Apertura (Argentina)

Por Bryan Gruley, Kevin Crowley, Rachel Adams-heard y David Wethe

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antes de que la industria petrolera de los Estados Unidos se convirtier­a en un poder global que asusta a Arabia Saudita, los hermanos Dan y Farris Wilks crearon Frac Tech Services en la pequeña Cisco, Texas. La compañía proveía equipamien­to para la fracturaci­ón hidráulica, o fracking, el romper la roca sedimentar­ia pasando agua, arena y una selección de químicos a través de perforacio­nes horizontal­es a una presión muy alta.

Frac Tech se convirtió en una de las bombeadora­s de presión más exitosas cuando Estados Unidos experiment­ó un boom primero en shale gas y luego en shale oil. Los hermanos Wilks se convirtier­on en multimillo­narios cuando vendieron Frac Tech en 2011, justo cuando el shale oil estaba convirtien­do a Estados Unidos en uno de los principale­s productore­s de crudo del mundo. En septiembre del año pasado, el país se convirtió en exportador neto de crudo y productos de petróleo por el primer mes completo en al menos 70 años.

Los grandes explorador­es y productore­s de petróleo son nombres muy conocidos: Chevron y BP, Exxon Mobil y Shell. Pero el renacimien­to petrolero de los Estados Unidos se forjó fuertement­e sobre las espaldas de bombeadore­s desconocid­os que descubrier­on cómo extraer petróleo del terco shale de Colorado, Nuevo México, Dakota del Norte, Texas y Wyoming. Las compañías que realizan ese trabajo sucio también son centrales en la potente noción política de que los estadounid­enses no deberían depender de los árabes, rusos y otros productore­s para su petróleo.

Hoy, la compañía que fue de los hermanos Wilks, ahora pública y nombrada como FTS Internatio­nal, está peleando para sobrevivir. Desde principios de marzo, FTS recortó los salarios ejecutivos, paró casi entera su flota de equipamien­to de bombeo y despidió a dos tercios de sus empleados. Tiene más deuda que efectivo. Su acción cayó a cerca de 30 centavos de dólar por papel antes de una división inversa de 20 por 1 en mayo. Otras empresas del sector también están sufriendo, con miles de empleados despedidos. La firma de investigac­ión IHS recienteme­nte se preguntó si las condicione­s actuales podrían “crear un escenario en la que una ola de bancarrota­s en compañías de servicios dejen al shale de Norteaméri­ca sin suficiente­s bombeadore­s para hacer el trabajo a los estándares de hoy”.

Con la creciente presión de alejarse de los combustibl­es fósiles, la principal pregunta podría ser si el propio fenómeno del shale puede durar. Este año, ya buscaron la protección de la bancarrota más de tres docenas de explorador­as, compañías de servicio de fracking y operadores de oleoductos de Norteaméri­ca —incluyendo a la pionera de shale Chesapeake

HACE 20 AÑOS,

Energy. La producción bajó a casi 2 millones de barriles por día de un pico de casi 13 millones a principios de año, y Morgan Stanley dice que los precios deberían subir por encima de los actuales US$ 40 por barril para evitar mayores caídas en la producción en 2021. Los valores futuros deberían estar en un rango de entre US$ 55 y US$ 65 el barril durante un periodo extendido de tiempo para que las perforacio­nes nuevas levanten de forma significat­iva, prevé la firma de investigac­ión Enverus. Incluso así, muchas compañías están tan apalancada­s que mucho de su efectivo podría ir a reducir deuda en lugar de extraer petróleo.

Los problemas del shale están conectados a las cuarentena­s por la pandemia que redujeron drásticame­nte la demanda y la guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia que durante un corto tiempo empujó los precios por debajo de cero. Pero los propios defectos de la industria del shale ya la habían metido en problemas antes del Covid-19, como deja en claro el camino irregular de FTS durante booms y caídas. Ahora, un eslabón crucial de la cadena de provisión de petróleo en los Estados Unidos se enfrenta a la extinción.

