Sinfonía arquitectónica
El nuevo Museo Atelier Audemars Piguet es un tributo a la alta relojería que plasma el espíritu libre de la manufactura suiza.
La relojería, como la arquitectura, es el arte y la ciencia de infundir a los metales y minerales energía, movimiento, inteligencia y medida para darles vida BJARKE INGELS.
Fue en este paraíso natural en el Vallée de Joux —hoy reconocido como una de las cunas de la relojería—, en el que Jules Louis Audemars y Edward Auguste Piguet fundaron su pequeño taller en 1875, cautivados por la belleza del remoto valle en las montañas suizas del Jura. 145 años después, se alza en este sitio el Museo Atelier Audemars Piguet, un espacio de artesanía viva que entrelaza arquitectura de vanguardia y el saber hacer tradicional de la firma relojera.
Bjarke Ingels Group diseñó una innovadora estructura en forma de espiral (junto al edificio más antiguo de la compañía) para invitar a los visitantes a un viaje sensorial al pasado, presente y futuro del universo cultural de Audemars Piguet. Las paredes de vidrio curvo —que conviven en total armonía con el entorno natural— son todo un logro de ingeniería y diseño, ya que sostienen totalmente la cubierta de acero y ésta es la primera construcción de este tipo. En el interior, los muros curvos convergen hacia el centro de la espiral en el sentido de las agujas del reloj antes de moverse en la dirección opuesta, de modo que los visitantes transitan por el edificio como si recorrieran la espiral de un reloj.
Para ofrecer a los visitantes una experiencia dinámica, con crescendos, puntos altos y momentos contemplativos, la firma de diseño de museos alemana, Atelier Brückner, ideó la exposición como una partitura musical. Intermedios en forma de esculturas e instalaciones cinéticas, y maquetas de movimientos mecánicos dan vida y ritmo a los diversos aspectos de la relojería. El recorrido culmina en el centro de la espiral con una conmovedora muestra de Grandes Complicaciones.
Las vitrinas a lo largo del museo alojan más de dos siglos de historia representados por más de 300 relojes, entre ellos auténticas piezas que marcaron el rumbo de la relojería y diseños alejados de lo convencional. Éstos narran la fascinante historia de cómo dos modestos artesanos del siglo XIX concibieron marcatiempos que cautivaron y siguen conquistando a apasionados de la relojería alrededor del mundo.
El Museo Atelier Audemars Piguet cuenta una historia que sigue viva, y que ha dejado ya un gran legado.
Desde el aislamiento, la humanidad está luchando para reducir los efectos de la pandemia causada por el COVID-19. A diario conocemos la heroica labor que realizan médicos y enfermeras para atender a los enfermos, y hemos sido testigos de cómo los gobiernos han movilizado vastos recursos de capital para tratar de minimizar los impactos en la economía global. Desafortunadamente, todos estos esfuerzos no han sido dirigidos a atacar la causa profunda: el impacto que los seres humanos hemos causado en los ecosistemas.
Estas enfermedades se encuentran de manera natural en los animales. En ambientes sanos —donde abunda la fauna silvestre—, murciélagos, mapaches y venados, entre otros, son los hospederos finales de estos virus. Sin embargo, cuando las poblaciones de animales se van reduciendo a causa de la destrucción de bosques, océanos y selvas, los patógenos buscan otro ser vivo (vertebrado) el cual habitar, es decir, al ser humano. Para explicar este fenómeno llamado zoonosis, desde hace 20 años el investigador Richard S.
Ostfeld, del Instituto Cary de Estudios Ecosistémicos en Nueva York, acuñó el concepto “efecto de dilución”.
Si consideramos que la Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (USAID) indica que existen 1.6 millones de virus desconocidos en aves y mamíferos, y que al menos 700 mil podrían convertirse en zoonosis, es esencial que cambiemos nuestra forma de actuar para evitar futuras pandemias.
Afortunadamente, desde hace varias décadas los gobiernos de diversos países, apoyados por las mentes más brillantes en temas ambientales, han trabajado en una estrategia para impulsar un nuevo modelo de desarrollo basado en la conservación de la biodiversidad, con acciones y objetivos claros para transitar hacia un futuro más sustentable. Es así como en 2010 surgieron las 20 metas de Aichi, dentro del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB).
Es poco lo que hemos logrado a favor del medio ambiente en los últimos 10 años, considerando el largo trayecto que falta por recorrer. Esto se debe a la falta de presupuesto y de compromiso global. El CDB calcula que, para alcanzar dichas metas ambientales, se requiere una inversión de 450 mil millones de dólares anuales, cifra que parece inalcanzable —o, al menos, eso nos han hecho pensar—. Sin embargo, de acuerdo con el Foro Económico Mundial, para
Replanteemos, desde lo más profundo, nuestra relación con los seres vivos con los que compartimos nuestro hogar: la Tierra TOPILTZIN CONTRERAS-MACBEATH.
minimizar los impactos monetarios de la pandemia actual, tan sólo los países del G20 invertirán 5 billones de dólares, cantidad mil veces mayor a la necesaria para lograr un planeta sustentable.
Sin duda, la situación actual cambiará a la humanidad. Es momento de reflexionar sobre nuestro modo de vida y decidir qué camino tomaremos. Todo comienza por el compromiso individual que cada ser humano debe renovar día a día, a través de las acciones cotidianas. Empecemos por ser conscientes y dejemos de pensar que el planeta nos pertenece. Replanteemos, desde lo más profundo, nuestra relación con los seres vivos con los que compartimos nuestro hogar: la Tierra.
En palabras de la doctora Jane Goodall, “todavía quedan muchas cosas en el mundo por las que merece la pena luchar. Muchas cosas bellas, mucha gente maravillosa luchando por revertir el daño causado, por ayudar a aliviar el sufrimiento. Y muchísima gente joven dedicada a hacer de éste un mundo mejor. Todos están ‘conspirando’ para inspirarnos y darnos la esperanza de que aún no es demasiado tarde para cambiar las cosas, siempre y cuando cada uno hagamos nuestra parte”.