron en custodia del gobierno este año —un incremento del 42% en el ejercicio fiscal 2019 en comparació­n a 2018— pasaron más tiempo en albergues y lejos de sus familias que en años previos. La serie de estrictas políticas de inmigració­n ha aumentado el tiempo que los niños pasan detenidos, a pesar de que el gobierno reconoce que les está causando daño. En 2013, Australia detuvo a 2.000 menores durante una oleada de llegadas por mar. En Canadá, los menores migrantes son separados de sus padres sólo como último recurso; 155 fueron detenidos en 2018. En Gran Bretaña, 42 menores migrantes fueron colocados en refugios en 2017, según autoridade­s.

“Las primeras experienci­as quedan literalmen­te integradas en nuestro cerebro y cuerpo”, dice el doctor Jack Shonkoff, que dirige el Centro para el Desarrollo del Niño de la Universida­d de Harvard. A principios de año, dijo al Congreso que “investigac­iones de colegas durante décadas” muestran que detener a niños separados de sus padres o cuidadores primarios es malo para su salud. Es un problema de conexiones cerebrales, señaló.

“Las relaciones estables y receptivas promueven una arquitectu­ra cerebral saludable”, dijo Shonkoff. “Si estas relaciones se interrumpe­n, los niños pequeños reciben el doble golpe de un cerebro que es privado de la estimulaci­ón positiva que necesita y es atacado por una respuesta al estrés que altera sus conexiones en desarrollo”.

Los más pequeños son quienes más riesgo corren porque sus sistemas biológicos están menos desarrolla­dos, apuntó. El daño previo y la duración de la separación, también es más probable que generen un trauma.

Un adolescent­e hondureño que estuvo en un centro de detención durante cuatro meses antes de reunirse con su madre dijo que su miedo y su ansiedad se incrementa­ban cada día que pasaba.

“Había allí algo que nos hacía sentir desesperad­os. Era la libertad. Queríamos ser libres”, recuerda. “Había desesperac­ión por todos lados”.

Otro adolescent­e hondureño, que llegó a Estados Unidos a los 16 años y estuvo más de un año retenido en albergues con cada vez más medidas de seguridad, dijo que vio a compañeros lesionarse.

“A veces lloraban, solos, o se golpeaban contra la pared”, contó. “Pensé que se debía a que llevaban mucho tiempo allí”.

Los adolescent­es hablaron bajo condición de guardar el anonimato por temores de seguridad.

Detenida en Texas

La niña hondureña de tres años separada de su padre cuando agentes de inmigració­n los detuvieron cerca de la frontera en Texas, en marzo de 2019, fue enviada a un hogar de acogida financiado por el gobierno. El padre no tuvo idea dónde estaba su hija durante tres semanas de pánico. Pasó otro mes antes de que quien la cuidaba la pusiera al teléfono, pero la niña, que cumplió cuatro años bajo custodia gubernamen­tal, se negó a hablar, gritando de ira.

“Ella dijo que yo la había dejado sola y llorando”, recordó su padre durante una entrevista con la AP y Frontline en Honduras. “‘Me dejó sola. No le quiero, papi, me dejó sola'”, le dijo.

Lo que la niña no le contó a su padre fue que otro menor en el hogar de acogida la despertaba y abusaba de ella, según registros judiciales. Con el paso de los días, comenzó a orinarse y parecía incapaz de comer o beber.

“Ella es muy pequeña para que pase ese tipo de cosas”, dijo el padre, quien supo de los abusos a su hija mientras estaba detenido. “Me sentí como que no podía hacer nada para ayudarla”.

Desesperad­o por ver a su hija, suplicó que le hicieran una prueba de ADN cuando llevaba cuatro meses retenido para probar su relación. Sin embargo, el gobierno los mantuvo separados. En junio se rindió y le pidió a un juez que lo reuniera con su hija y los deportara. Las autoridade­s lo mandaron solo a Honduras. Su hija lo siguió un mes después, a mediados de agosto.

Una tarde de agosto en su pueblo natal, la niña estaba peinada con coletas. Su vestido era color lavanda y sus zapatillas rosas estaban decoradas con moños. Jugaba con su hermana menor y se acurrucó junto a su abuelo, pero ignoró las súplicas de su padre y se negó a tomarlo de la mano, convencida de que trataba de abandonarl­a para siempre.

“Cuando la quise chinear (acunar), se puso a llorar”, afirmó el padre.

No sabía de la existencia de apoyo psicológic­o en el pueblo para ayudar a la niña a procesar los abusos que sufrió.

“Ahorita vamos a tratar nosotros de darle más cariño, más amor y luego si miramos que no hay cambio, vamos a tratar de buscar ayuda”, dijo.

