En legítima defensa
Cuáles son los escollos que los frustrados inversores piden que se remuevan. Los reclamos más allá de la repetida inseguridad jurídica.
Por mucho tiempo, el guión repetido hasta el cansancio por los que debían invertir y no lo hacían era el de la “inseguridad jurídica”. Esto era, lisa y llanamente, que por más que la tasa de retorno fuera muy atractiva, los temores a arbitrariedades variopintas obligan a los que ponen la “tarasca”, como le gustaba decir a la anterior presidenta, a aplicar el freno de mano y desensillar hasta que aclare, en otro giro peronista clásico. Una vez hecho el cambio de guardia republicano, los impedimentos parecen haberse removido y la ilusión hizo creer a propios y ajenos que la inversión llegaría en oleadas. Un espejismo. Como hace dos años, Mauricio Macri, un gobernante que no puede argumentar inexperiencia en estas cosas, volvió a ejercer al máximo las relaciones públicas en Davos y en su breve gira europea. Mucho glamour, empatía absoluta, pero los fondos se resisten a desembarcar. ¿Será que la cabecera de playa no está tan asegurada como avisó la avanzada empresaria por el verano de 2016? ¿Cuáles son los escollos que los frustrados inversores piden que se remuevan? Podríamos enumerarlos tanto sobre la base de los pedidos del lobby informal y las razones de las casas matrices que no largan prenda.
1. Impredecibilidad democrática. No pocos empresarios creen que la línea general del Gobierno sirve, pero lo ven endeble frente a una alternancia con un frente Nac&pop.
2. Incapacidad para ordenar las cuentas públicas. El déficit fiscal, duro de matar.
3. Un sistema judicial poco fiable, lento y en el caso particular del fuero laboral, cooptado por los sindicatos.
4. Un entorno poco competitivo. Quintas varias y reservas de mercado de hecho y derecho como norma. 5. Un mercado laboral fragmentado. Conviven convenios y sueldos blindados a la europea con desclasados, precarizados y marginalidad; divorciados de los precios de equilibrio. Estas podrían ser las condiciones necesarias que los inversores ven que brillan por su ausencia o están debajo del umbral de tolerancia. Unas son corregibles con medidas o muñeca política, otras con más paciencia que decisión. Pero también hay notas al pie de las empresas, especialmente las multinacionales, que deben elegir el destino para apostar. Son las condiciones suficientes para que el plan se haga operativo y el dinero fluya.
I. Agobiante carga impositiva, que castiga la producción y las ganancias corporativas.
II. Inflación alta persistente a lo largo de la última década y la más constante en todo el continente por más de medio siglo.
III. Los sueldos más altos de la región en un marco regulatorio poco flexible.
IV. Proteccionismo que impide optimizar la producción.
V. Un mercado interno chico, que obliga a exportar en situaciones desfavorables por lo antedicho.
VI. Infraestructura atrasada y poco orientada a resolver problemas de la cadena productiva.
VII. Costo financiero superior, al tener que competir con los gobiernos ávidos de obtener fondos. Todo esto lleva a obtener tasas de ganancias menores y por lo tanto bajan la inversión. Pero, además, existe otro factor, quizás tan poderoso, aunque más sutil. En términos gramscianos, la actividad productiva-empresaria no está validada y contemplada como favorable para el desarrollo de la sociedad. Una cuestión que la cultura hegemónica que la sociedad fue construyendo no solo no empuja a la actividad empresaria legitimando la ganancia como su retribución lícita, sino que la jaquea al cuestionarla como tal. Se podrán ganar batallas aisladas para reactivar el círculo virtuoso de inversión-empleo-bienestar, pero la guerra está lejos de conquistarse.
La guerra por el círculo virtuoso inversión empleo - bienestar está lejos de conquistarse.