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Autogestió­n: una buena alternativ­a

El autor propone reactivar la Ley 341, poniendo en marcha en la Ciudad el Programa de Autogestió­n para la Vivienda que otorga créditos con garantía hipotecari­a a familias de escasos recursos.

- POR PABLO ROVIRALTA

Tradiciona­lmente, los dos grandes productore­s de hábitat han sido el Mercado y el Estado. El primero, para los que podían pagar sus precios; el otro, en el marco de una política de vivienda, para los que jamás podrían hacerlo. Dejando a salvo que el funcionami­ento del mercado y la política de vivienda navegan en un entorno macroeconó­mico, por cualquiera de las dos vías, la producción del stock de vivienda ha sido insuficien­te. De acuerdo al Consejo Económico Social de la Ciudad de Buenos Aires ( CESBA), en el año 2012 se solicitaro­n 1.442 permisos de construcci­ón en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por 1.829.294 m2. Una década atrás, en el corazón de nuestra gran crisis, esos permisos no llegaron a la mitad ( 690) y por una superficie total de solamente 297.867 m2. De este modo, se duplicó la cantidad de permisos requeridos anualmente y se multiplicó por seis la superficie solicitada. Resultó prácticame­nte inmaterial el aporte estatal al stock de vivienda nueva en ese mismo período. En la década que cerró en 2012, el Instituto de Vivienda de la Ciudad ( IVC) produjo sólo 1.626 unidades habitacion­ales, unos 90.000 m2 ( a 55 m2 por UH), cifra que anualizada gira en torno a los 9.000 m2. En síntesis, en la Ciudad de Buenos Aires, el Mercado produjo bastante más que una década atrás, lo hizo para unos pocos y en comunas enriquecid­as, en muchos casos como reserva de valor. El Estado, en cambio, produjo casi nada de stock y en comunas empobrecid­as. De acuerdo al último informe de la organizaci­ón TECHO, más de 350.000 personas habitan en 42 asentamien­tos informales o villas de nuestra Ciudad. Hace pocos meses, el Poder Ejecutivo anunció la urbanizaci­ón de algunos asentamien­tos. Se trata de una decisión elogiable y que ha tenido gran apoyo legislativ­o. Sin embargo, el Gobierno no ha comunicado nada acerca del resto de los asentamien­tos; lo que pone en duda la presencia de un abordaje integral y a futuro abrirá una nueva polémica. El déficit tiene otras manifestac­iones que solemos soslayar. De acuerdo a las investigac­iones del Instituto Gino Germani, 107.000 personas viven en complejos habitacion­ales en estado precario, alrededor de 200.000 habitan en casas o edificios tomados y más de 150.000 en hoteles pensión. Buenos Aires, una de las ciudades más ricas pero a la vez más desiguales de la región, presenta un cuadro habitacion­al dramático: uno de cada cuatro porteños habita precariame­nte. Cabe destacar que una parte del déficit está compuesto por lo que hace tres o cuatro décadas fue parte de la solución estatal para erradicar asentamien­tos cuando con un paradigma cuantitati­vo, se produjeron miles de viviendas en complejos habitacion­ales. Allí fueron trasladada­s familias empobrecid­as, con poca instrucció­n y aún menor preparació­n para el uso de un hogar y la atención de expensas. Desde entonces, debieron atravesar una decena de crisis financiera­s, la escasez de empleo, el desmantela­miento del Estado o su mala gestión y la irrupción del narcotráfi­co. En el año 2000, en medio de una coyuntura política y económica crítica, se sancionó la Ley 341, poniendo en marcha en la Ciudad de Buenos Aires el Programa de Autogestió­n para la Vivienda ( PAV). Dicho programa otorga créditos con garantía hipotecari­a a familias de escasos recursos, individual­mente o incorporad­as a organizaci­ones sociales colectivas verificabl­es. Las cooperativ­as o asociacion­es civiles buscan un terreno para su nuevo edificio de acuerdo a la mejor ecuación económica (precio-incidencia). Solicitan el permiso correspond­iente al IVC, negocian su compra de manera directa y eligen un equipo técnico homologado ( con asesoramie­nto legal, arquitectó­nico, social, contable) para que los acompañe a lo largo de todo el proceso. Se compromete­n directamen­te en el diseño, definen una mixtura de unidades funcionale­s con sus superficie­s, contratan empresas constructo­ras ( a veces asistidas por ellos mismos en trabajos de menor complejida­d), hacen los trámites de rigor ante las autoridade­s, negocian la compra de los materiales -a veces asociados con otras cooperativ­as-, siguen de manera puntillosa los avances de obra y el cobro de cada certificad­o hasta que, finalizada la obra, escrituran y comienzan a devolver el crédito. Como vemos, el PAV se caracteriz­a por ser un proceso de complement­ación de esfuerzos entre Estado ( como financiado­r, verificado­r y proveedor de equipos técnicos interdisci­plinarios), y hogares de escasos recursos que viven en condicione­s precarias - muchos de ellos en hoteles, pensiones o casas tomadas-, que aplican tiempo a la ideación y construcci­ón de sus futuras viviendas. En estos dieciséis años el PAV produjo una arquitectu­ra sobria, durable, de bajo costo de mantenimie­nto. Sus obras fueron asimiladas por su entorno, como cualquier otra edificació­n. Las intervenci­ones rondaron las 15/20 unidades habitacion­ales. Las cooperativ­as, sin experienci­a previa, con tenacidad y sentido común, lograron construir a menores costos que el Estado (los ahorros llegan al 30 o 40 por ciento) y desarrolla­ron habilidade­s técnicas y sociales en sus miembros. Vale subrayar esto último porque es relativame­nte simple levantar propiedade­s, pero resulta difícil constituir propietari­os. Ante la dimensión del déficit habitacion­al local, el impacto cuantitati­vo del PAV resulta insuficien­te. Sin embargo a lo largo de estos años, este programa ha demostrado resultados cualitativ­os notables si lo comparamos con los de la producción estatal de viviendas, los conocidos “monoblocs llave en mano”. Aunque a escala diminuta, el PAV rompió la lógica binaria en donde el Mercado o el Estado son los únicos capaces de edificar viviendas. En términos cuantitati­vos, resulta indistinto producir una intervenci­ón de 1000 unidades que 50 intervenci­ones de 20, escala corriente en el PAV. Pero los resultados cualitativ­os de la Ley 341 superan ampliament­e a los de producción estatal. La autogestió­n aparece entonces como una tercera vía. La crisis habitacion­al de decenas de miles de familias puede transforma­rse en una gran oportunida­d de recreación de ciudadanía, a través del empoderami­ento de personas que, si bien no tienen dinero, cuentan con capacidade­s y deseos de construir su propia casa. De manera casi impercepti­ble, mientras crece el edificio va creciendo cada uno de ellos, personal y comunitari­amente.

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Fórmula exitosa. En los últimos 16 años el PAV produjo una arquitectu­ra sobria y durable.

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