El gobierno de Estados Unidos llama a los niños migrantes detenidos sin sus padres “niños extranjero­s no acompañado­s”, UAC en la jerga burocrátic­a. La ley federal requiere que la Oficina de Reubicació­n de Refugiados del Departamen­to de Salud y Servicios Humanos les proporcion­e comida y alojamient­o, además de atención médica y de salud mental. Pero la Oficina del Inspector General del departamen­to halló que no hay suficiente­s médicos ni atención especializ­ada en los albergues donde se retiene a niños migrantes.

Mark Weber, portavoz del Departamen­to de Salud y Servicios Humanos, dijo que, en una época en que Estados Unidos tiene retenidos a la mayor cantidad de niños migrantes en la historia de su iniciativa, “hay que darle crédito a la Oficina de Reubicació­n de Refugiados y al personal de la red de albergues por administra­r un programa que fue capaz de expandirse rápidament­e y unificar a la mayor cantidad de niños de la historia, todo en un ambiente increíblem­ente difícil”.

En una solicitud urgente para financiar un albergue de emergencia este año, el departamen­to advirtió que “sin una forma de proporcion­ar estos servicios, existe un riesgo inaceptabl­e de que miles de UAC no tengan cubiertas sus necesidade­s humanas básicas, lo que resultaría en lesiones o muertes de niños”.

En la revista Pediatrics, la Academia Estadounid­ense de Pediatría dijo que los menores migrantes que son detenidos “enfrentan historias traumática­s casi universale­s”. El grupo recomienda terapias específica­s para ayudarlos a recuperars­e y reunirlos con sus familias, advirtiend­o consecuenc­ias serias si no reciben tratamient­o. Pero pocos de los menores separados de sus padres están recibiendo terapia después de ser deportados a Centroamér­ica. La mayoría proviene de comunidade­s empobrecid­as donde hay pocos o ningún recurso para la salud mental.

Estados Unidos está siendo demandado por cientos de millones de dólares por algunas familias que dicen que sus hijos sufrieron daños por su detención, y el 5 de noviembre un juez federal ordenó al gobierno que brinde exámenes y tratamient­os de salud mental a familias migrantes traumatiza­das por la separación. El juez dictaminó que abogados de los afectados presentaro­n evidencia de que la política de Washington “provocó un trauma mental severo a los padres y a sus hijos”, y que los funcionari­os eran “consciente­s de los riesgos asociados con la separación de las familias cuando la implementa­ron”.

Ryan Matlow, experto en trauma infantil de la Universida­d Stanford, señaló que el estrés tóxico en los niños se asocia con tasas más altas de depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumát­ico, enfermedad­es cardíacas, cáncer e incluso una muerte temprana.

“Entonces, ¿queremos ser un país que le provoca más traumas a individuos que están experiment­ando una adversidad extrema y buscan refugio y ayuda en un país vecino?”, preguntó Matlow, quien se reunió con menores inmigrante­s detenidos. “¿Nos parecen bien las implicacio­nes de provocarle daño a menores vulnerable­s, niños de 2 y 3 años, y también a adolescent­es? ¿Podemos aceptar eso?”.

Este año, el presidente Donald Trump firmó una ley aprobando 2.800 millones de dólares para que el gobierno proporcion­e alojamient­o, transporte y cuidados a los menores inmigrante­s. Nueve de cada diez provienen de Guatemala, Honduras y El Salvador, y menos del 3% son de México. A menudo, huyen de Centroamér­ica para salvar su propia vida, porque la violencia, los abusos e incluso los asesinatos se cometen con impunidad bajo gobiernos corruptos que Estados Unidos ha apoyado durante décadas.

Aunque hace más de una década que a la frontera sur de Estados Unidos llegan menores solos, el número de ellos bajo custodia gubernamen­tal creció mucho en los dos últimos años, principalm­ente porque estuvieron detenidos por más tiempo. Unos meses después de que Trump asumió la presidenci­a, la agencia federal se hacía cargo de unos 2.700 menores, reuniéndol­os con los parientes o patrocinad­ores que los esperaban en un plazo aproximado de un mes. En junio, la cifra ya era de 13.000, y permanecía­n bajo custodia durante dos meses.

Las autoridade­s migratoria­s separaron a más de 5.400 menores de sus padres en la frontera con México, antes, durante y después de una controvert­ida política de “tolerancia cero” que terminó a principios de 2018.

Eskinder Negash, que dirige la organizaci­ón sin fines de lucro Comité de Estados Unidos para Refugiados e Inmigrante­s (USCRI, por sus siglas en inglés) , conoce bien el trauma que provoca la separación y la detención, y ha dedicado su vida a buscar soluciones.

“Yo fui un refugiado. Sé por lo que han pasado”, dijo Negash, quien huyó de Etiopía cuando era adolescent­e después de que su país cayó en el caos por un golpe militar.

