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LO BUENO DE SER ARQUITECTO Y LA NECESIDAD DE SER MODESTO

César Pelli pondera la actitud de sus colegas frente a la sustentabi­lidad, la tecnología y la preservaci­ón patrimonia­l, pero advierte: “Las ciudades son más importante­s que los edificios; y los edificios, que sus autores”.

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Escribo esto como alguien que ama a la arquitectu­ra. Esta dió dirección a mi vida y fue la fuente de muchos placeres. Sin duda, los edificios que diseñé me dan un placer muy especial, pero también gozo de visitar una obra de otro, bien diseñada y me encanta pasear por una hermosa ciudad, como Venecia, o París, o Estanbul, o Kyoto, donde la belleza fue creada y construida hace muchos años, por mucha gente capaz y con tecnología­s que ya casi no existen. En esos casos pienso “que hermoso regalo nos hicieron esos arquitecto­s”, muchos de los cuales son desconocid­os hoy.

Qué curiosa es nuestra labor, la del arquitecto, tenemos límites que son inconcebib­les en ningún otro arte. Trabajamos dirigidos por un cliente, o un programa que nos dió el cliente. Trabajamos limitados por un terreno que raramente escogemos y por un presupuest­o que generalmen­te es muy limitado. Y nuestra obra debe ajustarse a toda clase de códigos y reglamento­s. Es increíble que con todos estos límites, a veces, producimos obras de gran belleza. Edificios que llegan a ser obras de arte. Es decir, edificios que resuenan dentro de nosotros, tanto como una gran pintura, o escultura.

Para esto es necesario no solo talento, sino también gran dedicación. A la profesión y a la obra. Arquitectu­ra es una profesión que ha cambiado mucho en los 72 años desde que la descubrí, en el primer año del Instituto de Arquitectu­ra y Urbanismo de la Universida­d Nacional de Tucumán. Y sigue cambiando.

Desde mi punto de vista, veo algunas direccione­s son muy positivas. La principal es que los jóvenes arquitecto­s que encuentro en la Argentina, y en casi todo el mundo, me parecen inteligent­es, muy bien preparados y llenos de entusiasmo y dedicación. También me parece igualmente importante que ahora haya tantas y muy capaces mujeres dedicándos­e a la arquitectu- ra. Creo que ellas están revitaliza­ndo la profesión.

Sin duda, la computador­a ha cambiado lo que podemos hacer y cómo lo hacemos. Nunca aprendí a dibujar con la computador­a pero igual me abre oportunida­des en lo que hago. Y, sin duda, nos permite hacer cosas que hubieran sido imposibles sin ella. También nuestros clientes nos requieren gran precisión y profusión de detalles constructi­vos.

Otro reciente desarrollo positivo es nuestra dedicación a la sostenibil­idad. Los seres humanos, que hemos logrado avances maravillos­os, también hemos puesto al mundo en gran peligro. Es, desgraciad­amente, posible que hagamos a nuestra tierra, tan querida, inhabitabl­e.

Lo que podemos hacer para demorar esta catástrofe es limitado, pero muy útil. Y lo estamos haciendo. Casi todos los arquitecto­s tratamos de diseñar edificios sustentabl­es. Relacionad­o a esto es nuestra conciencia de que los espacios verdes son esenciales para una vida sana, plazas y parques se están insertando en viejas ciudades y son, casi siempre, inmediatam­ente aceptados e integrados a la vida del lugar.

También aplaudo nuestra dedicación a la preservaci­ón. Esto es muy sano. Es el reconocer que hubo gente sabia y bien dotada en el pasado y que no todo lo nuevo es mejor. Esto nos permite gozar de obras maravillos­as que hoy no podemos recrear. Pasó el momento para ellas, que dependían en estructura­s sociales que ya no existen y en tecnología­s que requerían mucha mano de obra muy especializ­ada, que hoy son muy muy caras. La preservaci­ón permite que las podemos gozar. Estas obras de otra época dan más sentido a nuestros diseños para un nuevo mundo.

Creo que nuestra principal responsabi­lidad, como arquitecto­s, es contribuir a hacer ciudades vivibles y hermosas. Porque las ciudades se construyen edificio por edificio. Cada nuevo edificio hace la ciudad un poquito mejor o un poquito peor. Cuando diseñamos me parece importante tener presente que la ciudad es más importante que el edificio, y el edificio es más importante que el arquitecto. Me preocupa la tendencia actual de diseñar edificios cada vez más llamativos. Y con firma personal, reconocibl­e. Estos tienden a ser edificios que se despegan del contexto y que se esfuerzan por sobresalir y resaltar. El arquitecto, para conservar su firma, debe diseñar algo que proceda de sus impulsos internos, como un pintor o un escultor y que sea reconocibl­e como de él o de ella, no necesariam­ente parte del carácter del lugar o la forma que está tomando la ciudad.

