Tiempo de descuento
A esta altura, ya debería haber venido el inversor que monitorea más que la tasa de retorno de un bono. Hoy, el inversor que entierra capital a 20 años mira más a la oposición que a lo que hacen en la Casa Rosada.
-Señor Presidente… -Dígame. -Tengo una pregunta. Nosotros creemos. Confiamos en usted. Pero, ¿qué pasará cuando ya no esté?
Lo contó Mauricio Macri. Fue, dijo, un diálogo con un inversor durante uno de sus primeros viajes oficiales, a mediados de 2016. Ya entonces, la esperada lluvia de inversiones era, con suerte, una garúa y el mandatario no perdía oportunidad de explicar, a propios y extraños, en público y en privado, que su pronóstico falló no a causa de su incipiente gobierno, sino por la histórica acumulación de desatinos –acelerados durante el último término de su antecesora– que condujeron a su asunción. En esos mismos días, un águila de la City, con sólidos nexos tanto en Wall Street como en la Casa Rosada, advertía, desde Nueva York: “El especulador ya vino antes, en 2015. El que ahora pregunta es el private equity: con un gobierno, o dos, de Macri, le alcanza. El problema son los institucionales. Los que tienen que enterrar capital a 20, 30 años. Todavía, dudan”. Pasó el tiempo. Después de un primer año de mandato complicado, contractivo, la economía mostró recuperación al siguiente. Aun, con una inflación indomable, que, si bien bajó del 40 por ciento de 2016 al 25 de 2017, estuvo ocho puntos por encima de la meta prevista. La acumulación de reservas, al record de US$ 55.000 millones a fines de 2017, tenía como contracara el endeudamiento, la viga que sobre la que se sostuvo el gradualismo. El esquema funcionó, en tanto hubiera ingreso de dólares. La Argentina es una economía que, solo el año pasado, demandó casi US$ 31.000 millones más de los que generó para funcionar. En enero, el Gobierno colocó US$ 9000 millones y anunció que, por el cambio de condiciones externas, no volvería a salir al mercado externo durante el resto del año. Razones similares alegaron las empresas. En el primer trimestre, la emisión de deuda internacional de entidades argentinas se retrajo 30 por ciento y, del total, el 88 por ciento correspondió al Estado Nacional. Se esperaba que, por ON corporativas, ingresaran US$ 3000 millones al país. En tanto, la sequía costó US$ 6000/8000 millones. Al cabo de cinco meses, el déficit comercial fue de US$ 4691 millones (2,5 veces más que un año antes) y el saldo de cuenta corriente, al 31 de marzo, ascendió a US$ 9623 millones, 34,4 por ciento superior al del trimestre inicial de 2017. En consecuencia, el dólar escasea, todos compran, nadie vende. El precio sube, con un mercado de movimiento ínfimo. La inflación se acelera y los datos de mayo y junio empiezan a mostrar brotes verdes marchitos o pisoteados por el freno de actividad. Se fue al Fondo porque no hubo otra opción. Tamaño salvavidas –político y financiero– es una señal tan positiva como inquietante: nadie golpea esa puerta si le va bien; y el FMI, en este caso, fue inusualmente generoso. Los cambios en el gabinete –en particular, en Energía y Producción– tampoco fueron alentadores: representaron el sacrificio del largo plazo por la resolución de las urgencias del corto. La crisis cambiaria es una crisis de confianza. A esta altura, el inversor financiero debió haber sido reemplazado por el real. Por aquel que mira películas, no fotos. Aquel que monitorea mucho más que la tasa de retorno de un bono. Aquel para el que presión tributaria, nivel de costos, condiciones laborales, entorno de negocios, seguridad jurídica, competitividad, son variables tan críticas –o más– que el rendimiento de un título o la tasa de cambio. Ese que, hoy, tal vez, le preste más atención a lo que hace la oposición que a lo que intente quienes ocupan la Casa de Gobierno. Porque, del escenario post octubre, de reelección inexorable, se pasó –errores forzados y no forzados mediante– a un peronismo que olfateó sangre y resucita, ilusionado. Falta poco más de un año para las presidenciales de 2019. Y eso, en la Argentina, es larguísimo plazo. Por más que ya se esté en tiempo de descuento.