The Taos News

El joven que nunca fue

- Por LARRY TORRES

Se dice que la vida no es nada más que un sueño. Muchas veces no se sabe la diferencia entre lo real y lo irreal. Ninguno de nosotros recuerda nuestros primeros días antes de caer en juicio y nadie recuerda cómo éramos antes de nacer y no sabremos quienes fuimos, ya después de muertos. Tal es la vida del ser humano y nuestro ser es tan limitado que muy poco comprendem­os.

Vamos muriendo un poco cada día que, sin darnos cuenta, podemos amanecer muertos, sin saberlo. La carne padece, pero nuestro espíritu sigue viviendo por medio de las otras vidas que hemos tocado. Esas memorias son más ricas porque guardan todo lo positivo y echan lo negativo en olvido. Si alguien es una persona ordinaria, pasa por los mismos ciclos como los demás. Hay, sin embargo unos cuantos electos, escogidos por el Creador para probar unas existencia­s más ricas que los ordinarias, y unir sus vidas a ciertos elementos no vistos por los demás. Así fue la vida de un joven que nunca fue.

Cincuenta años pasados se nos ocurrió este concepto de la vida. Era el cuento experiment­ado por un muchachito desconocid­o y no muy popular. Él veía cosas que los demás de sus colegas no veían. Era un niño que hacía de la vida o locuras o poemas. Tenía sus ciclos escogidos a veces imitando a El Cid Campeador, a veces como Don Quijote de la Mancha y a veces como Santa Teresa de Ávila. Su personaje cambiaba según la máscara del carácter que lo poseía.

Las máscaras son muy engañadora­s, haciéndono­s creer que nosotros nos las ponemos de nuestra propia voluntad. Pero la verdad es que ellas nos usan para infundir vida en ellas, transforma­ndo a personas ordinarias en seres extraordin­arios. Las máscaras son más reflexione­s de la realidad que la propia realidad, cual es la máscara. Las máscaras no sueñan ni se apenan por las personalid­ades de los que las usan pero completan a esas vidas que nacieron semivacías.

El jovan que nunca fue, no tenía nombre. Su título era una referencia insultante a su incompleti­tud. No era bien parecido ni tenía un rodamiento señorial. Siempre se sentía como si él era “las sobras del gran banquete de la vida” como las migajas que les tiraban a los perros. Pero su vida sí confirmaba la creencia de que cuando el Creador daba talentos especiales, siempre les adjuntaba un alto precio. Su imaginació­n era para él, tanto su tesoro como su desgracia.

Lloraba y gemía en las noches, con miedo a los espíritus desconocid­os que veía entre sombras y espejos. Pero poco a poco se dio cuenta de que el mundo invisible era mucho más generoso y gentil que el mundo de los hombres humanos. El mundo invisible era mucho más rico en su variedad también. Los vivos y los muertos se mezclaban libremente con los que habían sido y con los que serán. Los animales hablaban con voces humanas y los humanos hablaban en animal. No había nada extinto. Todo vive ahora. El Creador formó a los animales para la inocencia y a las plantas para la sencillez.

Sin embargo, Él dotó a ciertas personas con la habilidad de poder penetrar Su santa voluntad y ver a todo con ojos de misericord­ia y caridad. El joven que nunca fue, estaba dando sus primeros pasos en este reino como un pinineo que se para por primera vez y se da cuenta de que las cosas que parecían lejanas, ahora estaban cerca de su alcance. Todo era nuevo; todo era para experiment­ar. El joven que nunca fue, quería salir y ver toda la creación con sus propios ojos. Miró a ver si su perro estaba listo para acompañarl­o en su aventura. Pronto ambos salieron y se dirigieron a una sierra muy alta.

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