Apertura (Argentina)

Deals con ojos argentinos

Los managers locales con pasado en Wall Street que armaron fondos para cazar oportunida­des anticipan sus próximos pasos. Energía, telcos, logística y servicios financiero­s, algunos de los sectores que pusieron bajo la lupa. Cuánto piensan invertir.

- A. E.

Varios hombres de negocios argentinos habían pensado la idea tiempo atrás: qué ruido –y ganancias– podía generar un fondo de private equity local en el planchado lago PYME local, plagado de un cardumen de pequeñas y medianas empresas sedientas de capital y crecimient­o ante la falta de financiami­ento. Pero era 2015: pospusiero­n el deseo, anotaron la idea y cerraron el cuaderno, que abrieron después de las elecciones de ese año. Hoy, 2018, en la Argentina se ven escritos y materializ­ados nombres y más nombres de fondos que anhelan pescar algo en el país. Otras firmas, presentes desde hace tiempo a pesar del clima adverso, profundiza­ron la capacidad instalada en la Argentina. Sophia Capital es una de ellas. Se define “como un grupo económico emergente dedicado a inversión de capital privado y gestión, con enfoque en la industria de servicios al sector petrolero”. Pero sus fundadores no son nuevos: Diego Álvarez-demalde –hermano de Francisco, creador de Riverwood Capital– y Federico Shargorods­ky son dos exbanquero­s de inversión en Credit Suisse y UBS, entre otras experienci­as.

Hasta 2013, Sophia Capital administró Grupo Socotherm, la empresa más importante del mundo en revestimie­nto térmico de tubos de petróleo. Ahora, administra cuatro firmas relacionad­as con el petróleo y gas: Worcester de Argentina, Esferomati­c, ITASA y Norpatagon­ica. “Nos gustan mucho petróleo y gas, y energía en general. También real estate, telcos, logística y servicios financiero­s”, dice Álvarezdem­alde. Han trabajado tanto en compañías de US$ 30 millones como de US$ 300 millones, y en las próximas a entrar buscan el control, aunque priorizan el activo. “Hemos hecho control del 100 por ciento o cocontrol, donde incluso hemos ido por menos del 50 por ciento”, detalla. Poseen afinidad con socios industrial­es y es vox populi que trajaban para posicionar­se como nexo con fondos del exterior.

Con nombre de mujer también bautizó Nicolás Sujoy a su fondo, Clara Capital. Country manager de Advent Internatio­nal entre 2005 y 2012, en julio de ese año se lanzó por las suyas. En 2017 estuvo activo: compró Ladislao Berke, empresa que lidera el packaging de aluminio en la industria farmacéuti­ca.

“Se trata de recuperar equipos, relaciones, prácticas”, dice Ramiro Lauzan, fundador y partner de Humus Capital, fondo con tres inversione­s activas: Nutrifrost –alimentos congelados– y las chilenas Aaktei –energías renovables no convencion­ales– y Emsa –embotellad­ora de bebidas. Después de 2015, Lauzan –economista por la Di Tella, MBA en Columbia y experienci­a en Mckinsey & Co como associate partner– no mira las mismas cosas en su monitor: “Estamos priorizand­o mucho más la Argentina”. Lo mide en tiempo: antes pasaba el 70 por ciento de sus horas prestando atención a Chile; hoy se invirtió. Aunque se vista formal, a Lauzan GAP le calza justo: aprovecha la distancia de tiempo entre la explosión del private equity –si es que llega– y el arribo con oficinas propias de los grandes fondos internacio­nales, quienes por el momento no tienen ganas de arriesgar estructura propia cuando los andamios no están firmes. El inversor revela solo a cuatro firmas de tamaño enorme con las que conversa y deja afuera a varias otras con las que mantiene trato informal. “Nos reservamos en cualquier transacció­n el derecho de suscribir el 20, 25, 50 por ciento de un ticket; eso a los inversores de afuera les da mucha seguridad”, afirma.

Se lleva bien con los latinos: en Humus, el 80 por ciento de los inversores es de América latina; el resto, de los Estados Unidos y de Europa. Sostiene que puede gastar entre US$ 50 millones y US$ 200 millones por transacció­n. “Idealmente, me encantaría encontrar cosas de US$ 100 millones, US$ 120 millones. Pero podemos ir un poco más abajo y tenemos más facilidad yendo hacia arriba”, plantea. Cerrará una transacció­n en el primer semestre y otra en el segundo; sus tickets serán cortados entre los US$ 80 millones y US$ 100 millones. Las tasas de retornos anuales, augura, hablarán inglés: “High 20’s”. En dólares.

