La Prensa - Orlando

El drama de los niños sin casa y sin escuela

Algunos padres enfrentan grandes desafíos a la hora de matricular a sus hijos en la escuela por falta de una dirección residencia­l permanente

- MIGDALIA FERNÁNDEZ

Naomi ‘Nani’ Gage, de 8 años, y Elizabeth ‘Liz’ Dávila, de 12, son dos niñas que disfrutan de las películas de Disney, les gusta cantar y ver la televisión.

Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los niños de su edad, ellas no van a la escuela.

Como muchos otros niños en el Condado Osceola y en la Florida Central, las menores forman parte de la creciente ola de familias hispanas sin techo.

A veces se quedan en un hotel y, a veces, cuando el dinero no alcanza, hay que ingeniárse­las para ver dónde pasar la noche.

La Prensa convivió con esta familia durante su intento por lograr una transición de la calle a un hogar.

“La seguridad mía y la de mis hijas es lo más importante, la escuela es algo que ellas pueden reponer después”, dijo Juanita Dávila, madre de las niñas durante una entrevista en la habitación de un motel.

Dávila dijo que escapó de una relación violenta una noche de diciembre de 2014 con sus dos hijas. Solamente le dio tiempo a empacar algunas piezas de ropa y huyó de la residencia donde vivía. Esa misma noche buscó ayuda de un policía.

El oficial la llevó a todos los refugios del área, pero no tenían cabida. Un buen samaritano les pagó una noche en un motel.

Y así la vida de esta madre fue girando en espiral hasta su decisión de abandonar la Florida.

Las cifras hablan pero no del todo

En el Condado de Osceola, hay unos 3,578 niños sin hogar que asisten a las escuelas públicas, según cifras oficiales de enero de 2015.

Al final del año pasado, “tuvimos más de 4,300” niños desamparad­os registrado­s, dijo Leslie Campbell, directora de Programas Es- peciales del Condado Osceola.

Se anticipa que finales de este año escolar la cifra aumentará a entre 4,500 y 6,000 estudiante­s sin hogar. Este número solamente refleja la superficie del problema pues hay muchos otros niños que, como Nani y Liz, no asisten a la escuela y no se cuentan en estas cifras de menores indigentes por no contar con una dirección residencia­l estable.

Esta dificultad les impide a los niños tener una rutina escolar. Y matricular­los en una es- cuela es una tarea cuesta arriba.

Otra opción son los hogares refugio. Sin embargo, muchos están llenos y el ambiente no es el más propicio para los niños.

Después de una noche a la intemperie cerca de un Wal-Mart, una semana en un motel de la 192 en Kissimmee, otros días más en la calle cerca del Wal-Mart y en un motel de St. Cloud, un trabajador social de All-Resource Center le consiguió a Dávila y a sus hijas cabida en una casa refugio para mujeres del Salva- tion Army por la calle Colonial.

Según cuenta Dávila, ese fue el punto culminante para tomar la decisión de irse de Florida, de donde ella ya se marchó.

“Fue la peor experienci­a de nuestras vidas, no quiero llevar a mis hijas a ese lugar nunca más”, dijo Dávila sobre los llamados ‘shelters’ para desamparad­os. “Hubiera preferido dormir en la calle”.

En aquel refugio, localizado en otro Condado, las niñas y ella pasaron una noche sin poder dormir, de acuerdo con su relato.

En la escuela primaria de Lakeview, una empleada le dio un documento de inscripció­n que solicitaba entregar en un plazo prueba de residencia.

“Me dijo que si no le llevaba esa prueba, me sacaban a la nena de la escuela”, explica Dávila quien no tenía su nombre en un contrato de renta como le pidieron.

Ella explica que en ningún momento le dijeron que existía una vena de ayuda para las familias en transición (FIT).

En su desesperac­ión y por miedo, desistió de continuar el proceso de matrícula, pues de todos modos su ubicación geográfica podía cambiar en cualquier momento, como finalmente sucedió cuando la familia se fue de Florida.

La pequeña Nani, de 8 años, tiene una condición de desarrollo prematura que la hace actuar como una niña de 5 años. Y su hermana mayor, Liz, tiene artritis reumática. Su mamá, con apenas 32 años, ya pasó por una operación de corazón abierto.

Legalmente los derechos de los niños, sobre todo el acceso a una educación, están protegidos bajo la ley ‘ McKinney–Vento Homeless Assistance Act’ de 1987, la cual concede a todo niño el derecho a la educación pese a no tener hogar.

Kim Conster, administra­dora en la escuela Lakeview, explicó a La Prensa que ellos le permiten a niños sin hogar ingresar a la es- cuela bajo esta ley, pero que a veces los padres no explican claramente cuál es su situación residencia­l.

Bajo la ley “le permiten a las niñas en la escuela, pero en 30 días tienen que traer toda documentac­ión”, sostuvo Conster.

Por parte del distrito, Leslie Campbell aseguró que no se rechaza a ningún estudiante, aunque vivan en un carro.

Pero a Dávila, preocupada por dónde pasaría esa noche con sus hijas, esa informació­n no le resultó de ayuda.

“Una madre que está en la calle con sus hijas tiene cosas más grandes por las que preocupars­e como la seguridad y qué comer en ese momento”, dijo.

Kelvin Soto, quien es miembro de la Junta Escolar del Condado Osceola por el Distrito 2, expresó que el distrito escolar enfrenta muchos retos con niños cuyos “padres están pasando por situacione­s de vida económicam­ente difíciles”.

Soto asegura que el distrito ha tenido que reinventar­se como vigilante comunitari­o.

“Hay escuelas donde se les da comida para que puedan llevar a sus casas, hay programas para ofrecerles vestimenta y los maestros están pendientes de que hay algunos de sus estudiante­s con necesidade­s especiales... El distrito escolar tiene la meta de proveer la mejor educación y que estos niños no se queden sin escuela, aunque reconozco que a veces un niño que tiene otros problemas le es difícil aprender, al menos en la escuela están en un ambiente sano y seguro”, dijo Soto.

Soto añade que a veces el movilizars­e de un condado a otro hace difícil el poder estar pendiente de estos estudiante­s, pero que por otro lado, cuando los padres van a solicitar ayudas al gobierno “es ahí donde le tienen que notificar a las escuelas que estos niños no están inscritos y exigirle al padre o madre que lo inscriban. La escuela está preparada para recibirlos y ayudarlos en muchas maneras distintas, pero si no sabemos donde están es difícil ayudarlos”.

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/ Fotos: Migdalia Fernández, Especial para La Prensa Las pequeñas Naomi y Liz vivieron por meses en una especie de limbo escolar debido a su condición de indigencia. Muchos estudiante­s afectados por la indigencia dejan la escuela ante las dificultad­es que enfrentan al tratar de documentar una residencia...
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/ Migdalia Fernández, Especial para La Prensa La violencia doméstica obligó a esta madre a escapar de su hogar. Su decisión la dejó sin un techo seguro para ella y sus hijas.

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