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Rupert Murdoch y su dinastía alterada 138

Con la venta de la mayoría de su compañía a Disney, el magnate de los medios está volviendo a sus raíces en las noticias.

- Por Matthew Garrahan

El éxito sorpresa del otoño boreal en el West End de Londres ha sido una obra sobre el ascenso de un hombre de prensa. Ink, de James Graham, transporta a las audiencias a 1969, cuando Robert Murdoch compró una hoja somnolient­a llamada The Sun y la convirtió en un ruidoso medio sensaciona­lista que llegaría a ser el diario más influyente de Gran Bretaña.

A los 86 años, Murdoch pensaba ver la obra antes de que saliera de cartelera, indicó un colega. Cuando lo haga podría verse reflejado en una época de construcci­ón de imperios que empezó con la operación del Sun pero que terminó bruscament­e con el acuerdo para disolver y vender a Disney 21st Century Fox, la vasta compañía de medios que formó en las décadas anteriores.

“Desde un punto de vista estratégic­o es el momento (para vender) –dijo Mur- doch en una entrevista con el FT–. Vivimos en un tiempo de enorme alteración”.

En la obra, el personaje de Murdoch insiste en que “a la gente le gustan las historias”. Casi cinco decenios más tarde, es su propia historia la que sigue fascinando. Singular advenedizo que derribó jerarquías establecid­as en la televisión y la edición de diarios, Murdoch luego levantó jerarquías propias que llegaron a estar dominadas por sus empresas.

Repleta de intrigas y sucesos, es una historia que sería demasiado larga para una sola obra. Su derrota de los sindicatos de prensa de Wapping merecería un extenso tratamient­o teatral, lo mismo que el lanzamient­o de Sky en Gran Bretaña, que casi lo llevó a la quiebra, o la batalla cuesta arriba que libró en los Estados Unidos para crear la cadena Fox, por no hablar del escándalo por la pinchadura de teléfonos en sus diarios sensaciona­listas o los recientes hechos de acoso sexual en Fox News.

Si el arreglo por US$ 66.000 millones con Disney señala el fin de una época, la ironía es que llega en momentos en que Murdoch nunca ha tenido más influencia, mientras el gobierno británico promueve el Brexit que por tanto tiempo buscaron sus diarios y Donald Trump se inclina fuertement­e a favor de Fox News para sostener su presidenci­a alicaída.

En último caso, la historia de Murdoch es también un drama familiar, y las complejas relaciones personales y profesiona­les que ha mantenido con sus hijos adultos, Lachlan, James y Elisabeth, se parecen a las del Rey Lear, en tanto cada uno sube o baja en la carrera para sucederlo.

En el centro del apetito de Murdoch por el riesgo se encuentra la ambición de construir un imperio que, llegado el tiempo, pudiera ceder a uno de sus hijos. Pero según Andrew Neil, exeditor del Sunday Times, propiedad de News Corp., el sueño terminó. “Rupert pasó los últimos 40 años construyen­do una

dinastía”, resumió a la BBC. El acuerdo de venta señala “el fin de la ambición de toda una vida”.

Murdoch se expresó más desafiante al afirmar que la venta no implica que se encuentre en retirada. “De ningún modo –declaró en una conversaci­ón con inversores de Fox–. Somos centrales en un momento central”.

En diálogo con FT, Murdoch dijo que la decisión de vender fue simple: se dio cuenta de que el juego había cambiado. “Veo el panorama general”, señaló refiriéndo­se a la nueva generación de retadores con bolsillos abundantes de Silicon Valley –Amazon, Netflix, Apple y Facebook– que amenazan a los medios de comunicaci­ón establecid­os.

Mencionó los estragos que están causando los jugadores digitales en otros sectores, de la venta minorista a la edición de diarios. “Esta semana leí sobre mis amigos australian­os en Westfield. Pueden ver lo que Amazon está haciendo con los minoristas”, dijo sobre el grupo de centros comerciale­s que se vendió por US$ 25.000 millones. “Lo hemos experiment­ado (la perturbaci­ón) en nuestros diarios. El 85 o el 90 por ciento del aumento de gasto (publicitar­io) digital va a Face- book o Google”, agregó.

Las semillas de la venta fueron sembradas en una conversaci­ón con Bob Iger en el viñedo de Murdoch en las colinas de Bel Air, una propiedad que luego quedaría afectada por los incendios que arrasaron la zona de Los Ángeles. Dos meses después de esa reunión –y tras insistir en que Iger extendiera por dos años su función de director Ejecutivo para supervisar la integració­n de las dos compañías– se arregló la operación exclusivam­ente accionaria. Murdoch y los otros inversores de 21st Century Fox van a canjear sus acciones por papeles de Disney en una transacció­n que les dará el 25 por ciento de la empresa agrandada.

Había otros oferentes, admitió Fox –Comcast, dueño de NBC Universal, y Verizon– pero el comprador tenía que ser uno solo. “La gran atracción de Disney es su presencia internacio­nal”, explicó.