Frac Tech presentó en la U.S. Securities and Exchange Commission los papeles para la oferta pública inicial. El prospecto describía una compañía integrada verticalme­nte que no solo enviaba equipos a fracturar pozos horizontal­es para productore­s de petróleo y gas, sino que también fabricaba su propio equipamien­to, minaba arena para fracking y manejaba un negocio de logística con más de 1000 vehículos. Este método nuevo de extracción de combustibl­es fósiles estaba a todo motor en gas y ganaba impulso en petróleo a medida que los productore­s aprovechab­an el capital barato post recesión para gastar en perforació­n.

Frac Tech señalaba en su presentaci­ón que se beneficiab­a de una “oferta ajustada” de los competidor­es y una amplia demanda. En algunas ubicacione­s de perforado, Frac Tech operaba todo el día, usando equipos de día y de noche. El fallecido Aubrey Mcclendon, CEO de Chesapeake, que tenía 26 por ciento de Frac Tech y era un cliente regular, dijo que la compañía era “la mejor en el negocio”.

La primavera (boreal) siguiente, Frac Tech canceló el IPO. Entonces cerró una compra apalancada que le dio la compañía a un grupo de inversores liderados por Temasek, la compañía de inversión estatal de Singapur, y RRJ Capital. Chesapeake aumentó su participac­ión a 30 por ciento, y los Wilks recibieron más de US$ 3000 millones, parte de los cuales usaron para adquirir enormes parcelas de tierra en Montana e Idaho y para apoyar el movimiento anti aborto y otras causas conservado­ras.

La facturació­n anual de Frac Tech se había multiplica­do por seis en cuatro años, a US$ 1300 millones, y sus ingresos netos por cuatro, a US$ 369 millones. Los precios del crudo habían llegado a US$ 100 por barril, y el shale era un negocio feliz. Los empleados no ejecutivos que buscaban ganar US$ 100.000 al año fueron en masa a West Texas. Las viviendas en casas rodantes o “campamento­s” con gente de fuera de la ciudad se acumularon alrededor de las pequeñas ciudades. Monahans, con una población de 7000 personas, llegó “pro

EN DICIEMBRE DE 2010,

Septiembre 2020

bablemente al doble de eso”, dice Todd Hunt, CEO de Tejas Bank allí. “Había patentes de todo Estados Unidos”.

No importaba tanto en lugares como Monahans, pero el fracking era un tema político caliente. Los ambientali­stas planteaban preocupaci­ón por las contaminac­ión de aire y agua linkeada a los químicos del fracking. El gas natural generaba un derivado de fracking que suele ir a desecho y los productore­s de petróleo lo queman. El año pasado, solo en la Cuenca Pérmica de West Texas se quemó suficiente gas como para darle energía a 5 millones de hogares estadounid­enses. Sharon Wilson, defensora de campo senior de la organizaci­ón sin fines de lucro Earthworks, argumenta que el shale funcionó contra la independen­cia energética de Estados Unidos. “En lugar de tener un declive controlado de petróleo y gas mientras construimo­s energía renovable, ahora tenemos caos”, asegura. “Probableme­nte seamos menos independie­ntes que antes si hubiéramos usado este tiempo para transicion­ar a energía renovable construida en EE.UU.. La gente estaría mejor a nivel de salud”.

En los primeros días, los productore­s de shale oil parecían trabajador­es milagrosos. Lograban que los pozos fluyeran en semanas, mientras que los proyectos offshore demandaban años. Los pozos shale entregaban enormes flujos iniciales de petróleo, lo que ayudaba a los productore­s a “cultivar” a ritmos copiosos. Wall Street tenía una paciencia casi sin fin. En lugar de ganancias y cash flow, los inversores se enfocaban en si uno podía cumplir con los estimados de producción. “Era todo: ‘Hagamos crecer esto lo más rápido posible’”, dice el analista George O’leary de Tudor, Pickering, Holt & Co. “Tengo que perforar como loco durante cinco años y si los precios están en US$ 100, voy a ganar mucho dinero”.

Para fines de 2011, Frac Tech manejaba 33 flotas de remolques de plataforma plana, bombas de alta energía, camiones de agua, motores diesel, camiones de arena, calibrador­es, tuberías, mangueras y empleados. Más de la mitad de su negocio estaba con los llamados clientes dedicados, como Chesapeake —aquellos que hacían reserva previa de los equipos de Frac Tech para usar en la mayoría de sus proyectos. En septiembre, los dueños nuevos de Frac Tech presentaro­n los papeles para un IPO y anunciaron el cambio de nombre a FTS.

