Diario de un Vaquero
Juan-Lucas encuentra a su primer verdadero vaquero Americano
AJuan-Lucas siempre le habían fascinado las culturas indígenas de las Américas desde que había leído un libro histórico, allá en Francia. Habia aprendido que los primeros visitantes Europeos a esta país, habían regresado a sus hogares con unos cuanto Indios entre ellos mismos. Entre los más famosos, era Pocajontas, the hija del Cacique Paujatan. A ella se le atribuía gran fama por haberle salvado la vida al colonizador Jaime Herrera, de Jamestown en Tidewater, Va..
Ahora que había aprendido algo sobre la vida de Tecauita, estaba más fascinado. Duval vino a, saber que en el otoño de 1674, Tecauita había conocido a un sacerdote jesuita, llamado Jaques de Lambervil, que estaba visitando en su pueblo Mohawk. Tecauita le había confiado su deseo de ser Cristiana. El Padre Lambervil la bautizó cuando tenía diecinueve años de edad, el día Domingo de Pascua, dieciocho de abril, 1676. Le dio el nombre de “Cateri” en honor de Santa Caterina de Siena. Cuando ella falleció, otros conversos Mohawk le pusieron una lápida sepulcral y le escribieron un epitafio en Mohawk que decía: “Ownkeonweke Katsitsiio Teonsitsianekaronn,” cual significa: “La flor más bella que ha brotado entre los indígenas.” Juan-Lucas estaba comenzando a darse cuenta del aspecto místico de los altiplanos.
Una tardecita se estaba preparando una cena de tierna aguapá cuando de repente Juan-Lucas sintió que la tierra se movía debajo de sus pies. Al movimiento lo acompañaba un cercano ruido estruendoso. Al principio, adivinó que habría un volcán cercano de por allí que estaba causando el temblor de tierra. Cuando miró aún, contempló un montón oscura de animales enormes, formando una estampida en su dirección.
Él sabía que los bisontes Americanos existían pero aún nunca había visto a ninguno. Juan-Lucas sabía que formaban la mayoría del alimento para muchas tribus indígenas a partir de los tiempos prehistóricos. Los Indios de escondían debajo de los cueros de los animales para disfrazar su propio olor de los animales que iban a casar. También bronceaban las pieles de los animales para hacer sus tipis portables en los altiplanos. También se usaban para cocinar, como Juan-Lucas la comprendía. Los Indios del Altiplano cavaban hoyos en la tierra del tamaño de una casuela y los aforraban con el cuero del animal, y los llenaban de agua. Después calentaban una piedras en la lumbre y las echaban en el agua, para cocinar. Las piedras calentaban el agua, bastante para cocinar. Juan-Lucas pensó que él también podía cocinar su comida así.
Mientras que estaba cocinando su comida, pensaba en los Indios del Altiplano, quienes se lo habían ensenado a otros colonizadores. Recordaba que usaban grandes tocados emplumados, muy diferentes con una la pluma singular. Otros visitantes que llenarían el Gran Sudoeste, iban a causar la extinción de los bisontes, cuales cazaban solo para divertirse. De repente se le ocurrió que si no quería cocinar su refín, entonces la carne seca de bisonte sería una deliciosa cecina, y todo lo que tenía que hacer era de charquearla en el aire libre con el sol caliente. Nomás en cuanto estaba pensando en eso, oyó otro ruido. Mas, no era el sonido de los bisontes; ya se habían movido a pastearse en pastizales más ricos. Lo que Juan-Lucas había oído, era más como el relinchido de un caballo.
Cuando levantó los ojos, Juan-Lucas vio a un caballo pinto y su caballero, acercándosele. Fue la primera vez que iba a encontrar a un vaquero Americano. JuanLucas miró al desconocido cuidadosamente, mientras que paró al caballo y desmontó, por arriba del cuerno del sillín. Lentamente aflojó el cincho por debajo de la silla, se lo quitó y lo puso en el suelo, sobre el sudadero. El vaquero Americano tomó unos momento para inspectar las pezuñas de su caballo una a la vez, asegurando de que nada les impidiera. Se quitó el sombrero y vino hacia Duval. “¿Cómo le va?” le preguntó, con una cierta sonrisa.