Una comunidad en altura para mayores de 65
En la periferia de Barcelona, una torre con estética setentista fue diseñada para que los ancianos hagan ejercicio y tengan un sentido social de pertenencia.
En el borde de la ciudad de Barcelona, a los pies de la montaña, en el límite que marca la Ronda de Dalt, la torre Júlia cautiva la mirada por su singular figura. Su altura la hace visible desde la distancia, y su imagen le da identidad y carácter.
Ubicada sobre terrenos que fueron expropiados para los Juegos Olímpicos del 92 (un emprendimiento que junto al Plan Cerdà, de reforma y ensanche de la ciudad realizado en 1860, son dos grandes ejemplos de la planificación urbana moderna), la torre es uno de los proyec2tos que van completando con equipamiento social la trama urbana de Barcelona. Una capital que rodeada de montañas, mar y ríos, no tiene más espacio físico para extenderse. Así, la ciudad va ocupando cuanto espacio vacío encuentra, aquellos terrain vagues de los que nos hablaba el arquitecto catalán Ignasi Solá Morales.
La torre Júlia presenta un exterior de inusual dibujo. Sus 4 caras se resuelven alternando llenos y vacíos. Los llenos materializados con planos continuos que discurren a lo largo de la fachada en forma horizontal y, puntualmente, se inclinan hasta unirse con el plano superior siguiendo los pasamanos de las escaleras. Completando la composición, los diseñadores incorporaron el uso del color, generando un juego de figura-fondo que resalta la plasticidad y dinamismo de la obra. Con esta composición, los arquitectos logran que la fachada no exprese su función.
Júlia es una torre de viviendas, 77 para ser exactos, de 40 metros cuadrados cada una y distribuidas en 17 plantas. Los departamentos están destinados a personas mayores de 65 años.
Como cuentan sus autores, “La torre tiene un ordenamiento vertical dividido en 4 partes funcionales. En el primer estrato se dispone el acceso, hall y los servicios comunitarios. Luego se divide en 3 sectores iguales que les llaman “comunidades” y están compuesto por
viviendas, un espacio de uso común y la lavandería, ambos espacios fueron pensados para fomentar la socialización”.
En la última planta, los arquitectos crearon una gran plaza a cielo abierto para que los habitantes puedan disfrutar del aire libre. “Hacer ejercicios o disfrutar de sus nietos”, declaran.
Los autores de esta comunidad en vertical son Pau Vidal, Sergi Pons y Ricard Galiana, arquitectos que apenas rondan los 40 años y se recibieron en la Escola Tècnica Superior d’arquitectura de Barcelona en 2003. Desde entonces, han desarrollado su práctica profesional bajo la forma de distintas asociaciones. Juntos han colaborado en diversos proyectos como la Torre Júlia, premiada, entre otros, con el Premi Ciutat de Barcelona d’arquitectura I Urbanisme.
En cada nivel, los locales de uso se retiran hacia el centro de la planta, liberando la fachada y generando una galería perimetral que funciona como balcones corridos que quedan contenidos dentro del perímetro de la caja, recreando geométricamente un volumen puro. Y logrando una estética contraria a la monotonía que podría producir la estratificación repetitiva del programa.
Si miramos los departamentos, veremos que existen solo 2 tipologías. La diferencia en distribución se debe a la situación de los mismos en la planta de conjunto, bien centrales o en esquina. Ambos se resuelven optimizando los metros cuadrados: cocina comedor y una habitación con baño. A cada unidad se accede desde una calle corredor central, rematada con ventanas al exterior.
En este edificio, los arquitectos retoman conceptos modernos como la calle corredor y la terraza jardín propuestos por Le Corbusier en la Unité de Marsella, proponiendo, además, la misma manera de habitar el edificio con espacios de socialización dentro de la propia
obra. En este punto es donde encontramos los aspectos propositivos más interesantes y diferenciales de la obra: sus 3 “plazas” en doble altura y la recuperación de la escalera como elemento circulatorio principal.
Estas plazas son espacios atípicos en esta tipología torre, y en esta propuesta crean sitios de uso e identidad comunitarios en altura. Cada uno goza de distintas orientaciones, intencionadamente dispuestos como punto de paso en el recorrido de las escaleras.
Por otro lado, las terminaciones en papel pintado, revestimientos de chapa y grandes aberturas en aluminio y las con vistas a la ciudad emulan una estética de los años sesenta.
La segunda idea y el elemento más contundente de la composición es la de recuperar la escalera como elemento formal, y material, compositivo en fachada de manera funcional para la conexión de las plantas, fomentando así un desplazamiento activo por el perímetro de la torre.
Más allá de los objetivos estéticos de mostrar las escaleras, esta decisión de proyecto está orientada a que los habitantes del edificio caminen más por ellas, como parte de un paseo por el perímetro del edificio que les permite conectarse con sus vecinos y disfrutar de las vistas de la ciudad a la vez que hacen ejercicio.
De alguna manera, la decisión proyectual hace que un elemento que ha sido relegado por los elementos de circulación mecánica y pasiva como los ascensores recupere su condición de instrumento arquitectónico.
Esta miscelánica torre, de composición neoplasticista y ordenamiento moderno, reivindica el valor social de la arquitectura, recupera la estética de los elementos esenciales de la disciplina y nos da un ejemplo de la manera en que los habitantes se pueden beneficiar cuando la planificación urbana y la arquitectura encuentran.