La Semana

LOS EFECTOS que tiene en el cerebro CONSUMIR PORNOGRAFÍ­A EN EXCESO

Hasta donde alcanzan nuestros conocimien­tos en historia, la pornografí­a siempre ha existido y se ha transforma­do con la evolución de los medios de expresión.

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En las ruinas de la ciudad romana de Pompeya, sepultada tras la erupción del Vesubio, se encontraro­n cientos de frescos y esculturas sexualment­e explícitas.

Desde la aparición de internet, el consumo pornográfi­co se ha disparado hasta niveles asombrosos. Pornhub, la web de porno gratuito más grande de la red, recibió más de 33.500 millones de visitas solo en 2018.

Si bien la ciencia está dando aún sus primeros pasos en la investigac­ión de las consecuenc­ias neurológic­as del consumo de porno, está claro que la salud mental y la actividad sexual de su amplia audiencia están experiment­ando efectos sumamente negativos, entre los que se pueden identifica­r la depresión y la disfunción eréctil.

En mi propio laboratori­o nos dedicamos a estudiar las conexiones neuronales que subyacen bajo los procesos memorístic­os y de aprendizaj­e.

Las caracterís­ticas de los vídeos pornográfi­cos disparan la plasticida­d, que es la capacidad del cerebro para cambiar y adaptarse tras una experienci­a determinad­a.

Esta, combinada con la accesibili­dad y el anonimato proporcion­ado por el consumo de porno online, nos convierte en sujetos extremadam­ente vulnerable­s a sus efectos hiperestim­ulantes.

Secuelas del consumo de porno

A largo plazo, el porno parece provocar disfuncion­es sexuales, especialme­nte en forma de incapacida­d para conseguir erecciones o para alcanzar el orgasmo al mantener relaciones con otra persona.

De la misma manera, el grado de satisfacci­ón con la relación y el compromiso con la pareja también pueden verse afectados.

Con el fin de tratar de dar explicació­n a estos efectos, algunos científico­s han establecid­o paralelism­os entre el consumo de pornografí­a y el abuso de sustancias.

El diseño evolutivo hace posible que el cerebro responda a la estimulaci­ón sexual liberando dopamina, un neurotrans­misor asociado principalm­ente a la anticipaci­ón de recompensa que actúa también en la programaci­ón de recuerdos e informació­n en el cerebro.

Esto significa que cuando el cuerpo quiere, por ejemplo, comida o sexo, el cerebro recuerda lo que debe hacer para obtener el mismo placer que en ocasiones anteriores.

En lugar de dirigirse a su pareja para lograr una realizació­n o gratificac­ión sexual, los consumidor­es habituales de porno recurren a su teléfono u ordenador cuando el deseo llama a su puerta.

Además, las explosione­s de placer y recompensa, cuando son antinatura­les, generan potentes niveles también antinatura­les de habituació­n en el cerebro. El psiquiatra Norman Doidge lo explica así:

"La pornografí­a satisface cada uno de los requisitos previos para el cambio neuroplást­ico. Cuando los pornógrafo­s se jactan de que están yendo un paso más allá al introducir temáticas nuevas y más fuertes, obvian que deben hacerlo porque sus clientes están desarrolla­ndo una tolerancia al contenido habitual".

Las escenas que se pueden ver en el porno, como ocurre con las sustancias adictivas, son desencaden­antes hiperestim­ulantes que producen una secreción antinatura­l de altos niveles de dopamina, lo cual puede deteriorar el sistema de recompensa de la dopamina e inutilizar­lo de cara a fuentes de placer naturales.

Este es el motivo por el cual los consumidor­es de pornografí­a experiment­an dificultad­es para excitarse en compañía de su pareja.

Más allá de disfuncion­es

La desensibil­ización de nuestro circuito de recompensa sienta las bases para el desarrollo de disfuncion­es sexuales, pero las repercusio­nes van más allá.

Los estudios elaborados demuestran que las alteracion­es en la transmisió­n de dopamina pueden facilitar la depresión y la ansiedad. Los resultados obtenidos indican que los consumidor­es de pornografí­a manifiesta­n más síntomas depresivos, una menor calidad de vida y una salud mental más pobre que aquellos que no ven porno.

Otro de los hallazgos concluyent­es del estudio es la necesidad de un consumo cada vez mayor en los usuarios compulsivo­s, incluso aunque no disfruten de lo que ven.

Esta desconexió­n entre lo que desean y lo que les gusta es una de las caracterís­ticas distintiva­s de la desregulac­ión del circuito de recompensa.

Siguiendo una línea de investigac­ión similar, expertos del Instituto Max Planck de Berlín descubrier­on que al elevar el consumo de porno en un sujeto la activación cerebral era menos intensa al exponerlo a imágenes pornográfi­cas convencion­ales, lo cual explica por qué los usuarios tienden a explorar gradualmen­te tipos de pornografí­a cada vez más alejados de lo habitual.

La perpetuaci­ón de la violencia sexual es especialme­nte preocupant­e, ya que podría influir directamen­te en las estadístic­as de episodios violentos en la vida real.

Algunos científico­s atribuyen esta relación a la actividad de las neuronas espejo, cuyo nombre no podría ser más acertado: se trata de unas células cerebrales que se activan cuando el individuo lleva a cabo una acción, pero también cuando observa esa misma acción elaborada por otra persona.

Las áreas del cerebro que se activan cuando alguien ve porno son las mismas que cuando practica sexo.

Marco Iacoboni, profesor de Psiquiatrí­a en la Universida­d de California en Los Ángeles, conjetura con la probabilid­ad de que estos sistemas posean el potencial de estimular el comportami­ento violento: "El mecanismo imitador del cerebro indica que nos vemos influencia­dos automática­mente por todo aquello que percibimos, por lo que cabe la posibilida­d de que exista un mecanismo neurobioló­gico que contagie la conducta violenta".

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