¿Cómo regresaré a mi hogar?
‘Su hogar está tan lejos, camarada,” le respondieron sus amigo rusos. “No es fácil regresar allí. Primero van a tener que cruzar vastas distancias y aguas encantadas como también por desiertos calorosos. ¿Por que no se queda aquí con nosotros más bien?”
“Son muy simpáticos,” les replicó Mano Juan Fango. “Mas, yo quiero regresar a mi ranchito. Tengo que ir a asistir mis animales y sentir mi propia tierra debajo de mis pies.”
“Entonces tiene que regresar pronto, camarada,” respondieron los rusos. “Uno no puede estar fuera de su hogar por mucho tiempo.
Él les gritó “Dah svidaña [cual es ‘Adiós’],” y se encaminó hacia Leningrado. Allí vio la estatua de Pedro el Magno a caballo, arriba de una gran roca llamada ‘la roca del trueno’ porque ese pedazo de piedra la partió una centella de una hasta más grande. Él se puso muy nostálgico. “Quizá Pedro el Magno sería un gran vaquero,” se dijo mientras que se alejaba de la ciudad.
“Quizá debería caminar más hacia el sur,” pensaba Mano Juan Fango. Por fin llegó al pueblecito de Nóvgorod. “En ruso ‘Nóvgorod’ significa ‘pueblo
nuevo’ pero se me hace que ha de ser un pueblo muy antiguo,” se dijo. “Se parece mucho al poblado de Taos, en Nuevo México. Ha de ser el lugar más silvestre de toda Rusia. Ya sus campanas no sonaban para avisarle a la gente que venían los enemigos. En ese país, los enemigos habían sido los Mongoles que venían a atacarlos.
Mano Juan fango miró a un monumento a la historia del pasado ruso. Entre los hombres celebres en el monumento, estaba uno llamado ‘Ruric’ el Magno. Mano Juan Fango pensó que Ruric fue el primer vaquero de Rusia. Se puso nostálgico por su propio mundo. Se retiró de Nóvgorod y se puso a caminar hacia el poniente.
Siempre pensando en su hogar tan lejos en Nuevo México, Mano Juan Fango comenzó a cruzar en gran desierto ruso. “¡Cómo tengo mucha sed en este desierto!” pensó mientras que iba caminando. “Me gustaría comer fruta fresca,” dijo a voz alta.
“Pues entonces, ha llegado al sitio propio,” le dijo una muchacha llamada Gulya. “Éste es el lugar de los Cosacos. Su capital se llama ‘Alta Atá’. En nuestro idioma significa ‘padre de manzanas’.
Mano Juan Fango nunca había visto fruta tan grande ni había comido manzanas tan jugosas. Decidió guardar unas cuantas semillas de manzanas en su bolsillo. Pensó que cuando regresase a su
ranchito iba a poder sembrar manzanas rusas en Nuevo México. A sus caballos les iba a gustar comerlas. Dio un suspiro, se dio la vuelta y continuó caminando hasta el este adonde vivían los musulmanes.
Poco a poquito, Mano Juan Fango siguió caminando en Rusia, buscando cómo regresar a su hogar. Ahora llegó a un lugar muy curioso. Era el fabuloso pueblecito de Ashjabad. Fue un pueblo fundando por Alejandro el Magno en los días antiguos. Se detuvo a visitar con los habitantes allí. Todos estaban en un bazar oriental, vendiendo sandías de todos colores. Las sandías parecían como enormes huevos de Pascua, brillando en el sol. Puesto alto sobre un monumento estaba una gran estatua de Vladimir Ilich Lenin. Ese líder Soviético le daba aire a los grandes vaqueros-pistoleros del ‘occidente rebelde’ de Nuevo México.
“Señor,” le dijo un hombre místico llamado Guilde, “hemos observado que Usted mira a todo pero no ve nada. ¿Por qué está tan preocupado?”
“Me puede ayudar a regresar a mi tierra en Nuevo México?” le preguntó Mano Juan Fango.
“Es posible que sí,” le dijo Guilde, apuntándole más al oriente y diciéndole “tudá,” cual es la palabra que significa: ‘por allí’ en ruso.