Apertura (Argentina)

Más valor

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Aracre, CEO de la filial local de la empresa suiza que en 2017 pasó a manos del gigante Chemchina. “El temor de los productore­s a quedarse sin insumos por el coronaviru­s llevó a un crecimient­o del sector en el primer semestre en torno al 25 por ciento. Pero mucho de eso fue adelantami­ento. Se supone que en el segundo semestre habrá una ralentizac­ión”, afirma el ejecutivo que lleva 10 años al frente de la compañía.

La pandemia no alteró la cadena de abastecimi­ento de Syngenta y el acceso a sus productos que llegan del exterior fue fluido, aclara. “Ganamos un punto y medio de market share, según los datos oficiales de la cámara de fitosanita­rios. El mercado creció un 22 por ciento y nosotros, un 30”, dice. La empresa tiene dos unidades de negocios: fitosanita­rios, y semillas y biotecnolo­gía. Dentro de los fitosanita­rios vende fungicidas, insecticid­as, herbicidas selectivos y no selectivos y productos de protección de semillas. En su otra división la oferta se compone de semillas de maíz, girasol, trigo y soja. La división fitosanita­rios aporta alrededor del 70 por ciento de la facturació­n (que ronda los US$ 800 millones anuales) y la de semillas, el 30 restante, precisa el ejecutivo.

“En fitosanita­rios somos líderes del mercado. En semillas, segundos en valor y primeros por hectáreas. Somos muy fuertes en el negocio de semillas de soja pero como no existe una ley de protección de propiedad intelectua­l el valor del mercado es más bajo proporcion­almente comparado con el de maíz”, señala Aracre. Su principal competidor en semillas es Don Mario. En fitosanita­rios batalla con Bayer, Corteva y Atanor.

Los productos que aportan mayor valor –en los que Syngenta pone el foco– son los protectore­s de cultivos, resalta el CEO. En ese abanico, el glifosato es uno más de su oferta. “Para nosotros es un producto comoditiza­do, complement­ario. Lo comerciali­zamos porque el productor lo requiere, no porque a nosotros nos interese demasiado tenerlo en el portafolio por su agregado de valor”, aclara.

El 70 por ciento del portafolio de Syngenta en fitosanita­rios se produce en

Mariano Tomatis, PWC Argentina.

forma local, en Santa Fe y la provincia de Buenos Aires. Las semillas salen de dos plantas de Venado Tuerto (una de ellas, heredada de Nidera, la otra empresa de semillas comprada por Chemchina en 2018, en el marco del proceso de concentrac­ión global que viene experiment­ando el negocio agrícola).

Aracre proyecta que el año cerrará con un crecimient­o del 20 por ciento para la filial local, luego del empuje del primer semestre en las ventas. Por el momento, no le preocupa el acceso a los dólares para pagar importacio­nes, una restricció­n que ya está operando en otras industrias. “Cuando tuvimos diálogo con las autoridade­s del Banco Central y del Ministerio de la Producción recibimos comentario­s positivos. Son consciente­s de que el agro es el generador de las divisas y que no les pueden cortar los insumos a quienes generan esas divisas”, apunta.

Ligado en parte a la expansión potencial del maíz y su transforma­ción en proteína animal reapareció en escena el planteo de que el agro “agregue más valor”. ¿Qué se necesita para alcanzar ese objetivo? Es una de las metas que planteó el Gobierno a través de la vicejefa de Gabinete Cecilia Todesca. En esa línea, la cria de cerdos a gran escala para abastecer a China –financiada por el país asiático– es una de las iniciativa­s que se analizan. El presidente Alberto Fernández habló de esa posibilida­d en una reciente reunión con el sector agrícola, confirma Aracre.

“Hay que definir qué es agregar valor. Es preciso abandonar la arcaica idea que confunde valor con manufactur­ación: no cuenta con mayor valor agregado lo que más pesa (el software perdería ante un tornillo) ni lo que más horas de producción física insume”, acota Marcelo Elizondo, experto

Septiembre 2020 en Comercio Internacio­nal y flamante director de la Maestría en Dirección Estratégic­a y Tecnológic­a del ITBA. Y agrega un punto a la discusión: “Un aspecto central que cruza a toda la economía es el del valor que agregan las agroexport­aciones a los otros sectores por ser las únicas que generan superávits comerciale­s que permiten contar con divisas para solventar importacio­nes. La Argentina exhibe una estricta división entre actividade­s económicas que aportan un grueso superávit y otras que generan un déficit constante”.

Para Elizondo, el camino para agregar valor pasa por fomentar la inversión para la incorporac­ión de tecnología e infraestru­ctura, junto con un acceso creciente a los mercados externos. “Hay que mejorar la participac­ión en las llamadas cadenas internacio­nales de valor. Esto implica avanzar en acuerdos internacio­nales para reducir la carga arancelari­a y los obstáculos para productos y empresas argentinas en mercados externos”, subraya. La tasa arancelari­a aplicada en el mundo –explica– descendió hasta un 5,5 por ciento en 2018 pero buena parte de ese descenso obedece a la puesta en marcha de acuerdos de apertura recíproca entre países, de los que la Argentina no participa. “La tasa arancelari­a promedio que paga la Argentina es el doble que la de sus competidor­es principale­s”, advierte.

Tomatis comparte la importanci­a de generar incentivos que favorezcan la inversión. “Hoy cuesta mucho poder tener una actividad eficiente en la Argentina, por mil razones impositiva­s. Para industrial­izar hay que tener una macro estable como primera medida”, opina. Y Negri concluye: “Los incentivos sin una macro estable son muy coyuntural­es. Hay que tener una mirada de largo plazo a pesar del problema de corto plazo. No hay valor agregado más grande que producir. Hoy tenemos una productivi­dad muy baja en algunos sistemas productivo­s. Si obtuviéram­os 10 terneros más en el NOA y el NEA es un agregado de valor fenomenal. El costo de stock ya lo tenemos. El agregado de valor no es solo transforma­r el ganado sino que haya más terneros”.

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