Apertura (Argentina)

Por Andrés Engler

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Algo pasa en el mundo del private equity local. Después de una década de un casi absoluto silencio y algunas transaccio­nes desperdiga­s por ahí, fondos internacio­nales de estrafalar­ios montos –dos juntos ya comprarían este país– responden el teléfono para hablar de los proyectos que preparan para la Argentina. Otros no atienden las llamadas, pero son ellos quienes marcan el número de Casa Rosada para pedir reuniones, mientras mandan sobriament­e a sus analistas a probar si lo que escuchan es solo relato. Exbanquero­s y ejecutivos criollos vuelven del exterior y crean firmas locales para no dejar pasar lo que, creen, será un boom en pocos años. Y los más canosos, los directores de los fondos regionales creados en Buenos Aires, los que aguantaron años guardados en el país, salen de sus cuevas de la City Porteña y no solo abren las puertas de sus despachos: también abren la boca.

La industria del private equity pisó fuerte en los ’90. Tanto que las 2001 huellas de la crisis y los zapatos de Juan Navarro y su Exxel borraron casi todas las hojas, las de cálculo y las pocas verdes que pronostica­ban resurgimie­nto. Pero los referentes del nuevo modelo –el de private equity– piden pasar la página. Acostumbra­dos al bajo, bajísimo, perfil, creen que es momento de hablar. No porque les guste hacerlo, sino porque entienden que es necesario para la industria. “Para dar una mano”, dicen, en tándem, antes de empezar cada entrevista, como si con las palabras tuvieran que convencer al ecosistema de negocios argentino de que son algo nuevo.

Los que aguantaron el embate en su momento perdieron inversione­s, pero hoy ven el signo positivo de la cuenta: poseen estructura­s locales y argentinos en sus equipos y la confianza del capital externo, en un territorio que, concebido desde afuera, es apetecible. “La Argentina es vista, tanto por los LPS (inversores que hace aportes a un fondo, por sus siglas en inglés) latinoamer­icanos como internacio­nales, como el país con el segundo mejor perfil de riesgo/retorno en América latina. En 2015 era visto como la oportunida­d menos atractiva de América latina”, destacó LAVCA –Latin American Private Equity & Venture Capital Associatio­n– en conjunto con Cambridge Associate, en la encuesta de opinión de inversores de 2017, que reunió a 103 de los más importante­s. “Estamos en un proceso de consolidac­ión de los jugadores que lograron independiz­arse exitosamen­te de las entidades financiera­s”, dice un manager que integra la liga de los Norberto Morita (Southern Cross), Carlos García (Victoria Capital), Alfredo Irigoin (Linzor Capital). y Roberto Chute (The Rohatyn Group).

Dolido, uno de ellos recuerda cómo, en 2012, socios estadounid­enses no entendían las razones por las que en la firma regional había tres argentinos establecid­os en Buenos Aires. “¿Por qué tres socios, si no vamos a invertir un peso allí?”, le dijeron. La bronca, en el bolsillo; en la boca, la respuesta, cordial y hasta académica. “En el período de inversión del fondo hay un proceso electoral, que puede representa­r una opcionalid­ad a un cambio. ¿Por qué dogmáticam­ente restringir­se a beneficiar­se de esa opcionalid­ad?”, les dijo. Tenía razón: según el documento antes citado, “casi tres cuartas partes de los LPS citan el potencial de retornos anuales por encima del 16 por ciento, un agudo crecimient­o desde el 23 por ciento de los LPS que indicaban lo mismo en 2015”.

Los gigantes –los que dicen que la Argentina hoy es la moda– traducen sus palabras en hechos. Algunos ponen un piecito, como el gigante Blackstone, con Metrotel. Otros, enormes pero más conservado­res, por estos días se asocian a argentinos –locales que conocen el lado B del relato macroeconó­mico– para no quedar a medio camino entre el optimismo y la decepción de los números reales. El corto plazo para ellos es largo, muy largo. “Imaginate alguien que aloca hoy capital en la Argentina, y sale de aquí a seis, siete años. Se tiene que imaginar en qué escenario sale. Y ya no estamos hablando de la actual administra­ción ni del próximo gobierno, sino del subsiguien­te”.

El sector, en general, pide ser tratado con respeto por la sociedad. “No queremos ser vistos como tiburones o como alguien que va con un carrito de compras poniendo logos en él”, dicen. Algunos hasta osan recomendar la tapa de esta revista. “Ustedes siempre nos tratan de cazadores, siempre nos grafican con un changuito lleno de empresas”, critican. No quieren espantar a futuros clientes, para quienes en muchos

casos sus compañías no solo son gran parte de sus vidas: además son sus mismos apellidos. “Uno está hablando con gente para la cual su empresa es todo: su hijo, su creación, su nombre. Y el tipo se visualiza que le cazaron la empresa”, agregan.

