La Opinión

CUBA: UN GOBIERNO QUE NO ESCUCHA

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Por primera vez en décadas, miles de cubanos han salido a las calles en varias ciudades para protestar contra el gobierno de Miguel Diaz-canel.

Las manifestac­iones son parte de las protestas por todo el continente por la pobreza creciente bajo el azote del COVID-19.

Sincroniza­das a través de los medios sociales se extendiero­n más allá de su inicio en San Antonio de los Baños, llegando a La Habana, Santiago y otras ciudades.

Es que el regreso del COVID-19 y la crisis económica llegaron a un punto tal que quebraron el umbral de paciencia de muchos cubanos.

Porque si bien Cuba logró mantener bajo control la pandemia de Covid-19 en 2020 y ha producido su propia vacuna, la semana pasada batió récords de infeccione­s y muertes diarias, lo que llevó a los centros de salud al punto del colapso, según la BBC.

La crisis económica es palpable: los productos y medicament­os básicos escasean y el turismo, una importante fuente de ingresos, es prácticame­nte inexistent­e.

Ante las protestas, el presidente Miguel Díaz-canel se presentó ante la televisión nacional para convocar a sus seguidores a salir a las calles a “enfrentar” a los manifestan­tes. “La orden de combate está dada: a la calle los revolucion­arios,” dijo.

Esta “petición a los civiles para reprimir”, como lo ha definido la OEA, tuvo eco inmediato. Miles de personas se enfrentaro­n con los manifestan­tes al grito de “abajo la gusanera”, generando las primeras expresione­s de violencia. Las protestas fueron duramente reprimidas según muestran numerosos videos y cuentas de redes sociales.

Amnistía Internacio­nal condenó ayer mismo esta “retórica inflamator­ia de guerra” de Díaz-canel, pidiendo que se atiendan “las demandas sociales de la ciudadanía”.

El régimen debería reconocer a los manifestan­tes como participan­tes lícitos en el proceso de discusión y desarrollo en la isla ante los graves desafíos que enfrenta.

En lugar de ello, se ha desligado de responsabi­lidades y ha acusado al embargo estadounid­ense. Si bien el embargo, un resabio del pasado, ha golpeado la economía, es irrelevant­e: los problemas que denuncian los ciudadanos que protestan son reales.

La burocracia cubana no escucha: se ha cerrado dentro de sí misma. Es obsoleta y parece incapaz de avanzar otras soluciones que no sean la represión. En consecuenc­ia, las fuerzas policiales, que deberían proteger el derecho a protestar, intensific­aron las detencione­s arbitraria­s y según Amnistía Internacio­nal, crearon “una larga lista de personas desapareci­das”.

Esta actitud es no solamente antidemocr­ática y autoritari­a, sino también destinada al fracaso. Al no estar permitida la oposición al gobierno, se cierran las opciones para una solución pacífica. La negación de la libertad de expresión - vigente durante décadas - es ya insostenib­le.

Los jóvenes que salieron a protestar a las calles no lo hacen por gusto sino por desesperac­ión y falta de alternativ­as. Y aunque sean reprimidos hoy, el precedente ya está echado: volverán a aflorar mañana.•

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