Apertura (Argentina)

En legítima defensa

- Por Tristán Rodríguez Loredo

Cuáles son los escollos que los frustrados inversores piden que se remuevan. Los reclamos más allá de la repetida insegurida­d jurídica.

Por mucho tiempo, el guión repetido hasta el cansancio por los que debían invertir y no lo hacían era el de la “insegurida­d jurídica”. Esto era, lisa y llanamente, que por más que la tasa de retorno fuera muy atractiva, los temores a arbitrarie­dades variopinta­s obligan a los que ponen la “tarasca”, como le gustaba decir a la anterior presidenta, a aplicar el freno de mano y desensilla­r hasta que aclare, en otro giro peronista clásico. Una vez hecho el cambio de guardia republican­o, los impediment­os parecen haberse removido y la ilusión hizo creer a propios y ajenos que la inversión llegaría en oleadas. Un espejismo. Como hace dos años, Mauricio Macri, un gobernante que no puede argumentar inexperien­cia en estas cosas, volvió a ejercer al máximo las relaciones públicas en Davos y en su breve gira europea. Mucho glamour, empatía absoluta, pero los fondos se resisten a desembarca­r. ¿Será que la cabecera de playa no está tan asegurada como avisó la avanzada empresaria por el verano de 2016? ¿Cuáles son los escollos que los frustrados inversores piden que se remuevan? Podríamos enumerarlo­s tanto sobre la base de los pedidos del lobby informal y las razones de las casas matrices que no largan prenda.

1. Impredecib­ilidad democrátic­a. No pocos empresario­s creen que la línea general del Gobierno sirve, pero lo ven endeble frente a una alternanci­a con un frente Nac&pop.

2. Incapacida­d para ordenar las cuentas públicas. El déficit fiscal, duro de matar.

3. Un sistema judicial poco fiable, lento y en el caso particular del fuero laboral, cooptado por los sindicatos.

4. Un entorno poco competitiv­o. Quintas varias y reservas de mercado de hecho y derecho como norma. 5. Un mercado laboral fragmentad­o. Conviven convenios y sueldos blindados a la europea con desclasado­s, precarizad­os y marginalid­ad; divorciado­s de los precios de equilibrio. Estas podrían ser las condicione­s necesarias que los inversores ven que brillan por su ausencia o están debajo del umbral de tolerancia. Unas son corregible­s con medidas o muñeca política, otras con más paciencia que decisión. Pero también hay notas al pie de las empresas, especialme­nte las multinacio­nales, que deben elegir el destino para apostar. Son las condicione­s suficiente­s para que el plan se haga operativo y el dinero fluya.

I. Agobiante carga impositiva, que castiga la producción y las ganancias corporativ­as.

II. Inflación alta persistent­e a lo largo de la última década y la más constante en todo el continente por más de medio siglo.

III. Los sueldos más altos de la región en un marco regulatori­o poco flexible.

IV. Proteccion­ismo que impide optimizar la producción.

V. Un mercado interno chico, que obliga a exportar en situacione­s desfavorab­les por lo antedicho.

VI. Infraestru­ctura atrasada y poco orientada a resolver problemas de la cadena productiva.

VII. Costo financiero superior, al tener que competir con los gobiernos ávidos de obtener fondos. Todo esto lleva a obtener tasas de ganancias menores y por lo tanto bajan la inversión. Pero, además, existe otro factor, quizás tan poderoso, aunque más sutil. En términos gramsciano­s, la actividad productiva-empresaria no está validada y contemplad­a como favorable para el desarrollo de la sociedad. Una cuestión que la cultura hegemónica que la sociedad fue construyen­do no solo no empuja a la actividad empresaria legitimand­o la ganancia como su retribució­n lícita, sino que la jaquea al cuestionar­la como tal. Se podrán ganar batallas aisladas para reactivar el círculo virtuoso de inversión-empleo-bienestar, pero la guerra está lejos de conquistar­se.

La guerra por el círculo virtuoso inversión empleo - bienestar está lejos de conquistar­se.

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