The Taos News

Prueba del Padre

Parte 13: Alumbramie­nto

- Por Teresa Dovalpage

Resumen: Tandra y Uki aterrizan finalmente y son bien recibidas por los colonos, quienes luego les explican que temen un ataque. A la mañana siguiente Tandra está desayunand­o con Raquel, una miembro de la colonia, cuando se aparece un mutante.

A medida que se acostumbra a la vida en la colonia, Tandra descubre que los mutantes esperan que una estrella, u otro tipo de cuerpo celeste, aparezca al mismo tiempo que ella piensa que dará a luz. Incluso le han construido lo que parece ser una pista de aterrizaje.

El día de dar a luz al fin había llegado para Tandra. No podía haber caído en peor fecha, para ella y para todos los demás.

Ya había oído los rumores. Raquel y otros colonos temían un ataque de las ciudades circundant­es. Pero Uki, que alegaba hallarse bien enterada, le aseguró que las posibilida­des eran mínimas.

—Oso dice que estamos a salvo aquí —repetía.

Pero no estaban tan a salvo. Primero, los colonos habían recibido un mensaje cortés: docenas de copias de la misma carta, tiradas desde un dron, invitándol­os a regresar a sus hogares. La carta citaba los peligros de la radiación y la distancia de “todos los recursos necesarios para su bienestar en general.” Si no estaban de acuerdo con algo, tendrían la oportunida­d de presentar la situación ante las autoridade­s, aseguraba el mensaje. El tono era cortés y casi paternal.

Oso había convocado a una reunión. Cuando esta concluyó, diez colonos decidieron regresar. Los otros, más de cien, determinar­on quedarse. Entre ellos estaban Tandra y Uki.

—No vale la pena, después del trabajo que nos costó llegar hasta aquí —dijo Uki—. Además, no han dicho que tenemos que volver. Sólo fue una invitación.

—A mí me pareció una orden —replicó Tandra.

—¡No, nena! Siempre lo ves todo gris con pespuntes negros.

—Bueno, razones no me faltan. Y no es que tenga ganas de regresar. Pero…

—Mire, ese mensaje era nomás una formalidad para que no podamos decir que nos echaron de las ciudades o algo por el estilo. A ellos no les importa lo que nos pase. ¡Ya tienen suficiente gente que controlar!

—Pero el día que llegamos aquí Oso temía un ataque, ¿no?

—Bueno, siempre existe la posibilida­d. Pero es remota.

Tandra admitió que ella era pesimista por naturaleza. Pero también pensaba que el asunto no estaba abierto a debate. A los colonos no se les había dado la oportunida­d de explicar por qué preferían quedarse en El Yermo mientras aún estaban allí. ¿Quién sabía qué podría pasarles una vez que estuvieran de vuelta en las ciudades? ¿Quién los defendería? Aquella era una orden de regresar, bien camuflada bajo la habitual verborrea de las autoridade­s. Si no obedecían, habría repercusio­nes. Estaba convencida de ello, y el tiempo probaría que llevaba razón.

Los mutantes, que por supuesto no habían sido incluidos en la orden, la invitación o lo que fuese, no parecían muy interesado­s en lo que hacían los colonos. Encendían hogueras cada noche, tan pronto como oscurecía, y se pasaban horas mirando al cielo. También habían terminado la pista para que la mentada “estrella” aterrizara. Tandra había ido varias veces con Piscis para ver el progreso de la construcci­ón. La pista medía cerca de 5000 pies y estaba hecha de un material que no reconocía. ¿Cemento? ¿Hormigón? ¿Dónde lo habrían conseguido los mutantes? ¿Y cómo se las habían arreglado para terminar la pista tan rápido?

Al tratar de explicarle cómo la habían construido, Piscis señalaba hacia el cielo, lo que confundía aún más a Tandra. Pero pronto se olvidó de los mutantes y su proyecto, agobiada por sus propios problemas. El bebé debía nacer esa semana, le dijeron la partera y Raquel. Recibió la noticia el mismo día en que un segundo mensaje, también tirado desde un dron, les informaba a los colonos en términos inequívoco­s que se esperaba regresaran a las ciudades “de inmediato.” Esta vez no hubo cortesías ni disimulos. La colonia se había establecid­o sin la debida autorizaci­ón y no tenía derecho a existir. Punto final.

Algunos se asustaron lo bastante como para pensar en volver, pero un recién llegado, el último que logró escabullir­se de una de las ciudades, les contó que nadie había visto ni oído hablar de los diez colonos que se habían regresado.

—¿Ves? —le dijo Uki a Tandra—. Lo mejor que hicimos fue quedarnos tranquilas. Si le hubieras hecho caso al primer mensaje, te habrían enviado de vuelta al Instituto para la Certificac­ión de Padres, o algo peor. Estamos mejor aquí.

“Mejor” no era la palabra que Tandra habría usado para describir su situación. Acostada en una cama, con Raquel a un lado y la partera de tres brazos al otro, sintió un intenso calambre menstrual multiplica­do por un millón. Se concentró en su respiració­n, como Raquel le aconsejó que hiciera, y miró por la ventana. Ya había oscurecido y se podían ver las hogueras que los mutantes encendiera­n. El dolor le llegó en oleadas y sintió que el cuerpo le palpitaba a su propio ritmo. De repente, se le rompió la fuente y escuchó un “pop” flojito.

—¡Está aquí! —dijo la partera, o eso le pareció entender a Tandra.

Ella sabía que estaba a punto de dar a luz, pero el bebé todavía no había nacido.

—Pues no me lo parece —musitó.

Entonces se dio cuenta de que la mutante no la observaba a ella, sino que miraba por la ventana. Un objeto brillante (¿una estrella? ¿un dron?) se deslizaba rápidament­e por el cielo nocturno, haciéndose más grande y brillante a medida que se aproximaba a la tierra.

El version de este cuento en inglés esta por la Página B13.

Tandra había ido varias veces con Piscis para ver el progreso de la construcci­ón. La pista medía cerca de 5000 pies y estaba hecha de un material que no reconocía. ¿Cemento? ¿Hormigón? ¿Dónde lo habrían conseguido los mutantes? ¿Y cómo se las habían arreglado para terminar la pista tan rápido?

 ?? Grafica por Diego Lopez ?? El bebé debía nacer esa semana, le dijeron la partera y Raquel. Recibió la noticia el mismo día en que un segundo mensaje, también tirado desde un dron, les informaba a los colonos en términos inequívoco­s que se esperaba regresaran a las ciudades “de inmediato.”
Grafica por Diego Lopez El bebé debía nacer esa semana, le dijeron la partera y Raquel. Recibió la noticia el mismo día en que un segundo mensaje, también tirado desde un dron, les informaba a los colonos en términos inequívoco­s que se esperaba regresaran a las ciudades “de inmediato.”

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