UNA DÉCADA BAJO MADURO: la migración marca vida en Venezuela
CARACAS (AP) — Son pocos los venezolanos cuya vida no se ha visto afectada por la migración en la última década, cuando más de 7 millones de personas abandonaron el país en medio de una crisis política, económica y humanitaria que abarca la totalidad del gobierno de Nicolás Maduro.
Han pasado 10 años desde el 5 de marzo de 2013, cuando los venezolanos se enteraron de la muerte del presidente Hugo Chávez y la juramentación de su sucesor elegido, Maduro. En ese lapso, la caída de los precios del petróleo combinada con el desgobierno ha provocado el derrumbe de la economía, arrastrando a mucha gente a la pobreza, el hambre, la enfermedad, la delincuencia y la desesperación.
A medida que la gente sigue emigrando, principalmente a otros países latinoamericanos, crece la división entre “los que se quedaron” y “los que se fueron”.
La división se refleja en la política. Los oponentes al gobierno de Maduro hablan con frecuencia sobre la diáspora —el término preferido para referirse a la migración— y las razones de su partida, mientras el presidente y sus aliados prefieren destacar el espíritu emprendedor de quienes se quedan.
También se refleja en lo social. La gente añora esas reuniones de fin de semana en torno a una parrilla con seres queridos que ahora están lejos, o deploran los cumpleaños, graduaciones o funerales a los que no han podido asistir.
Estos son algunas historias de se quedaron o se fueron:
LOS QUE SE QUEDARON
José Francisco Rodríguez ha sido zapatero desde hace 46 años en Caracas, remendando borceguíes de obreros, agregando plantillas a calzado deportivo o cubriendo zapatos de novia con tela delicada.
A diferencia de otros negocios, el suyo ha conservado su clientela durante toda la crisis, cuando los precios de toda clase bienes se fueron a las nubes.
“Ahorita con la situación, la gente para comprar un zapato nuevo ya es un poco más difícil”, expresa Rodríguez, de 71 años. “Entonces la gente prefiere mandarlos a reparar”.
Una de sus hijas, que no comparte su optimismo, emigró a Chile con sus hijas en 2018. Las echa de menos, pero las remesas que envía resultaron cruciales cuando él enfermó de COVID-19 y acumuló un gasto médico de al menos 3.000 dólares: unas 50 veces el salario mínimo anual.
Muchos de sus clientes tampoco creen tener futuro en Venezuela. A mediados de febrero, regaló 70 pares de zapatos abandonados hace mucho por sus clientes.
“Se van”, dijo Rodríguez, “y se olvidaron de los zapatos”.
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Iraida Piñero nunca ha alzado a su nieta de dos años.
Su única hija se fue de Venezuela hace seis años y dio a luz en Colombia. Imposibilitada de viajar, la abuela sólo ha visto por video como crecía la niña desde recién nacida y que ahora empieza a caminar.
La ausencia de su hija, su nieta y su nieto de 11 años ha provocado en ella una mezcla de tristeza, gratitud y miedo. Busca fuerza en la oración.
Piñero, de 53 años, gana unos 5 dólares por mes, más algunos adicionales por asear en un hospital público en Caracas. No alcanza ni de lejos para alimentar a una familia de cuatro por un día.
Las remesas de su hija, que vende empanadas venezolanas, la mantienen a flote. Sin esa clase de ayuda, la gente tiene dificultades para comprar lo básico.
“Estamos pasando por una situación muy difícil, demasiado difícil”, afirma.