Alemania sopesa su relación con China
El gobierno de Angela Merkel propició en los últimos años un acercamiento comercial con el gigante asiático para alentar cambios políticos en Beijing. Pero ese enfoque entró en revisión.
Pocas personas oyeron hablar de IMST, una pequeña compañía alemana con apenas 145 empleados que se especializa en tecnología de satélites, 5G y radares. Eso fue hasta diciembre de 2020, cuando el gobierno en Berlín impidió que fuera adquirida por una subsidiaria de Casic, el conglomerado chino de armas. La operación, determinó el ministerio de Relaciones Exteriores alemán, presentaba una “grave amenaza para la seguridad nacional y el orden público”.
“¿Qué se está vendiendo? Es una tecnología clave que los chinos no tienen...¿por qué se vende? Porque hay una brecha que los chinos quieren cubrir”, declaró un funcionario alemán al Financial Times. “No se trata solo de armas, también tiene que ver con tecnología de avanzada, sectores diferentes en los que Alemania es líder mundial”.
El bloqueo del acuerdo con IMST es sintomático de la creciente desconfianza que ensombrece la relación sino-germana. También da indicios importantes respecto del rumbo futuro de la política de Alemania una vez que Angela Merkel, canciller durante los 15 últimos años, abandone la escena política.
Merkel personifica viejas ideas de reacercamiento, el principio de que la profundización de los lazos económicos con Occidente alentará cambios políticos en Beijing, y un giro al liberalismo y los valores occidentales. “Wandel durch Handel”, cambio a través del comercio, fue durante años un precepto clave en la política germana.
Pero a muchos en Alemania les parece que ese enfoque es cada vez más anticuado. “No hay disposición del lado de Merkel a cambiar, pero cuando ella se haya ido sin dudas habrá un trato más sólido de China”, dice Nils Schmid, portavoz de relaciones exteriores de los Socialdemócratas, el socio menor en la gran coalición de Merkel.
La relación de Europa con China está en un momento de cambio considerable. La UE acaba de firmar un largamente esperado tratado de inversiones con Beijing, una gran victoria de la diplomacia china y de las empresas europeas, que fue finalizado durante la presidencia alemana del bloque.
Pero la UE también está cada vez más alarmada por la creciente influencia de lo que denomina “poderes autoritarios”, como China, y ha exhortado a formar una alianza firme con el gobierno de Biden para ratificar los intereses de las democracias en la gobernanza mundial, dejando de lado las fricciones de Trump. Berlín será central en ese desenvolvimiento en Europa.
“Habrá discusiones entre los países democráticos respecto de la amenaza de regímenes autoritarios, ya se trata de China, Rusia u otros países”, dice Noah Barkin, analista en Berlín de la firma de investigaciones Rhodium Group. “Si Alemania va a ser parte de esa discusión, sentirá fuertes presiones de sus aliados para que se pronuncie más, y sea más enérgica en el trato con China”.
Aunque algunos políticos alemanes quieren adoptar una línea más fuerte en derechos humanos, a otros les preocupan las consecuencias que ello podría tener para las compañías alemanas activas en el mercado chino altamente lucrativo.
La preocupación es comprensible. Alemania se benefició enormemente de la integración de China al sistema económico global, lo que hizo que firmas y consumidores chinos absorbieran autos y maquinarias germanas. Hacia 2018 el volumen comercial sino-germano había llegado a los 200.000 millones de euros, y China era el principal socio comercial de Alemania.
En tales circunstancias, un “desacople” de los lazos económicos al estilo de Trump nunca habría sido una opción para Alemania. Merkel resistió fuertemente cualquier tendencia a ver a China como un adversario, en una réplica de la guerra fría entre Occidente y la Unión Soviética. “Sería una preocupación que hubiera ese distanciamiento continental de nuestros países, nuestras poblaciones y nuestra opinión – dice Jörge Wuttke, empresario alemán y director de la Cámara de Comercio de la UE en China. No es la Unión Soviética, donde básicamente había una frontera común sin otros intereses. No tenemos frontera con China pero tenemos enormes cadenas de suministro mundial e intereses económicos”.
Sin embargo, la esperanza de algunos en el bando de Merkel –que la vinculación económica abriría a China políticamente– no se cumplió. China se ha vuelto más represiva en su país –en Hong Kong y en su trato a los uigures–, y más confiada en el exterior, por caso, en la construcción de islas en el Mar de la China Meridional. Con la conducción del presidente Xi Jinping ha replicado enérgicamente las críticas con una “diplomacia de lobo guerrero”, a la vez que fortificó sus actividades de espionaje en todo Occidente, incluida Alemania.
“Todos estamos bastante desencantados, todos los que en las dos últimas décadas vimos que China se abría y se reformaba y pensamos que eso llevaría a un acercamiento que terminaría por unirnos más”, comentó un funcionario alemán. “Pero eso no ocurrió”.
Merkel ha defendido su empeño en dialogar con China. Alega que sin la cooperación con Beijing el mundo posiblemente no puede esperar a resolver algunos de sus problemas más grandes, como el del cambio climático.
