Diario de un Vaquero
Una fuga de Francia
Juan-Lucas había nacido en el Valle de la Dordoña de Francia, poco después de la Revolución Francesa que fue lanzada por los Estados Generales de 1789. Siempre se había considerado afortunado, sino bendecido, de haber nacido en ese sitio poco más al sureste en vez de en el medio de París dónde mucha de la violencia ocurría. En su juventud, sus padres le habían entretenido con cuentos de cuán difíciles eran esos días porque los campesinos no tenían mucho para comer. Ellos tenían que rastrojar los collados, buscando hierbas silvestres y liebres para guisar sus caldos cotidianos.
Sí la vida difícil, pero cuando los nobles como María Antoneta y Napoleón Bonaparte yacían en la prisión de la Conserjería, y Robespier menaba el Reino de Terror, muchas personas no tenían mucho para mantenerse. A veces despertaban a medianoche con el sonido de armas y luchas de espadas que eran comunes para sobre guardar el honor de alguien. Los Tres Mosqueteros eran los defensores legendarios de los campesinos.
Las calles estaban repletas de Jansenistas, quienes promulgaban la idea del Pecado Original, la necesidad de la Divina Gracia y la razón de tener la Predestinación. La Iglesia en Roma había declarado todas, herejes en contra del Catolicismo. Un teólogo Holandés, llamado Cornelio Jansen había promulgado esos movimientos. La ‘Sapiencia’ fue declarada la única diosa en la Catedral de Nuestra Dama de París y Juan-Lucas no podía devisar ningún futuro para sí mismo en Francia. Había pensado en refugiarse en algún otro país donde podría recomenzar una vida nueva. No podía ser en ninguna parte de Europa aún, porque por varias generaciones había reinado la desorden política y religiosa allí.
El Movimiento de los Jansenistas les había precedido al de los Hugonotas, quienes habían sido expulsados por la Reina Catarina de Médicis y su famoso Masacre del Día de San Bartolomé, unas dos generaciones antes de ellos. Los Católicos Franceses se habían refugiado en Norte América, tratando de hallar descanso en el Oeste Lejano. Solía ser el único sitio que tenía respecto digno para el individualismo.
Juan-Lucas soñaba con unirse a los pioneros Sacerdotes Franceses como el Padre Santiago Marquet, quien se había hecho celebre como misionero entre las tribus de los indígenas del Canadá. Ellos lo reconocían como “Túnicas Negras,” gracias a la sotana que siempre usaba cuando andaba entre ellos. No era tanto como que Juan-Lucas estaba considerando una vida de misionero, pero que precisaba una ocasión de una nueva vida en un territorio virgen, donde un hombre se podía definir, aparte de los emperadores y reinas, de los movimientos religiosos y del desorden político. Parecía que solo el Norte América ofrecía ocasiones para aventuras y redefinición de sí mismo.
Quizás podía viajar al Nuevo Mundo y regresar como un hombre rico y vívido. Sus padres, Mauricio y Juanita, serían muy orgullosos de él, pero solamente si no sabían lo que estaba pensando. Tuviera que descabullirse de noche y esconderse entre los ganados de La Camarga. La Camarga era una región de Francia, ubicada en el sur de Arles, entre el Mar Mediterráneo y la delta del Río Ródano. Quizás podría practicarse en lazar los toros y las vacas allí y entretanto, comenzar a redefinirse como un vaquero verdadero.
Se escondió en un granero familial esa noche, llevándose solo las cosas necesarias para su viaje. Iba a necesitar algo para alimentarse en su fuga, de manera que tomó unas manzanas de la huerta y las puso en un saquito. Se acostó a dormir sobre unas pilitas de paja. Tenía que acostumbrarse a dormir al aire libre, debajo de las estrellas. Reconoció la constelación de las Pléyadas como ‘las Siete Hermanas’. Ellas guillaban a los marineros sobre las aguas.