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El aporte del arquitecto a la función pública

El Director Nacional de Arquitectu­ra cuenta cuáles son sus responsabi­lidades, los criterios de selección de obras y los desafíos de su puesto.

- Inés Álvarez ialvarez@clarin.com

Emiliano Michelena es un joven graduado en la Universida­d de Buenos Aires que trabajó en el sector privado, pero prefirió dedicarse a la administra­ción pública. Hizo especializ­aciones en Nuevas Tecnología­s y Patrimonio en Madrid, Milán y Turín, hasta que luego de un breve paso como Jefe de Gabinete de la Dirección Nacional de Arquitectu­ra, asumió el puesto máximo en agosto de 2016. - ¿Qué tuviste aprender para trabajar en la administra­ción pública? -Muchas cosas. Por un lado, esto funciona como un gran estudio de arquitectu­ra, así que para eso me sentía preparado. Pero como aquí se hace obra pública, esto implica otras responsabi­lidades, como la generación de fuentes de trabajo, la gestión política y la administra­ción de recursos. Una de mis autoridade­s es Jorge Sábato, que también es arquitecto y entiende bien la disciplina. En ese sentido tuve mucho apoyo para adaptarme a los requisitos del cargo. -¿Qué criterios usa la DNA para elegir las obras que van a concretars­e? -Intentamos que prevalezca una posición federal, equitativa y profesiona­l. Yo elevo a mis superiores una propuesta de planificac­ión de obras. Éstas nos llegan a a través de la Subsecreta­ría de Planificac­ión Territoria­l de la Obra Pública, que evalúa los pedidos que cada municipio carga en un sistema web público. Todos los proyectos en la ciudad formal, de arquitectu­ra y paisajes hídricos , llegan a esta dirección. A partir de ahí, si por ejemplo recibo el pedido de 10 hospitales, voy con esa lista al Ministerio de Salud y revisamos juntos en dónde son prioritari­os. También intentamos cumplir con objetivos de gobierno, como el Plan General de Lucha Contra la Violencia de Género. Intentamos que las obras se focalicen en donde hay mayor cantidad de población y más necesidade­s. -¿Recomendar­ías a un estudiante de arquitectu­ra trabajar en la administra­ción pública? -Sí, este trabajo te corre de la escala. La arquitectu­ra no es sólo el proyecto canchero, también tiene una importantí­sima función social. En general, el que requiere contratar un estudio de arquitectu­ra es de clase media para arriba; pero cuando hacés un hospital le cambiás la vida a cien mil personas. Eso fuera de la función pública es difícil que suceda. -¿Este aspecto de la arquitectu­ra te gustó siempre ? -Mi primer trabajo en la administra­ción fue en la Dirección de Patrimonio de la Ciudad y ahí descubrí un mundo que es imposible en lo privado, porque en general éste mira el rédito económico. El Estado da un montón de opciones: la construcci­ón de edificios especiales, la generación de espacio público, y tantos otros programas arquitectó­nicos que uno ni se imagina mientras estudia. -¿Desde tu posición tenés posibilida­d de proponer proyectos? -Sí, los empleados de la DNA viajamos mucho y hablamos con intendente­s. De esas charlas salen proyectos nuevos o modificamo­s sus requerimie­ntos. Sabemos que la obra pública se hace una vez, entonces intentamos hacerla con la mejor calidad posible y teniendo en cuenta que tendrá un efecto inmediato en la vida del lugar. La Argentina es muy variada y no queremos que los proyectos se repliquen, entonces asesoramos para que cada idea se ajuste a la necesidad del pueblo. Por ejemplo, un intendente del Norte quería pavimentar el centro de su ciudad, que es muy verde. Le explicamos que no era convenient­e impermeabi­lizar el suelo y que no financiarí­amos ese proyecto. A las dos semanas, nos respondió “Tienen razón, yo no quiero que mi ciudad sea como Buenos Aires”.

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ACARGO. El arquitecto lidera un equipo de más de 100 personas, integrado por áreas definidas por problemáti­cas sociales.

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