Pero su método de la “asociación” suscitó críticas crecientes, con un coro de políticos que la acusan de priorizar los intereses de las empresas alemanas por encima de los derechos humanos.
“Necesitamos una verdadera política exterior para China, no sólo una política orientada a los negocios –observó Schmid. Debemos desacoplar la política exterior de los intereses comerciales de las grandes empresas”.
Friedrich Merz, político conservador que aspira a ser el nuevo titular de la Unión Cristiano Demócrata de Merkel, ejemplifica ese tono más severo frente a China. “Estamos tratando con una política exterior expansiva, imperial –declaró en un reciente acto de campaña. China tiene una estrategia para Europa. ¿Tenemos nosotros una estrategia para China?”
Pero es difícil que ocurra algún cambio drástico de política en tanto Merkel siga siendo canciller. “La mayor limitación es la propia Merkel –señaló un diplomático en Berlín. El sistema ya se está moviendo, ahora todos observan hasta dónde permitiría Merkel que avance”.
Algunas de las preguntas sin respuesta acerca de la política alemana frente a China –y su potencial de convertirse en un irritante en las relaciones con Estados Unidos– resurgieron en los días en que la UE cerró el “Acuerdo General China – UE”, o CAI en inglés.
Bruselas sostiene que el acuerdo, que se gestó durante siete años, mejorará el acceso de las empresas europeas al mercado chino y creará un “campo de juego más allanado para los inversores de la UE”. El bloque dijo que “prohibirá las transferencias forzosas de tecnología y otras prácticas distorsivas”, y eliminará barreras como la exigencia de que las empresas formen sociedades con firmas locales en emprendimientos conjuntos. El convenio ha sido uno de los logros máximos de los seis meses de presidencia alemana de la UE: Merkel fue una de las portavoces más enfáticas del CAI.
Pero el pacto podría causar tensiones con la administración del presidente Joe Biden, a quien le gustaría que Estados Unidos y la UE mostraran un frente unido en su trato con China. Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Biden, tuiteó que el nuevo gobierno “saludaría consultas tempranas con nuestros socios europeos respecto de las preocupaciones comunes por las prácticas económicas de China”. Un ex funcionario del gobierno de Obama señaló que el mensaje a la UE contenido en ese tuit llamaba a “frenar las cosas”.
La UE ha rechazado las críticas estadounidenses al acuerdo, alegando que simplemente está ganando beneficios comerciales similares a los que establecía la Fase 1 del arreglo con China que el gobierno de Trump cerró en 2019.
Pero también hubo críticas al CAI de parte de defensores de los derechos humanos. Como parte del convenio, la UE quería que China ratificara las convenciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), incluso las que se refieren a trabajo esclavo, un tema que ha ganado cada vez más urgencia a la luz del encarcelamiento de millones de uigures en Xinjiang. Al final, el gobierno chino sólo aceptó hacer “esfuerzos constantes y sostenidos” para ratificar las convenciones relevantes de la OIT.
Algunos países más pequeños de la UE opinan que Berlín hizo a un lado su desconfianza en el apuro por cerrar el pacto. “Las tensiones internas causadas en la UE por la forma en que Alemania aceleró el acuerdo al final de su presidencia de la UE están dejando marcas”, escribió Mikko Huotari, director del Instituto Mercator de Estudios Chinos.
La fricción en torno al CAI salió a la superficie también en el Bundestag, cuando la legisladora de los Verdes, Margarete Bause, planteó el tema y preguntó a Merkel si en su ansiedad por finalizar el convenio estaba ignorando la situación de los uigures y la represión en Hong Kong.
La canciller respondió que en lo que respecta a ayudar a personas afectadas por las prácticas represivas chinas, siempre deberíamos preguntarnos si “el diálogo es más útil que no decir nada”.
“Esta contradicción entre los valores que compartimos y los intereses que tenemos...es el punto en el que siempre vamos a tener que hacer concesiones”, agregó.
El intercambio arrojó luz acerca de cuánto podría cambiar la retórica alemana frente a Alemania luego de las elecciones al Bundestag de septiembre, cuando Merkel se retire tras 16 años como canciller, y se forme una nueva coalición gobernante.
“Al margen de quién reemplace a Merkel, el próximo gobierno alemán seguramente incluirá a los Verdes, que son el partido más duro en Alemania respecto de China y que se concentran mucho en temas de derechos humanos –apuntó Barkin. De estar en el gobierno cambiarían la forma en que se expresa el gobierno acerca de China”.
Momento Sputnik
A la pregunta de cuándo empezaron a sonar las alarmas sobre las intenciones de la dirigencia china, los funcionarios alemanes siempre responden lo mismo: fue con la adquisición en 2016 por 4500 millones de euros de Kuka, el principal fabricante alemán de robots industriales, por parte del productor de electrodomésticos chino Midea.
La operación suscitó el temor de que un conocimiento crítico de Alemania terminara en manos chinas. Los políticos se quejaron de falta de reciprocidad: las compañías alemanas nunca podrían adquirir ninguna firma china con la misma importancia estratégica que Kuka. Poco después, Alemania restringió su ley de inversiones extranjeras para realzar el poder estatal de bloquear adquisiciones foráneas de activos estratégicos. Fue ese cambio en la norma lo que permitió que el gabinete bloqueara la transacción por IMST.