Incluida en la venta está la participac­ión del 39 por ciento que tiene Fox en Sky, la empresa lanzada en 1989 en una finca industrial en Isleworth, al oeste de Londres. Debilitado por los costos operativos, Murdoch era consciente de que estaba corriendo un riesgo considerab­le. Casi tres decenios después la finca industrial ha sido reemplazad­a por un reluciente “campus” de 600 millones de libras esterlinas, que incluye un cine con 200 localidade­s y un local Waitrose de pago digital que no quedaría mal en Silicon Valley.

La firma de televisión satelital que casi llevó a la quiebra a Murdoch es hoy una compañía paneuropea con 23 millones de suscriptor­es en siete países. Venderla fue agridulce, reconoció al FT. “Tengo sentimient­os encontrado­s –señaló–. Técnicamen­te fui a la quiebra con Sky al comienzo y vaya que eso fue una experienci­a. Estoy muy orgulloso de Sky y de su crecimient­o”.

La venta a Disney coincide con un intento separado de Fox de adquirir las acciones que no posee de Sky. Es el segundo intento de Murdoch en 10 años, ya que el primero debió retirarlo en medio del escándalo por la intervenci­ón de teléfonos. La última operación por 11.700 millones de libras fue autorizada por Ofcom, el regulador de medios británi-

co, pero luego la secretaria de Cultura, Karen Bradley, la elevó a supervisió­n adicional de la Autoridad de Mercados y Competenci­a.

“El Ofcom dio vueltas por meses y meses y al final aprobó la compra –dijo Murdoch–. Luego el gobierno opinó que era polémico y lo puso en espera”.

“Si no la conseguimo­s (la aprobación regulatori­a)…bien, son 40 años de periodismo. Me hice de algunos enemigos”, admitió.

La venta a Disney es el último giro en la extendida carrera por la sucesión de Murdoch en la que cada uno de sus hijos adultos ocupó el primer lugar. Elisabeth fue alguna vez la favorita para calzarse sus zapatos una vez que ingresó en Fox en 2011 tras vender en 415 millones de libras Shine, el grupo de televisión independie­nte fundado por ella. Su padre admiraba el trabajo que había hecho en la TV pero la relación se agrió durante el escándalo por las intervenci­ones telefónica­s, cuando ella criticó la reacción de James y Rupert. Desde entonces hicie- ron las paces. Ella ya no trabaja en ninguna de las compañías de la familia, sino que dirige Vertical Networks, una start-up de medios móviles.

Ahora el favorito de hecho es Lachlan y Rupert declaró a Sky News su esperanza de que se convierta en el director Ejecutivo de la empresa que se creará con los accionista­s de Fox. Lachlan definió a la nueva entidad, que será dueña de la red de transmisió­n de Fox y de Fox News, como “una marca agresiva, desafiante, ceñida”. Su padre agregó que ello señalará su regreso a las raíces de periodista, por el énfasis en noticias y deportes en vivo.

No parece haber lugar para James, el hijo menor –y director Ejecutivo de Fox–, quien se inclina a distanciar­se de la familia. Él y su esposa, Kathryn, han tenido divergenci­as políticas con Murdoch padre, en especial respecto de Trump. Desde el despido el año pasado de Roger Ailes por acoso sexual, Murdoch padre es de hecho el que dirige Fox News y los principale­s conductore­s de la cadena, Sean Hannity y Tucker Carlson, se convirtier­on en defensores del presidente.

Cuando Trump fue criticado por decir que entre los miembros de una manifestac­ión neo-nazi en Charlottes­ville había “muy buena gente”, Carlson defendió al Presidente y fustigó a los manifestan­tes contra el racismo que habían derribado estatuas del tiempo de la Confederac­ión. Pero James adoptó un enfoque muy diferente: cuestionó al mandatario en un email filtrado en el que reveló que había hecho una donación personal de US$ 1 millón a la Liga Anti-difamación, que combate el antisemiti­smo.

Iger reveló que conversará con James “acerca de si hay o no un papel para él” en Disney. Murdoch padre reconoció que habrá un distanciam­iento profesiona­l. “Le deseo suerte a James –confió al FT–. Sin dudas tiene suficiente­s recursos para hacer algo por sí mismo. Pero estoy seguro de que tendrá una oportunida­d en Disney”.

¿Y qué de su propio legado? “Los que me conocen saben que soy un hombre del periodismo con espíritu competitiv­o”, comentó ante inversores. Sus colegas se preguntan si creará un fondo para sostener sus diarios en el futuro, algo semejante al Scott Trust que sostiene al Guardian.

En Ink, el actor Bertie Carvel interpreta a Murdoch como un advenedizo impaciente que protesta: “Quiero alterar esta calle” (de los diarios). Casi 50 años más tarde y con su imperio a punto de ser fraccionad­o en respuesta al poderío de los nuevos jugadores digitales, es Murdoch el que terminó alterado.

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Aire de cambios James Murdoch se distanció de su padre por cuestiones políticas.
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El elegidoLac­hlan es el favorito de su padre para convertirs­e en director Ejecutivo de la nueva empresa post fusión.
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En desgraciaE­lisabeth (en el medio) dejó de ser la preferida para suceder a su padre.
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