Un plan, ¿para cuándo?
Con la convocatoria a empresarios y gremios a un acuerdo de precios y salarios al cierre de esta edición, el Gobierno daba un primer paso para tratar de encauzar el problema endémico que sufre la economía argentina: la inflación. Tras haber acelerado en diciembre al 4 por ciento mensual –lo cual arrojó un alza del 36,1 por ciento para todo 2020–, la suba de precios amagaba con repetir ese número en enero, según las proyecciones de las principales consultoras privadas. Sea 3,5, 3,8 o 4 por ciento la cifra definitiva del primer mes del año, lo cierto es que la dinámica de los incrementos pegó un salto y se acerca a un 50 por ciento anual, con precios de los alimentos no controlados –el principal termómetro del bolsillo– más cerca del 60 por ciento. Un nivel que enciende las alarmas, sobre todo, si se toma en cuenta que las tarifas de los servicios públicos siguen congeladas. Que el alza de precios esté en el 50 por ciento anual luego de la profunda caída de más de 10 puntos que sufrió la economía en 2020 deja en evidencia que la emisión monetaria (más de un billón de pesos para atravesar la pandemia) empezó a hacer mella. Emitir, finalmente, tiene consecuencias en un país con la historia argentina, aun en un contexto de aguda recesión, demanda reprimida y pérdida de empleo. Ese ritmo de inflación es el primer gran obstáculo con el que se topará el acuerdo de precios y salarios: el Gobierno
pretende anclar las expectativas de los ajustes en el 29 por ciento anual, en línea con lo proyectado en el Presupuesto. Hay 20 puntos de diferencia que harán muy ardua la tarea, más allá de que algunos gremios acepten ese número como parte de su aporte. La segunda inconsistencia que mencionan los economistas para que un acuerdo no quede reducido a mero voluntarismo está ligada al punto anterior. Con tarifas atrasadas, distorsiones de precios, déficit fiscal financiado con emisión y brecha cambiaria, ¿qué certezas dará? Ahí surge el verdadero fondo del problema, mencionado muchas veces: se necesita un plan integral que aborde las causas en su conjunto. Un programa de estabilización creíble que opere sobre todas las variables. Sin esa decisión, será difícil torcer el rumbo. Lo demás es buscar culpables nuevos cada día (como la inflación "importada") y seguir eludiendo el remedio. Desde que volvió a despertarse allá por 2006, la Argentina convive con una inflación de dos dígitos que cada día resulta menos tolerable. Por si hiciera falta recordarlo: los que más sufren el impacto del aumento de precios son los pobres. Y la mitad de los chicos lo son hoy. Hasta el próximo número,