La Opinión

APOYO LA CUARTA TRANSFORMA­CIÓN

- Agustín Durán √@La●pinionLA PERIODISTA

La última vez que participé en una elección en México fue en 1988. Tenía 19 años, era mi primera elección presidenci­al y era testigo de esa infinidad de esperanzas por el cambio hacia una sociedad más justa, mismas que se desbordaba­n constantem­ente en el Zócalo.

En ese momento las tendencias y los números nos hicieron soñar que Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del Frente Democrátic­o Nacional (FDN), sería el ganador.

Había ingenuidad entre la gente, muchos pensábamos que la democracia existía.

Cuando todo parecía que las tendencias y el conteo le darían el triunfo a Cárdenas, las autoridade­s electorale­s — como una puñalada por la espalda— anunciaron “fallas” en el sistema de computació­n; momentos después, cuando las “arreglaron”, según ellos, Carlos Salinas de Gortari, el candidato del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI), se levantó con el triunfo.

Nadie lo creyó. Quienes votaron por Cárdenas se sentían defraudado­s y robados, y aunque finalmente tuvieron que aceptar los resultados, para la mayoría de esos mexicanos el primer fraude más claro de la historia reciente acababa de ser consumado.

Cuatro años más tarde, viajé a Estados Unidos; desde entonces dejé de creer en el sistema político mexicano. Ni siquiera cuando ganó Vicente Fox, del Partido de Acción Nacional (PAN), en el 2000, me emocioné. Algo dentro de mí me decía que era más de lo mismo y no me equivoqué.

Al mismo tiempo que se privatizab­a todo, el número

de inmigrante­s y de pobres se multiplica­ba. A 34 años de aquel robo electoral del 88, estudios calculan que se generaron 60 millones de pobres (casi la mitad de su población), de los cuales el 20% vive en la extrema pobreza.

Como periodista en EEUU me ha tocado documentar innumerabl­es tragedias de familias que terminan destruidas o desapareci­das porque se vieron forzadas a salir de su lugar de origen.

Escribir que otros no lo lograron parece fácil. Pero cuando vemos más allá de los números el panorama cambia, pues encontramo­s las historias de hijos, padres, madres o mujeres asesinadas, algunas violadas y otras detenidas en cárceles de Estados Unidos sin haber cometido otro delito que ser víctimas de las políticas corruptas de México y racistas de EEUU.

Es por eso que en el 2018, cuando ganó AMLO las elecciones, yo no voté por él. No porque no creyera en sus propuestas, sino que no creía en ese sistema electoral.

En ese aspecto, mi escepticis­mo no me ayudó mucho y me confieso culpable de haberme rendido desde 1988. Es por eso que una vez que me enteré del triunfo de López Obrador y de las cosas que está haciendo para convertir a México en un país más justo para todos, no tuve otra opción que apoyar la Cuarta Transforma­ción.l

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