La Prueba del Padre
Parte 12: La vida en El Yermo
Resumen: Después que Tandra destruye el robot que le han asignado para la prueba de padres, ella y su amiga Uki huyen en un helicar a El Yermo. Esperan unirse a una nueva colonia llamaba El Yermo, establecida fuera de los límites de la ciudad por un grupo de disidentes. Tandra conoce a un mutante. Piscis es amigable, conversador y de género ambiguo. Cuenta con tres brazos y un solo ojo. A pesar de la barrera del idioma, consiguen comunicarse.
Una vez que el estofado estuvo listo, Tandra comprendió, gracias a los gestos expresivos de Piscis y a las pocas palabras que ella sabía, como cielo y estrella, que el mutante le estaba hablando de un cuerpo celeste. Esperaban que una estrella (o tal vez un cometa, Tandra no estaba muy segura) se hiciera visible en doce semanas, avistamiento que coincidiría con la Navidad. Parecía que los mutantes tenían todo listo para darle la bienvenida con ciertas ceremonias cuyo significado se le escapaba a Tandra.
Pero ¿Piscis había dicho de veras “doce semanas”? Tandra esperaba que no, porque en tres meses más o menos estaría dando a luz. No quería que hubiese ninguna interferencia, ya fuera celestial o terrena, con el evento más importante de su vida. Se señaló el vientre. —Doce semanas —dijo. Piscis asintió con entusiasmo. Tenía un brillo feliz en el único ojo. Tandra no necesitó intérpretes para entender lo que decía el mutante:
—¡Bueno, muy bueno! Tandra no estaba muy de acuerdo, pero no se atrevió a expresar su opinión. Procuraría saber más antes de abrir la bocaza, se dijo.
Ese día, por la tarde, cuando Tandra al fin encontró a Uki, su amiga confirmó que los mutantes tenían su propio sistema de creencias que incluía, según ella, “la adoración de las estrellas.”
—Están construyendo un área especial para honrar a las constelaciones, o algo por el estilo —dijo con aire de no darle importancia—. Es todo un acontecimiento para esa gente.
Tandra asintió.
—Sí, esa fue la impresión que me dio cuando hablé con Piscis.
—¡Ya hablaste con un mutante! —se sorprendió Uki.
—Bueno, no me quedó de otra.
—¡Órale, mana! Así se hace.
Uki le dio unas palmaditas cariñosas en el vientre.
—Te acostumbrarás al Yermo en poquito tiempo —dijo—. Nomás no le hagas mucho caso a lo que dicen los mutantes, ¿entiendes? Son buenas gentes, pero medio raros. Nosotras sabemos que las estrellas son sólo masas de gas y plasma que no tienen influencia en la vida humana. Pero estos han vivido aislados durante tantos años que se les han metido en la cabeza ideas un poco locas, como que las estrellas son sagradas.
—¿Cómo lo sabes tú? —preguntó Tandra—. ¿Has hablado con ellos?
—No. Oso me lo contó —Uki le guiñó un ojo—. Me dio un curso intensivo sobre historia de El Yermo ayer. Tuvimos una conversación… una conversación que duró toda la noche.
—¿Ya te enredaste con él? —Tandra alzó los brazos con fingida indignación—. No pierdes el tiempo, ¿eh?
Uki puso un hociquito coqueto y dijo:
—Así las gasto, nena. Los días pasaron hasta convertirse en semanas. Las semanas se convirtieron en meses y, tal como Uki había pronosticado, Tandra se acostumbró a la vida en la colonia. Ayudaba siempre que le era posible en la cocina, aprendiendo a hacer nuevos platos con ingredientes frescos, actividad que disfrutaba más que cualquier otra. Muchas variedades de plantas y hierbas crecían en pequeñas parcelas en la colonia y sus alrededores y nada parecía estar afectado por la radiación. Tandra concluyó que El Yermo no era necesariamente una tierra baldía, sólo hacía falta hacerse cargo de ella y cultivarla.
A menudo salía con Piscis, que resultó ser uno de los pocos mutantes a quienes les gustaba asociarse con los colonos. La mayoría se mantenían a distancia y si bien no eran del todo hostiles, si se mostraban reservados. Pero a Piscis le encantaba charlar.
A Tandra no le tomó mucho tiempo aprender los conceptos básicos de la lengua que hablaban los mutantes. Después de todo, se había originado a partir de su propio idioma. Pronto se dio cuenta de que no adoraban a las estrellas, como creía Uki, sino que estaban a la espera de una en particular. No planeaban ninguna ceremonia, sino que habían construido lo que parecía ser una pista para que aterrizara “la estrella.” Cuando Piscis se la mostró, Tandra pensó de inmediato en una nave espacial.
—¿Te acuerdas de lo que hablamos sobre los extraterrestres? —le dijo a Uki—. Creo que esta gente va a intentar hacer contacto con ellos. ¡O a lo mejor lo han hecho ya!
Pero Uki estaba demasiado ocupada con lo que llamaba en broma “las responsabilidades de una dama de sociedad en El Yermo” para prestar atención a lo que los mutantes estaban o no estaban haciendo.
—Extraterrestres ni extraterrestres —se encogió de hombros—. Si fuera cierto, los sistemas de vigilancia de las ciudades los habrían detectado ya. Allá hay radares súper avanzados, sonares y el diablo y la vela.
—Tal vez los extraterrestres son más “súper avanzados” que ellos. —Boberías. Durante las últimas dos semanas del embarazo de Tandra, una partera mutante (ella asumió que se trataba de una partera, aunque no tenía forma de saberlo con seguridad) vino a cuidarla. Tenía tres brazos, como Piscis, pero contaba con dos ojos de mirada suave y azul. A Tandra la habían trasladado del espacio que antes compartiera con Uki a una habitación privada que tenía una cama grande y cómoda en lugar de una litera.
Lo único que le preocupaba, a medida que se acercaba el momento del parto, era la noticia de la renovada hostilidad de las ciudades hacia la colonia. Entre más personas llegaban y pedían unirse a ellos (veinte en menos de dos meses), las autoridades se preocupaban cada vez más. Los colonos no sólo eran “un mal ejemplo” sino la prueba irrebatible de que El Yermo no era un territorio peligroso, baldío y contaminado de radiaciones, como hasta entonces habían asegurado.