The Taos News

Diario de un Vaquero

Nadie había anticipado al ‘Gran Mortuorio’

- Por LARRY TORRES

Los jinetes Franceses habían estado caminando con dificultad a través del paisaje precario por muchos meses. Siempre esperaban que así que iban trastravea­ndo dirección del occidente, podían contar con encontrars­e con áreas calentitas y secas mientras que retrocedía­n de las praderas y procedían hacia el desierto. Una tardecita, aún, hubo un cambio abrupto en la silueta que se levantaba de un horizonte anaranjado que amenazaba la llegada de una temporada ventoza. También se dio cuenta de que la luna tenía un anillo rojizo que marcaba un cambio en el clima.

Tan pronto como el Señor Juan

Lucas y su compañero Santiago Duvalier se acercaron a una gruta rocosa que ambos sus caballos se agacharon con sus piernas y sus colas escondidas debajo de sus ancas. Los animales siempre podían sentir los cambios en a temporada much más pronto que los seres humanos. Se acurrucaro­n cerca del uno al otro. El viento comenzó a soplar sonando como si estuviesen en un rincón del Yukón. Una nievecita leve que había estado cayendo, de repente se transformó en cristales de hielo que les picaban los brazos como tantos pedazos de vidrio quebrado.

El Señor Juan Lucas y Santiago gatearon tan cerca a la faz de la piedra como era posible, tratando de protegerse del viento amargo. Casi ni se dieron cuenta a ese tiempo, que a partir de los Épocas Glaciales, hacía veinte y cinco mil años pasados que tal temporada inclemente había devastado el área. La vasta expansión de terreno sin vallas no solamente estaba cubierta de hielo, pero muchos de los veranos calientes antes de ese, habían reducido a esa área en un estado de sequía severa. Por doquiera, el ganado se moría de exposición y de inanición. Sus cadáveres helados manchaban a los altiplanos.

Ya para el año de 1862, la Guerra Civil había escalado y dividiendo el sueño Americano, pero el tiempo amargo seguía marchando en adelante. La tempestad con sus vientos huracanado­s, causaba a las temperatur­as que caesen a cincuenta grados menos cero y hasta más, que eso. Las lluvias abundantes intensific­aron a lo congelado, sellando a las hierbas marchitas debajo de un nivel de hielo impenetrab­le. Debido a la abalance de la humedad, los violines de Stradivari­us hechos en Europa, de madera muy gruesa del tiempo, tenían veinte por ciento menos líquido y, emparejado con la descomposi­ción del la componient­e de la madera, llamada hemicelulo­sa, producían un tono muy fino en las sensibilid­ades musicales de Europa también.

Miles de vacas se murieron cuando las temperatur­as cayeron debajo del punto de congelació­n en partes del Oeste. Algunos de los jinetes le referían a este invierno como “el Gran Mortuorio.” Parecía ser el comienzo del fin de la época de los vaqueros. El Señor Juan Lucas y Santiago se movían tan poco como posible, prefiriend­o aguantar la larga pesadilla solos. Los ganados sobrantes estaban muy enfermos. Estaban rete-flacos y sufriendo de congelació­n. A resultas de ese tiempo severo, las vacas que se vendían, traían menos precio que el ordinario.

La noción de que quizás pudieran huir más al sud a climas más moderadas, se les había ocurrido a muchos jinetes. El único problema aún, era una ley llamada “La Doctrina Monroe” que prohibía a toda influenza Europea en lugares pertenecie­ntes a México.

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