La Semana

GASTRONOMÍ­A Y TURF, LA COMBINACIÓ­N DE LA FELICIDAD

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Y como si no bastase con sus prolíqcos cultivos y sabrosas carnes, la provincia posee también un complejo termal de renombre internacio­nal, Villa Elisa. Lugar de buenos vecinos, gente linda y predispues­ta que asegura que las aguas pueden curarlo todo. Y en ese pueblito mágico casi al Qnal del mundo vive Sergio Amadilio, un hombre que asegura tenerlo todo. “No me puedo quejar, vivo en paz, soy feliz, tengo salud, me doy mis gustos y tomo champan con hielo”, admitió.

Es que este hombre de campo, propietari­o de la famosa parrilla “Don Valentín”, pareciera haber encontrado la receta de la felicidad eterna. Un trabajo al que ama, que comparte con su esposa, hijos y nietos; la posibilida­d de poner los productos de su propio campo en la mesa para brindarle a cada cliente lo mejor de sí, y además contar con tiempo libre para dar rienda suelta a su pasión, el Turf.

“En el 2000 arranqué con la primera yegua. Fue mi primera experienci­a en el hipódromo de Palermo y salimos segundos”, recuerda con alegría. Es que para él turf es una pasión irrefrenab­le que no se compara con nada. “Es algo que se lleva en el corazón y punto. Me gustan muchos deportes, pero me fascinan las carreras de caballos y su adrenalina”, expresó.

Sergio sabe que puede continuar alimentand­o su pasión gracias a las bocas que alimenta en Don Valentín, y reconoce que su éxito ha sido gracias al trabajo duro y el apoyo incondicio­nal de quienes más ama, su mujer y sus hijos. “Acá trabajamos con las cosas que producimos nosotros, los tomates, la acelga, la achicoria eso viene de mi huerta. La leña la talo de mi monte y fracciono cada quince días y la parrilla la manejo yo”, explica mientras sus hijas atienden las mesas. Y su esposa, las cuentas. “Marita es lo más grande de mi vida, hace 40 años que nos casamos. Tuvo un gran aguante”, dijo entre risas, a conciencia de que parte de su plenitud radica en esa solidez familiar que supo construir.

Sergio vive en la Argentina, en la otra punta del mundo, con un emprendimi­ento familiar similar a los que podríamos encontrar en las calles de Tulsa, pero con un condimento especial, la posibilida­d de vivir sin estrés en un pueblo de aguas termales, rodeado permanente­mente de quienes ama viviendo cada día como si la vida recién se iniciara, honrando al lugar que lo vio nacer y ayudando a construir su futuro.

“Lo tengo todo”, concluye, y la verdad, es que tiene razón. (La Semana)

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