En 1929
Estados Unidos había caído en la mayor crisis económica de la historia, la llamada Gran Depresión, por lo que el gobierno acusó a los inmigrantes del sur de ser parte del problema y decidió expulsarlos.
sus cuatro hijos a una comunidad rural cerca de San Pedro Tlaquepaque, en el estado de Jalisco, donde se dedicó a trabajar en el mantenimiento de una granja.
Doña Elisa dice que ella y su hermana pronto se adaptaron a aquel pueblo donde los nuevos amigos de la infancia empezaron a llamarlas ‘las pochas’ por haber nacido en Estados Unidos.
La pobreza en esa zona era extrema, la familia arrejuntada en una pequeña choza de la granja, no había electricidad ni agua potable, poco tenían para comer, frijoles, si acaso con tortilla.
Pero a pesar de las carencias, doña Elisa asegura que vivían felices por estar juntos en familia.
“Por eso me gustaría decirles a los papás y a las mamás que ahora están pasando por esto de la deportación, que no dejen a sus hijos, que se mantengan unidos, porque es muy triste que dividan a las familias”, dijo doña Elisa.
Sin embargo, para doña Elisa esa felicidad t uvo su precio por la pobreza en la que vivían y porque no pudo estudiar.
“Allá no había oportunidades”, comentó. “Yo sólo estudié hasta cuarto de primaria, desde niña tuve que trabajar para ayudar en la casa”.
En 1947, cuando tenía 22 años, doña Elisa se casó con José Zamarripa, un hombre del pueblo que trabajaba por temporadas en los campos ag r ícolas de Estados Unidos como parte del programa Bracero.
Fue hasta 1966 que pudo regresar a California al solicitar ante el Consulado de Estados Unidos en Guadalajara que le fuera reconocida su nacionalidad.
Desde entonces v ive en Los Ángeles, donde trabajó en una fábrica mientras su esposo era lavaplatos en un restaurante. Sólo así, dice doña Elisa, fue posible sacar adelante a los 11 hijos que procrearon, porque en México no había oportunidades.
“En aquel entonces la gente se venía en busca de trabajo y ahora lo hacen por la