LA ARQUITECTURA QUE NUNCA PASA DE MODA
Mucho antes de que se hablara de la huella de carbón y de la certificación LEED, Wladimiro Acosta había plasmado los conceptos de adecuación al lugar que debe tener toda buena obra de arquitectura.
Durante una mesa en el reciente Congreso de Arquitectos, titulada ‘La Arquitectura en la Argentina de Hoy’, compartí la anécdota de mi reencuentro, gracias al casual regalo de un amigo invisible, con “Vivienda y Clima”. Había conocido dicho libro lejanamente, cuando era estudiante en Ciudad Universitaria, y entonces no supe valorarlo en su cabal medida.
La mesa en cuestión hizo poco énfasis en la ‘Argentina de Hoy’, para cargar las tintas en ‘La Arquitectura’ y en los problemas urbanos de la Ciudad; lo cual interpreté como un signo de la madurez con que se la percibe en esta última década. Pensamos la Arquitectura de la Argentina de hoy con la pasión de siempre en las ideas, pero con el compromiso de ejecutar bien esas ideas con los recursos disponibles.
Este segundo libro de Wladimiro Acosta (el primero, “Vivienda y Ciudad”, es del ’37), fue publicado en 1976, nueve años después de su muerte. Sus páginas fueron escritas harto tiempo antes de que se hablara del agujero de ozono, de la huella de carbón, de la certificación LEED, del BREEAM, del programa de certificación WELL, o de edificios Net Zero. Kenneth Frampton no había conceptualizado el regionalismo crítico y Alvaro Siza aún no había ganado su premio Pritzker.
“Soy arquitecto. Mi campo de trabajo es la planificación de la vivienda y su adecuación a las condiciones ambientales: paisaje y clima”. Así reza el primer párrafo del volumen, en el cual desarrolla con principios y ejemplos construidos el sistema Helios. Y aún más contemporánea resuena la afirmación que “en la Argentina de entonces (se refiere a la época de entreguerras) la nueva arquitectura, al convertirse en moda, perdió su sentido original. Sus elementos básicos, que han sido respuesta arquitectónica a problemas propios de otras regiones y climas: planos lisos por paredes, grandes superficies vidriadas expuestas al sol, usados como estilo y moda y no como función o significado, produjeron edificios que resultaron desprovistos de toda defensa frente al asoleamiento intenso del verano que dura cerca de miarquitecturas tad del año (…) por otra parte, los viejos, auténticos edificios coloniales (…) daban un ejemplo de eficiencia, de funcionalidad real (…) el clima interior alcanzaba un alto grado de confort que ninguna clase de aire acondicionado puede llegar a imitar”.
En esta relectura, pasados seis lustros desde mi primer acercamiento, me sorprendió la actualidad del discurso del maestro, y me sentí discípulo sin haberlo conocido personalmente. Me permitió, como todo clásico, retomarlo.
Pude plasmar los conceptos de adecuación que propone en dos obras en la Argentina, diferentes en su programa e imagen, pero muy similares en el adn que las genera. Ambas se explican por la toma de conciencia de la inserción en un clima y un terreno, son específicas a sus condiciones de borde. Ambas son de la protección pasiva. Parasoles verticales al Este y al Oeste, por fuera de la piel de vidrio, para reducir al máximo la ganancia de calor; parasoles horizontales (losas proyectantes) hacia el Norte. Y nada de protección hacia nuestro diáfano Sur, aprovechando el máximo ingreso de luz natural. En ambas obras el material predominante es el hormigón in situ, visto, el material local por excelencia, donde nos beneficiamos de su masa térmica para colaborar con el enfriamiento de los espacios en los meses cálidos. En ambas son los elementos de técnica ante el clima y sus estructuras portantes los que definen la expresión formal del edificio.
En la primera obra, las Residencias El Aleph, las losas se alivianan en forma de bovedilla, aludiendo lejanamente a las casas tradicionales de Buenos Aires; mientras que en la segunda, la actual Casa de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (foto), la tecnología del hormigón permite gestos monumentales en sintonía con las piezas mayores de un barrio con historia de industrias, pertinentes frente a un gran espacio público como el Parque de los Patricios. En estos gestos, la adecuación al lugar va más allá del paisaje y el clima, le hace un guiño a la memoria y a la cultura.
A medida que avanzaba la discusión en el Congreso de Arquitectos, pensé que una buena obra debe ser como un perfecto traje hecho a medida, debe entallar en su sitio de forma que sea único a ese lugar, inamovible, como si allí siempre hubiera estado. Y la tela de este traje no es más que los principios y valores por los cuales nos regimos al proyectar. La buena arquitectura, fundada en la adecuación al lugar, nunca pasa de moda.