Todavía, un cheque en blanco
En el Foro de Davos, Macri volvió a mostrar que es su gobierno, más que el país, el que goza de crédito externo.
El prócer de la República Mauricia cerró otra gira triunfal por Europa, con el pecho inflado porque el mundo –el Primer Mundo, ese del que en América del Sur “somos todos descendientes” (sic)– posa sus ojos, cada vez, con más esperanza, sobre esa eterna promesa de país potencia que es este rincón austral del planeta. Palabras, aplausos y vítores de los dueños del capital global porque se levanta, en la faz de la Tierra, una nueva y gloriosa nación. Desfiló, una vez más, por la nevada alfombra roja de Davos el héroe que rescató a la Argentina Devorada (copyright de José Luis Espert) de las fauces del vicioso populismo. Garante del paso firme del país incorregible por el camino virtuoso, cosechó el Presidente en su periplo europeo sonrisas, espaldarazos y apoyos morales, reconfortantes por la satisfacción del tránsito por la senda correcta. Pero, también, perturbadores, al contrastar tanta congratulación verbal con el goteo inversor que, ya descartado definitivamente el pronóstico de lluvias, con suerte, parecerá constituir garúa…
Vade retro los agoreros que osen a hablar de tormentas. Se enoja el Presidente, cuando vuelve a terruño y, al calor del off the record amigo, refunfuña porque “afuera nos ven como una apuesta segura y, acá, se critica hasta el aeropuerto de El Palomar”. Le resulta incomprensible cómo sus conciudadanos –en especial, la vocinglería que contiene el Círculo Rojo– son necios para reconocer la bendición que representa tener un país riquísimo en recursos naturales, en un mundo necesitado (y hambriento) de ellos. Parecería no reparar en que, desde que el mundo es mundo, no existe demasiado prurito al invertir en actividades extractivas. África, Oriente medio, la América española misma, desde la Conquista a la emancipación
(y mucho después) son algunos ejemplos claros de que, a la hora de acceder –y gestionar– esas fuentes, lidiar con autócratas rústicos, regí- menes políticos volátiles o culturas poco apegadas a respetar los pactos pasan a ser sutilezas conceptuales, en el contraste con la tasa de retorno que esas riquezas pueden deparar.
En otros sectores, las sonrisas y cheques firmados –o a punto de serlo– provienen de empresas que, con dinero ya enterrado en estos pagos, agradecen una y otra vez el haberlos librado –al menos, durante un paréntesis– de la costosa incertidumbre del populismo. Pero players nuevos, dispuestos a invertir a 10, 20 años, porque ven una economía sólida, robusta, abierta y competitiva, todavía, no asoman por el horizonte. Por el contrario, las aves que migraron hacia el sur son las más audaces, las acostumbradas ver un poquito más allá –no mucho–, a las que un período de ocho años –a lo sumo, 12– les es más que suficiente para comprar barato, valorizar el activo y salir a tiempo de la inversión. El vuelo típico de un private equity fund.
¿Bajó la inflación? ¿Cuánto? ¿A cuánto asciende el déficit fiscal? ¿Se reduce? ¿Y la presión tributaria? ¿Por qué crece el endeudamiento? ¿Qué ocurrirá con el costo del gradualismo con tasas de interés más altas? ¿Se mantendrá el rumbo si, en la Casa Rosada, se vuelve a entonar la marchita? Son preguntas para las cuales los funcionarios argentinos que seducen a inversores todavía tienen pocas respuestas. Y, en algunos casos, no del todo convincentes. El sueño de la Argentina Potencia, la idílica Argentina Año Verde, sigue siendo un cheque en blanco que, curiosamente, muchos celebran pero pocos, afuera, todavía, se animan a firmar. Ya pasaron dos años. El peor error que podría cometerse es interpretar las renovadas palmadas de Davos como un premio a lo hecho. Al contrario, el mensaje correcto sería: “A pesar de que pasaron dos años, todavía, confiamos en ustedes. Hagan lo que deben”. Una ratificación de que es este gobierno –más que el país– el que goza de ese crédito externo que, hasta ahora, supo aprovechar.
El mensaje correcto del WEF sería: “Aún, confiamos en ustedes. Hagan lo que deben”.