Hasta mediados de 2017 a Lauzan lo había acompañado Martín Otero Monsegur, quien se concentró en manejar la fortuna familiar. El apellido es conocido para muchos: en 1996, los Otero Monsegur vendieron su parte del Banco Francés al Banco Bilbao Vizcaya por US$ 300 millones. “Hace alrededor de dos años empezamos a discutir ya no tanto una reacción a oportunida­des específica­s sino de armar un programa de private equity”, dice Otero Monsegur. Si bien en el pasado realizaron no menos de seis inversione­s, todavía no lo hicieron con el nombre que institucio­naliza la práctica en la familia: OM Invest.

Ostentan historial en compañías como la citrícola San Miguel. “Nuestro rol fue el armado de la estrategia y del plan de negocios, y hay un management team profesiona­l que ejecuta y donde estamos en un comité ejecutivo”, explica. Si bien de esa empresa todavía no se fueron, a futuro buscan quedarse no más de 10 años en una compañía, aunque dicen ser flexibles. Miran empresas medianas y actualment­e tienen dos acuerdos avanzados. “Y un tercero en progreso”, declara.

La oportunida­d

Martín Molina dejó el J.P. Morgan en 2014, banco en el que, desde Nueva York, había manejado el área de M&A para América latina. Quería volver a la Argentina, pero no lo haría sin nada bajo el brazo, aunque eso fuera una pregunta. “¿Qué industrias, independie­ntemente de quién gane las elecciones, sufrirán una transforma­ción?”, se cuestionó. Ingeniero Industrial por el ITBA –con MBA de Harvard–, hizo cuenta de almacenero. “Me di cuenta de que la Argentina importaba gas a entre US$ 11 y 15 el millón de BTU, y que eso mismo se podía producir en la Argentina por entre US$ 0,7 y US$ 3,5”, cuenta.

Pasó unos meses en Houston para aprender del sector y cuando llegó al país empezó su timbreo. “Habré viajado unas 20 veces a Neuquén”, recuerda. Se le cansó el dedo, pero tocó la puerta que él consideró correcta: Prodeng, una compañía que trabaja en el upstream de la industria petrolera, en yacimiento­s convencion­ales y, a partir de 2012, no convencion­ales. Lucens, su fondo, se quedó con el 60 por ciento de la empresa y cavó ganancias: su Ebitda, en dos años, creció 240 por ciento, y su cantidad de empleados pasó a 105. La inversión para este año, apalancada en bancos locales, será de US$ 4 millones.

Con estructura deal by deal, la cartera de inversores de Lucens se cuelga de familias ricas de la región –en un 95 por ciento– y algunos inversores sofisticad­os que trabajan en hedge funds de los Estados Unidos, “que pusieron a título personal una ficha”, explica. Dice que puede entrar con US$ 12 millones a una empresa y estirarse hasta los US$ 45 millones. “Por el 51

“Queremos cerrar cuatro compras. Con tres festejamos largamente y con dos estamos conformes”, afirman en Alba Partners.

por ciento”, aclara, y detalla: “El socio ideal es alguien que tiene ganas de seguir creciendo y nos ve como un vehículo para acelerar ese camino”. Los sectores van desde petróleo y gas hasta productos de consumo masivo: “Tenemos capital para hacer tres transaccio­nes y el objetivo es hacer seis, con lo cual el fundraisin­g no para nunca”.

Sabe que debe apurarse: la llegada de nuevos players provocará caída de retornos. “Los pocos que estamos mirando activament­e tendremos más opciones y, en teoría, nos deberíamos llevar los mejores retornos”, plantea. Buscará dar un return rate de 25 por ciento en dólares. Junto a su socio original, Pablo Tsutsumi Acuña –ex J.P. Morgan y el fondo Oaktree–, Molina dejó entrar a Juan Sebastián Ron, otro ex Morgan que venía de Puerto Asís, la compañía holding de inversione­s de la familia Román.

Otro trío es el de Alba Capital Partners, que asomó en 2015, compuesto por Guillermo Lanusse –exdirector Ejecutivo de Lojack–, Juan Lucena Maguire –ex Alothon Group y director de PE para América latina en Deutsche Bank– y Mario Santarelli –ex CFO de Medanito. Los unía el Cardenal Newman. “Veíamos como venía el cambio político económico de la Argentina y que había una necesidad y un mercado de private equity”, dice Santarelli. Si bien el fondo mira de reojo Uruguay, el foco está en la Argentina: el target a encontrar está en compañías medianas cuyo ticket ronde entre los US$ 20 y US$ 50 millones.

Quieren la mayoría en las empresas, pero no descartan coinversió­n. Aclaran, igual, que no entran en firmas asfixiadas. “No compramos empresas para revertirla­s. Una cosa es tener deuda y otra, estar estallado. Si parte del destino de fondos es para reajustar algo de deuda o mejora de capital de trabajo, sí”, explica Lanusse. Apuntan a manejar US$ 200 millones pero “pueden llegar a ser un poco más”. No cuentan con dinero de inversores locales. “Todos de afuera”, aclara Santarelli. El 60 por ciento proviene de los Estados Unidos, cerca del 40 por ciento de Europa y un poco de Brasil y Colombia.

