The Taos News

Diario de un Vaquero

Los dos vaqueros encentran a una leyenda viva

- Por LARRY TORRES

El Señor Juan-Lucas y Santiago Duvalier estaban muy contentos al oir que el ermitaño ya iba en ruta, siguiendo la Senda de Santa Fe. Se les ocurrió que si ellos también seguían en los pasos del ermitaño, quizás ellos también tuvieran una mejor idea de cómo era el Oeste Lejano. De ida, pausaron a visitar el área que le pertenecía a México. En verdad, los conquistad­ores habían pasado por allí en 1542 en su búsqueda tratando hallar las Siete Ciudades de Oro de Gran Quivira. En un tiempo, el sitio llegó a conocerse como La Fortaleza Mann.

Estaba en escombros después de que la atacaron los Indígenas en 1848, mas el sitio se quedó vacante en los alrededore­s de Dodge City hasta el fin de la

Guerra Civil, en 1871. Los primeros pobladores vendían huesos y cueros de bisontes y proveyeron una buena comunidad para el poblado creciente. Sin embargo, cuando llegó el ferrocarri­l, Dodge City se involucró en la ganadería.

Cuando el Señor Juan-Lucas y Santiago Duvalier allí, encontraro­n a otro Francés que ya estaba por allí también. Había nacido a una familia de obreros en Quebec, en 1853. Se había ganado renombre como un pistolero profesiona­l y un caballero, muy apreciado por el poblado allí. Era capaz de defenderse en contra de los forajidos tan fácil como podía jugar con los niños. “Me llamo Bartolomé Guillermo Barclay,” les dijo, dándoles la mano cuando se dio a conocer con el Señor Juan-Lucas y Santiago Duvalier. Se le hizo raro de ver que en vez de un sombrero mejicano o uno a la ancha, en favor de un sombrero de derbi negro lo hacía verse muy distinguid­o. Su conportami­ento carismátic­o, atraía a muchas personas aunque nunca buscaba su aprobó. De vez en cuando los entretenía, diciéndole cuentos e historias de sus hermanitos y hermanitas: Eduardo-Juan, Patricio, Neli, Tomás, Jorge Enrique y Ema-Ana.

“Lo que más me fa me fascina de ese señor,” Juan-Lucas le confió a Santiago Duvalier “es el bordón que lleva, a pesar de que ni cojea. Le da una apariencia real. Es casi como tener un cetro en el Oeste Lejano.”

“Ayer lo vi jugando con unos niños locales,” Santiago Duvalier añadió. “Se pusieron todos en un círculo y bailaban mientas que cantaban: ‘En el puente de Aviñón, uno danza, uno danza. En el puente de Aviñón, uno danza en grupo así: Los niños guapos bailan aquí, y luego también allí…’ Santiago volteó la cabeza de repente y halló que el Señor Juan Lucas se estaba sonriendo como si estuviese reviviendo una distante memoria de su propio pasado. Bisbiseó: Los jóvenes guapos bailan aquí, y luego también allí…”

El Señor Juan-Lucas y Santiago estaban fascinados por ese Francés misterioso. Habían descubiert­o de los compatriot­as de Dodge City, que había pasado la mayor parte de su juventud en varias granjas del medio-oeste. Nada más tenía una educación básica de una serie de escuelitas de un cuarto. Después de que llegó a ser adolescent­e, se hizo un cazador de bisontes. Debido a su familiarid­ad del territorio, el Ejército de los Estados Unidos lo aceptó como un explorador, combatiend­o a los Indios Kiowa y Comanches. Hasta llegó a fracasarse con el Cacique Quena Parker. En su primera pelea pistolera, mató a su oponente, el Corporal Melvin

A. King en Sweetwater, Tejas.

Aprendiero­n que la estrella de plata que usaba en el pecho no era una decoración. Había sido tan admirado por los ciudadanos de Dodge City, que pronto lo habían elejido como alguacil del poblado cuando todavía era recién llegado. Hacía muchos amigos y contaba a algunos señores más famosos del Oeste

Lejano como sus camaradas. Entre ellos, a Doc Holiday, a Wyatt Earp y al político Billy Tilghman. Cuando lo obligarán que les contasen más sobre sí mismo, solamente se sonrió y les replicó: “Nada más llámenme, ‘Bat Masterson.’”

Ambos solamente se miraban con asombro. Nunca habían encontrado a una Leyenda Viva.

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