The Taos News

Cuentos de Mano Juan Fango

Capítulo 3a: Todo lo que relumbra

- Por LARRY TORRES

Los días en el desierto eran largos y calorosos. Siempre había mucho trabajo, especialme­nte para un vaquero como Mano Juan Fango. Claro que sus caballos siempre iban con él para acompañarl­o. Los caballos tenían nombres muy interesant­es: el caballo blanco con la cabeza de color café se llamaba “Pinto.” El otro caballo color café con la cabeza blanca se llamaba “Otnip,” cual es “Pinto” pero al revés. Mano Juan Fango trabajaba todo el santo día, tratando de hallar agua para sus animales.

En un arroyo escarbó y escarbó pero no salía ningún agua de allí. Finalmente cuando ya se iban haciendo tarde vio algo amarillo saliendo del arroyo. Al principio, pensó que posiblemen­te era un río de queso como aquel ojito de cuajo y suero que ya había descubiert­o. Pero entre más escarbaba, más relumbraba el río amarillo. ¡Mano Juan Fango había descubiert­o un río de oro!

Cuando se dio cuenta que lo que había descubiert­o era un río de oro, Mano Juan Fango se excitó. Ya no sentía el cansancio del día. Más que el oro fuera muy pesado, para él, los sacos de oro eran como almohadas de plumas. Se puso a empacar todo el oro en sacos para transporta­rlo al banco. Se sonreía pensando que ahora iba a ser un hombre muy rico. Comenzó a cargar todos los sacos de oro en su caballo Otnip mientras que su otro caballo, el Pinto, lo miraba de lejos.

Esa noche Mano Juan Fango se acostó a dormir, usando los sacos de oro como su colchón. No podía dormir aun de lo excitado que estaba. Con tanto oro ya no iba a tener que trabajar en el calor del día. Iba a poder descansar en la tarde fresca y comer golosinas buenas y beber refrescos en la sombra. Cuando miraba hacia el cielo, todas las estrellas le parecían ser diamantes.

Al próximo día, recargó los sacos de oro en sus caballos Pinto y Otnip para continuar su paso por el desierto. Hacía un día caliente pero esta vez, Mano Juan Fango no se sentía cansado. Ya había cruzado el desierto y había avanzado hacia terreno más dulce. Iba cruzando las Montañas Rocosas. Así como al mediodía halló un charco de agua fresca. Se acostó de pansa para beber agua pero entonces se dio cuenta de que había muchas conchitas debajo del agua. Entonces se acordó de que su abuelito Mano Chango Narango Fango una vez le dijo que en ciertos charcos de las sierras se daban las famosas Ostras de las Montañas Rocosas. ¡Era verdad! Mano Juan Fango había descubiert­o un charco lleno de Ostras de las Montañas Rocosas y cada conchita contenía una perla adentro de ella. ¡Se sonrió pensando en que las perlas eran hasta más preciosas que el oro!

Mano Juan Fango estaba tan contento de que se le olvidó beber agua. En vez comenzó a sacar manotadas y más manotadas de Ostras de las Montañas Rocosas del charco. Todavía tenía que abrirlas una por una. Cada ostra contenía una perla y cada perla significab­a más dinero en el banco para él. Al principio, Mano Juan Fango había comenzado a llenarse los bolsillos con perlas pero muy pronto sus bolsillos estaban tan llenos que ya no le cabían más. “Pronto no voy a poder caminar si me las echo todas en los bolsillos,” se dijo a sí mismo.

De repente recordó que en las sillas de sus caballos había amarrado los sacos de oro con una cuerda larga. Fue rápido fue y trajo la cuerda larga. Ensartó las perlas, una por una en la cuerda y pronto tenía muchas soguillas de perlas exquisitas en su sombrero, en su cuello, en sus brazos, en sus manos y hasta en sus zapatos.

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LARRY TORRES Above: Mano Juan Fango estaba tan contento de que se le olvidó beber agua. En vez comenzó a sacar manotadas y más manotadas de Ostras de las Montañas Rocosas del charco. Todavía tenía que abrirlas una por una. Cada ostra contenía una perla y cada perla significab­a más dinero en el banco para él.

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