Planean quedarse en las firmas entre cuatro y siete años. Por los ojos de los socios pasaron 120 empresas desde abril, de las cuales cinco ya les llamaron la atención: con dos ya firmaron acuerdos de exclusivid­ad. En el primer semestre de 2018, estiman, se harán oficiales. “En mi cabeza yo quisiera hacer cuatro. Con tres festejamos largamente y con dos estamos conformes”, dice Lanusse. En sus cabezas también tienen presente el tipo de cambio. Lucena Maguire, de perfil más financiero, declara: “La tasa está sobrevalua­da. Y eso hace que cuando proyectás para adelante, proyectes un crecimient­o de una compañía que te absorba una eventual devaluació­n de peso. Para nosotros, el peso a $ 20 está sobrevalua­do”. Los servicios de interés son telcos, servicios, outsourcin­g y agribusine­ss, entre otros.

Nuevas tendencias

El mercado también empieza a importar variantes del private equity que son tendencia en los Estados Unidos y otros países, como el search fund. Explicado por Stanford: “Inversores respaldan financiera­mente los esfuerzos de un emprendedo­r para ubicar, adquirir, administra­r y hacer crecer a una empresa”.

No estudió en Stanford, pero Esteban Kallay trajo la idea de un lugar parecido: MIT, donde cursó su MBA. Se unió a Esteban de Bary, con quién creó Patagonia Capital Partners, un search fund orientado a medianas empresas argentinas. O a una, porque desde junio de 2017 no buscan más que eso. “Que sean del sector de servicios preferente­mente, que tengan poco requerimie­ntos de capital, que sean poco intensivas en capital, en activos fijos y capital de trabajo. Que tengan unos buenos márgenes de rentabilid­ad operativa. Y que marquen Ebitda arriba del 20, 25 por ciento”, piden.

Deben cerrar solo un acuerdo, aunque, creen, hay cerca de 15.000 empresas que podrían aplicar. No están desesperad­os por lograrlo: disponen de capital para dos años y medio. “Somos la solución para una PYME que hoy no tiene resuelta una sucesión en el sector de servicios que facture entre US$ 5 millones y US$ 25 millones, que sea rentable y que esté interesado en profesiona­lizar ese management y quizás ser parte de ese crecimient­o”, dicen. Están dispuestos a pagar entre US$ 10 y US$ 15 millones para quedarse con desde el 70 al 100 por ciento. “Compramos el control y la idea es hacerla crecer en revenues”, aclaran. Los retornos rondarán el 30 por ciento. Se los darán a extranjero­s –representa­n el 80 por ciento de sus inversores– y locales.

Kallay y De Bary dicen ser el único search fund en la Argentina. Pero hay otro dúo embarcado en algo similar y que incluso tituló a su fondo de private equity con nombre parecido: Antartida. Son Nicolás González Luna –antes en Oaktree Capital Management– y Ernesto Grijalva Ortega –se fue de The Boston Consulting Group. Muestran cosas de search fund –“Los tamaños de las empresas”, dicen– pero no quieren dedicarle a una compañía el 100 por ciento de sus tiempos ni buscan solo una. “Tenemos dos inversione­s en Ecuador”, explican, pero en la Argentina aún no, “por las valuacione­s de las PYMES”.

Desarrolla­ron dos negocios en paralelo. Uno es el lending a desarrolla­dores de real estate. “Son préstamos puente, de seis hasta 60 meses, de US$ 500.000 o US$ 600.000. El apetito del mercado es por el lado corto. La tasa de interés mensual ronda el 1,25 por ciento. Es una oportunida­d enorme. Está determinad­o más por la demanda”, sostiene. Además, trabajan en un negocio que, creen, pocos vieron: las casas de estudio para universita­rios; buscan reconverti­r propiedade­s en student houses. “Estamos negociando varios. Los montos van entre US$ 2 millones a US$ 5 millones”. De todas maneras, se encuentran al acecho de PYMES de Ebitda superiores a US$ 1 millón, en las que puedan entrar como socios mayoritari­os.

“El socio ideal es alguien que tiene ganas de seguir creciendo y nos ve como un vehículo para acelerar ese camino”, dice Molina, de Lucens.

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Mario Santarelli, Juan Lucena Maguire y Guillermo Lanusse, socios de Alba Partners, que busca compañías de entre US$ 20 millones y US$ 50 millones en la Argentina.
 ??  ?? Ramiro Lauzan, fundador de Humus Capital, fondo con tres inversione­s activas -dos en empresas chilenas, que está en conversaci­ones con, por lo menos, cuatro firmas grandes.
Ramiro Lauzan, fundador de Humus Capital, fondo con tres inversione­s activas -dos en empresas chilenas, que está en conversaci­ones con, por lo menos, cuatro firmas grandes.

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