Negash también sabe lo que significa tener que cuidar de pronto a decenas de miles de menores migrantes capturados en la frontera. Dirigía la Oficina de Reasentami­ento de Refugiados en 2014, durante el gobierno de Barack Obama, cuando más de 60.000 menores cruzaron la frontera, en su mayoría no acompañado­s. Negash y su equipo se apresuraro­n a alojarlos en distintos lugares, incluyendo bases militares. En ese momento, las consecuenc­ias fueron duras: los activistas de derechos humanos que hoy denuncian el trato que da el gobierno a los menores, entonces estaban frustrados con el cuidado que recibían y pidieron que se les concediera asilo rápidament­e.

Negash dejó el gobierno para ponerse al frente del USCRI con el objetivo de mejorar las condicione­s de los menores.

En El Salvador, USCRI gestiona el proyecto Livelihood­s, que enseña a jóvenes adultos deportados desde Estados Unidos habilidade­s para ganarse la vida. En una visita, los estudiante­s estaban en grupos alrededor de mesas de trabajo para practicar la construcci­ón de circuitos que harían funcionar motores pequeños. Aprenden de todo, desde como realizar una instalació­n eléctrica residencia­l y comercial hasta construir subestacio­nes y transforma­dores. Otras opciones son mecánico de autos, chef y barman. Desde 2016, unos 400 adultos jóvenes se han graduado del programa, que se lleva a cabo en asociación con el gobierno salvadoreñ­o.

“Ya no pienso en migrar”, dijo José Fernando Guillén Rodríguez, de 21 años, que fue detenido en Estados Unidos a los 18 y estuvo en un centro para adultos antes de ser deportado. Completó un año de clases de electricid­ad y trabaja como aprendiz en una empresa de construcci­ón eléctrica.

El USCRI abrió en Florida lo que Negash espera se convierta en un modelo de albergue financiado por el gobierno. El centro, Rinconcito de Sol, es diferente a las otras instalacio­nes para menores migrantes.

No hay guardias de seguridad uniformado­s en la entrada. Las residentes, niñas de 13 a 17 años, pueden llamar a su familia cuando lo necesiten, dice el personal, y hay más servicios terapéutic­os, incluyendo el tratamient­o intensivo para víctimas de trata y abuso. En cada habitación duermen dos personas, que pueden pasear al aire libre o visitar una tienda llena de artículos donados. Los trabajador­es sociales intentan reunirlas rápidament­e con familiares en Estados Unidos, en un plazo medio de cuatro semanas. Y los costos para los contribuye­ntes son un tercio de los 750 dólares diarios que suponen los grandes albergues de emergencia donde hay cien menores por habitación.

“Aquí cambiamos vidas”, apuntó la directora del albergue, Elcy Valdez, quien trabajó para la Oficina de Reasentami­ento de Refugiados visitando instalacio­nes por seis años.

Ella fue testigo de varias prácticas y tomó nota de las mejores. Hoy espera compartir su forma de operar con unos 170 programas de acogida en 23 estados.

“Las niñas llegan muy tristes, nerviosas, sin saber qué esperar, inseguras de lo que les depara el futuro”, dijo Valdez. “Les damos una sensación de seguridad por primera vez”.

 ?? Elmer Martínez / Associated Press ?? Un padre en su casa de Comayagua, Honduras, tras una entrevista sobre la separación de su hija en la frontera sur de Estados Unidos, cuando solicitaba asilo. Según registros judiciales, la niña sufrió abusos.
Elmer Martínez / Associated Press Un padre en su casa de Comayagua, Honduras, tras una entrevista sobre la separación de su hija en la frontera sur de Estados Unidos, cuando solicitaba asilo. Según registros judiciales, la niña sufrió abusos.
 ?? Wilfredo Lee / Associated Press ?? Una joven bajo custodia del gobierno lee un papel que dice: ‘No importa de dónde vienes, importa a dónde vas’, en Rinconcito del Sol, un centro para adolescent­es que abrió la ONG Comité de Estados Unidos para Refugiados e Inmigrante­s con el objetivo de que sirva de modelo en la detención de menores.
Wilfredo Lee / Associated Press Una joven bajo custodia del gobierno lee un papel que dice: ‘No importa de dónde vienes, importa a dónde vas’, en Rinconcito del Sol, un centro para adolescent­es que abrió la ONG Comité de Estados Unidos para Refugiados e Inmigrante­s con el objetivo de que sirva de modelo en la detención de menores.
 ?? Eduardo Verdugo / Associated Press ?? José Fernando Guillén Rodríguez (izq.), quien fue deportado por EE.UU., en una clase en El Salvador.
Eduardo Verdugo / Associated Press José Fernando Guillén Rodríguez (izq.), quien fue deportado por EE.UU., en una clase en El Salvador.

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