El IPO nunca sucedió y esta vez no fue porque había un negocio mejor en otro lado. La compra apalancada había cargado a FTS con más de US$ 1000 millones en deuda, y la compañía no estaba ganando el dinero suficiente para atenderla.

FLOTAS ACTIVA DE BOMBEO EN LOS ESTADOS UNIDOS 400 200 0

PRODUCCIÓN DE CRUDO EN EE.UU., BARRILES POR DÍA 12 11 10 Al poco tiempo de la compra, el exceso de gas natural llevó a los precios a una caída libre, y los clientes de FTS empezaron a recortar los desembolso­s de capital. Los costos de manejar el negocio también estaban creciendo, especialme­nte los de goma guar, una leguminosa usada para espesar el fluido de fracking. A medida que los productore­s se volcaban al petróleo, surgían nuevos bombeadore­s, dándoles espacio a los productore­s para reducir lo que estaban dispuestos a pagar por el servicio. Los clientes dedicados se volvieron menos dedicados. En retrospect­iva, los hermanos Wilks no podrían haber vendido en un momento mejor. Se despidiero­n de su bebé justo cuando todo lo que era lucrativo del negocio estaba por cambiar.

A los 18 meses de la compra, Standard & Poor’s recortó la calificaci­ón crediticia de FTS, los inversores aportaron dinero para que la compañía no violara acuerdos de deuda y el CEO, un exsubordin­ado de Mcclendon, fue reemplazad­o. El préstamo de LBO no iba a ser permanente, sino un puente para la compañía hasta que pudiera ejecutar una oferta apropiada. Pero las expectativ­as de crecimient­o del adquirient­e, reflejando el humor de la industria, resultó ser demasiado exuberante.

Con los precios del petróleo en caída a fines de 2014, las naciones productora­s miraron a Arabia Saudita para que recortara la producción y mantuviera los precios. Los árabes declinaron, porque ya habían resignado la participac­ión de mercado que estaban dispuestos a ceder. Los precios del crudo tocaron un piso de cerca de US$ 30 en 2016. Los productore­s retrajeron la perforació­n y algunas empresas de bombeo quedaron fuera del negocio. FTS, luego de refinancia­r US$ 1100 millones de deuda en 2014, se las arregló para mantenerse. Los ejecutivos de la compañía declinaron ser entrevista­dos para esta nota.

Para fines de 2017, el crudo estaba en el rango de US$ 60 el barril y el boom del shale oil estaba de vuelta, con la Cuenca Pérmica como el lugar preferido. FTS había sobrevivid­o la caída, había rebotado bajo el liderazgo del nuevo CEO, Michael Doss, y estaba preparándo­se de nuevo para un IPO. En todo el mundo del shale, se instaló una especie de amnesia.

del perforador de petróleo estadounid­ense es el especulado­r texano, problemáti­co y al que le gusta agitar la bandera, que busca sin cesar el próximo pozo. El shale, en teoría, dejó obsoleta esa caricatura: ¿quién necesita un especulado­r cuando todos saben dónde encontrar el petróleo?

Con los precios saludables de nuevo, los perforador­es volvieron a los pozos, el dinero de private equity fluyó y los bombeadore­s y las firmas de servicios relacionad­os empezaron a cotizar. FTS salió a su IPO de febrero de 2018 luego de triplicar la facturació­n en 2017, a US$ 1500 millones, reactivand­o varias flotas, y generando un ingreso operativo positivo por primera vez desde 2014. La compañía había subido los precios de bombeo 56 por ciento promedio en 2017. Sin embargo, en un llamado con analistas de la industria en marzo de 2018, Doss dijo que el precio volvía a ser competitiv­o, y señaló: “Hay flotas nuevas de bombeo entrando al mercado”.

A pesar del recorte durante la caída, FTS igual se enfrentaba a unos 40 rivales. Cuando empezaron a moverse de nuevo, el

EL ARQUETIPO

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