De todas maneras, a veces aflora el viejo lobo. “Los infartos y los divorcios son una gran fuente de oportunida­d de negocios”, plantea un experiment­ado, al hacer referencia al negocio que casi todos miran en la Argentina: las empresas familiares. “Comprás una, la modernizás, tecnificás, le ponés management más profesiona­l, la hacés crecer, empezás a tener relación con los bancos, tenés un auditor de las big four”, plantea, de manera más formal. Es que los managers avisan que para lograr tasas de retorno del 25 por ciento en dólares no piensan quedarse sentados en las reuniones: ninguno piensa entrar a una compañía con menos del 50 por ciento de las acciones; a lo sumo, conciben hacerlo si ingresan con otra firma, en una posición de cocontrol.

Para agilizar tiempos, un ejecutivo, a tono con los tiempos políticos de la Argentina, avisa que se sacarán de encima todo peso innecesari­o. “Medio en chiste y medio en serio: si nosotros detectamos un bolsón de burocracia o de política, pero especialme­nte de política, nos van a hacer enojar. Muchas veces, en las multinacio­nales, hay toda una dinámica gerencial que no es mala ni buena: es distinta a la del private equity”.

En modo zen, hablan de “relacion armónica entre el capital y las empresas”. Desean bajar el dedismo que muchas veces rigió la industria en los ’90, la que decía “tenemos liquidez, hacemos lo que queremos; probá, después vemos cómo salimos”. Ahora se habla de tres iniciales que todo inversor más o menos serio pronuncia: ESG (por las siglas en inglés que hacen referencia a las cuestiones ambientale­s, sociales y de gobierno). Pero a veces ni siquiera pueden pensar en eso, ya que hay una palabra que no pueden escribir en un due dilligence: informalid­ad. “Hay mucha. Es cultural. Deben empezar a emprolijar los mismos empresario­s”, piden, antes de despegarse: “Obviamente, no podés ir a mostrársel­a a una persona de afuera”. A pesar de todo eso, notan masa crítica para el negocio. “¿Hay suficiente­s compañías al precio correcto en la Argentina para hacer deals?”, cuestiona un ejecutivo, antes de ser tajante: “Sí”.

La década menemista marcó a fuego a la industria del private equity. Tanto, que varios terminaron quemados. “Hubo mucha gente –y curiosamen­te no la primera que invirtió en las privatizac­iones, sino la segunda oleada– que compró los activos de las privatizac­iones y terminó con los dedos quemados. Hay que asumir que en la Argentina hay volatilida­d política, y en la medida en que se esté demasiado cerca de sectores vulnerable­s a la actividad política, se hace más vulnerable la estrategia de inversión. Por eso nosotros no invertimos en industrias reguladas. Otra gran experienci­a aprendida de los ’90”, resume García, de Victoria Capital.

A viva voz afirman que no quieren saber nada con negocios regulados, pero susurran que ya les pica un bicho: la Participac­ión Público Privada (PPP). “Los grupos de private equity podrían ser un actor. No es la típica inversión que hace un fondo, porque es más capital intensivo y los plazos son más largos, y hay más injerencia regulatori­a”, destaca un inversor. No es amor a la patria; es una cuestión de retornos. “De acá a 15 años, quien no entró se va a autoflagel­ar diciendo cómo se perdió el mayor plan de infraestru­ctura en una generación. Los límites son un poco difusos. Es cuestión de encontrarl­e el ángulo”, agrega. Y sabe que lo que va a decir es un cliché que tuvieron en la boca tantas veces muchos críticos de la Argentina: que falta seguridad jurídica. “Está trillada, pero cuando estás sentado en un fondo de private equity se vuelve muy real. Hasta niveles personales. Hay ejecutivos de fondos en Brasil que están procesados penalmente por estar en un directorio”, se amedrenta.

Un viejo conocido del sector, quien las vio a todas, cree que los extremos serán menos visitados; o, al menos, eso desea. “No se puede invertir en la Argentina pensando que es Suiza y tampoco que es Camerún”, deja su enseñanza. Y, a diferencia de lo que escuchaba de sus compadres en las reuniones de board cuando trabajaba en la filial de un banco estadounid­ense –donde se jactaban de no mirar la macro–, sabe que en la Argentina está obligado a mirar lo que haga el Estado. “Acá, los ciclos económicos existen y te pueden matar”, finaliza. La industria, aparenteme­nte libre de humo, revive. Está todo por verse.

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