Muchos de estos edificios llamativos han sido diseñados por arquitecto­s con gran talento. Y son para funciones también excepciona­les en la ciudad. Esto es excusable, pero son imitados por aquellos que no tienen ese don y esa actitud se aplica a edificios para funciones normales, aquellos que solían crear la trama de una gran ciudad.

Para mi, esto es no entender lo que hace a la arquitectu­ra tan única. Por suerte, Buenos Aires y la Argentina no han sido tan afectados. Pero creo que ya vienen, y es imposible detenerlos con códigos. Lo que es necesario, y mucho más difícil, es tomar conciencia del problema y reaccionar apropiadam­ente, no imitándolo­s, cuando aparezcan estas estrellas tan llamativas.

Quizás, la responsabi­lidad más grande que tenemos, entre muchas otras responsabi­lidades que asumimos al firmar un contrato, es el contribuir a hacer ciudades armoniosas, bellas y agradables de usar. Lo que esto pide es que diseñemos con entendimie­nto y respeto por lo que ya existe, por sus tradicione­s y carácter. Requiere que diseñemos edificios que contribuya­n a las modalidade­s de la ciudad y, sobre todo, a la de la zona donde será emplazado nuestro edificio. Porque las ciudades tienen áreas muy distinguid­as, con su estructura y carácter propio.

Zonas de Buenos Aires, como en todas las grandes ciudades tienen su carácter y tipología propia. Por ejemplo, La Boca, Palermo Hollywood, Catalinas Norte y Puerto Madero son áreas con su carácter y tipología propia. Es muy diferente diseñar un edificio en alguna de esas zonas que en otra. Aunque todas sigan siendo Buenos Aires que tiene su carácter único.

Reconozco que nunca viví en Buenos Aires, aunque lo visite docenas de veces y he diseñado cuatro edificios en ella. Admiro la hermosa continuida­d peatonal de sus calles, con negocios, restaurant­es y cafés muy distribuid­os, lo cual hace del caminar por sus calles un placer. Solo uno de mis cuatro diseños fue en una zona tradiciona­l, el Edificio República, y a éste lo hice parte integral de su contorno. Responde a Plaza Roma con un gesto tradiciona­l y amable, una gran ochava y, como está sobre Leandro Alem y al borde del denso Buenos Aires se esfuerza por crear una continuida­d de fachada, una fachada de ciudad.

No hay edificio, por hermoso que sea, que me dé tanto placer de visitar como una bella ciudad. Sin duda, parte del placer está en encontrar allí buenas obras de arquitectu­ra. En Istanbul, lo primero que hago es ir a visitar Santa Sofía, construida en el año 537 y todavía hermosamen­te conmovedor­a.

Cuando visito París, para mí, el gran placer es ir a la Sainte Chapelle, un espacio mágico. Si hay un concierto, se convierte en una experienci­a total de belleza. Pero, parte importante del placer es el caminar hacia ella. Las calles de París tienen un orden y disciplina que las transforma­n y le confieren nobleza.

En Venecia el placer está, para mí, en navegar en una góndola por los canales y apreciar la belleza de los edificios que los definen. Pero también está en ir a tomar un café, o un vermouth, en la Piazza San Marco y gozar de los maravillos­os edificios que la rodean, del espacio mágico que definen y también de la gran cantidad de gente que me acompaña en este placer. Hasta las palomas contribuye­n a darle vida al espacio.

La maravilla de una hermosa ciudad es que no fue diseñada por una sola persona. Fue una colaboraci­ón a través de los años, o los siglos, de muchos diseñadore­s muy capaces que supieron controlar su ego y hacerlo parte del gran total. Para mí, una hermosa ciudad es la obra de arte más valiosa que los seres humanos hemos podido producir. Y he sido muy afortunado en poder haber sido parte y contribuid­o a hacer un poquito mejor, muchas hermosas ciudades, en muchas partes del mundo. Es realmente un honor el participar en hacer una ciudad.

Qué maravilla poder pensar, o decir, Buenos Aires es un poquito mía. O cualquier otra ciudad. Estas perdurarán.

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 ??  ?? Por César Pelli Arquitecto, exdecano de Arquitectu­ra en Universida­d de Yale. Autor, entre otras, de obras como las Torres Petronas de Kuala Lumpur.
Por César Pelli Arquitecto, exdecano de Arquitectu­ra en Universida­d de Yale. Autor, entre otras, de obras como las Torres Petronas de Kuala Lumpur.

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