Pero las preocupaciones ante la estrategia económica de Beijing siguieron creciendo, fomentadas por la iniciativa Made in China 2025, el plan a 10 años del presidente Xi para transformar al país en una superpotencia tecnológica. Alemania sospechaba que Beijing le apuntaría a firmas alemanas para arrebatarles su propiedad intelectual.
En 2019 la BDI, la principal asociación empresaria del país, publicó un documento político relevante en el que señalaba que el modelo liberal, abierto, del país estaba cada vez más en competencia con la “economía dominada por el estado” de China y debía protegerse con mayor eficacia de las firmas chinas.
Wuttke señala que Alemania y Europa
deberían ver la política industrial general de China, que contrasta de manera tan marcada con los métodos de muchos países occidentales, como un “momento Sputnik”, una referencia al pánico que desataron los soviéticos en 1957 cuando lanzaron al espacio el primer satélite mundial. “Ellos tienen un plan. ¿Cómo es que nosotros no?”, inquirió.
Las empresas alemanas están cada vez más preocupadas por terminar asfixiadas en el mercado chino. Un estudio del centro de estudios Bertelsmann Siftung alertaba que si Made in China 2025 es un éxito total, la industria alemana crítica de fábrica de máquinas podría ver
contracción de sus exportaciones a China de los 18.000 millones de euros de 2019 a 13.000 millones en 2030.
Ulrich Ackermann, director de comercio exterior en la Asociación de Maquinarias Alemana, dice que la era del “crecimiento eterno” de las exportaciones a China podría estar agotándose. “Necesitamos estar constantemente al tanto de nuestra dependencia del mercado chino y disponernos a desarrollar mercados nuevos, alternativos, en Asia en el momento oportuno”, señaló.
Pero a pesar de las exhortaciones a una mayor diversificación, algunas firmas germanas siguen manteniendo la concentración específica en China. La industria automotriz en particular se ha vuelto más dependiente de China, en gran medida porque se recuperó con mucha más rapidez de la pandemia.
Daimler anunció que entre enero y noviembre del año pasado vendió más vehículos en China que en todo 2019. También señaló que el año pasado produjo unos 600.000 Mercedes en la propia China, frente a los 560.000 de 2019.
Políticos alemanes señalan que los directivos de la industria automotriz están haciendo una fuerte presión en contra de endurecer la posición frente a Beijing, y alertan que una respuesta que cierre el mercado chino podría costar puestos de trabajo en casa.
‘China+x’
El ejemplo del fabricante de telecomunicaciones chino Huawei pone de manifiesto los peligros. En 2019 políticos alemanes empezaron a pedir por primera vez que la compañía fuera excluida por motivos de seguridad del tendido de la red alemana de 5G. La reacción de Beijing fue directa: su embajador en Alemania, Wu Ken, dijo que Berlín tendría que “esperar consecuencias” de una medida semejante. “El gobierno chino no se quedará sin hacer nada”, avisó.
El temor a las repercusiones por parte de las compañías alemanas fue uno de los motivos de que Merkel resistiera toda medida que prohibiera de modo explícito a Huawei. Pero la presión de los escépticos ante China –incluso los que integran su propia UCD– ha sido implacable. A fines del año pasado su gabinete adoptó finalmente una nueva ley de tecnología de la información que crea obstáculos significativos para cualquier participación de Huawei en la red 5G.
El ministerio de Relaciones Exteriores alemán también indicó su deseo de cambio. En 2020 difundió unas Directrices sobre el Indopacífico que reflejan nuevas ideas sobre su política en el continente asiático. El mensaje es que el país se ha vuelto demasiado dependiente de China y debe “diversificar” sus relaciones en Asia “con el fin de evitar depenuna dencias exageradas y volverse más interconectado con los centros de poder”.
Funcionarios alemanes destacan que ello no tiene semejanzas con un desacople al estilo estadounidense: un hombre de la política exterior aludió a la nueva política como “China+x”. Ya se han notado ciertos éxitos: fuentes oficiales apuntan a los acuerdos comerciales que la UE firmó con Japón, Vietnam y Singapur, y el que negocia con Indonesia.
Los peligros de avanzar lento se hicieron claros en noviembre, cuando China fue la punta de lanza de la Asociación Regional Económica General, un nuevo pacto de libre comercio con 14 países de Asia-pacífico que aportan el 30 por ciento de la economía mundial.
Políticos europeos vieron ese pacto como un llamado de advertencia, un indicio de que la UE debería unir fuerzas con Estados Unidos para contrarrestar las gestiones chinas por establecer una arquitectura adecuada a sus intereses.
Manfred Weber, director del bloque de legisladores del Partido Popular de centroderecha en el Parlamento europeo, opinó que Occidente ha estado perdiendo influencia económica en el mundo a “velocidades pasmosas”. “O nos asociamos con los norteamericanos para tratar de modelar la agenda mundial, o de lo contrario lo harán los asiáticos”, advirtió.