Trabajo de final de carrera en escala real y con perfil social
Cada alumno se recibe de arquitecto proyectando, gestionando y construyendo un edificio que se dona a una comunidad necesitada.
La Facultad de Arquitectura, Diseño, Arte y Urbanismo de la Universidad de Morón, como otras escuelas de arquitectura, cierra su ciclo de estudios con la entrega de un Proyecto Final Integrador (PFI). La diferencia sustancial tal vez radica en el fuerte componente social que posee la facultad toda y principalmente la cátedra conducida por su decano, el arquitecto Oscar Borrachia, junto a los arquitectos Carlos Sallaberry y Jorge Barroso. Cada alumno se recibe de arquitecto proyectando, gestionando y construyendo un edificio en pleno funcionamiento que se dona a una comunidad necesitada de nuestro país.
Desde hace unos 10 años, el trabajo de un cuatrimestre en PFI une a los alumnos en un colectivo mancomunado que se desarrolla alrededor de convenios o demandas reales de distintos sectores de la sociedad. Comienza con un hecho urbano y decanta con la factura de un proyecto individual que completa y encuentra sentido en ese proyecto urbano. Temas tales como la densificación de la ciudad, la vivienda social, el espacio público o la reconversión socioeconómica de pequeños asentamientos urbanos componen el campo fértil e ideal para el desarrollo de estas ideas.
Con el marco filosófico del Programa “Por la Dignidad Social de los Pueblos” lanzado por el Taller de Integración Latinoamericana (también originado en esta facultad), se lanzó el concurso “Premio Til 2016”. La cátedra de PFI propuso a sus alumnos construir un módulo habitable en escala real destinado a familias y comunidades marginadas, buscando candidatos en todo nuestro país.
Después de un año y medio de trabajo comienzan a vislumbrarse los resultados de esa iniciativa. Los equipos, constituidos por entre 6 y 8 alumnos, detectaron un problema social en donde las necesidades son acuciantes y se elaboraron proyectos y planes de acción para intentar resolver esos problemas. Comenzaron a construir sus propuestas arquitectónicas ayudados por las mismas comunidades, instituciones gubernamentales y no gubernamentales, fundaciones, comunidades religiosas, empresas, esponsors, mecenas y por todo tipo de colaboradores externos preocupados por esta realidad.
El primer grupo de alumnos viajó a la provincia de Santiago del Estero, en el Noroeste de la Argentina. Allí conocieron, en un paraje desolado de los montes santiagueños, a una familia con seis hijos que vive en condiciones de pobreza extrema. Ver esa realidad los ha movilizado a construir una vivienda que cubra sus necesidades básicas. Siguiendo las consignas de la cátedra, gestionaron materiales e insumos, asumiendo la mano de obra. Durante 14 días permanecieron en carpas en el monte y construyeron un módulo habitable y flexible de tecnología en madera, chapa y adobe, que responde a las condiciones del clima y a la identidad cultural de esa región.
Otro de los equipos, ganador del “Premio TIL 2016”, construyó un albergue para estudiantes de una escuela secundaria en San Miguel de los Colorados ( Jujuy), donde sus alumnos demoran alrededor de cuatro horas en su trayecto al colegio por senderos de montaña. Este albergue utiliza el adobe y la mano de obra local con la idea de revalorizar los recursos de la zona.
Se suman a las anteriores seis propuestas que están siendo entregadas a las comunidades. Un módulo multifunción en Yacuy, Salta, que se utiliza para tratar e informar acerca de la desnutrición infantil. Una sala para un jardín de infantes en Concepción del Uruguay y una vivienda para una familia carenciada en un barrio próximo al volcadero de basura en Paraná, ambos en la provincia de Entre Ríos. Un aula para apoyo escolar dentro de una comunidad de bajos recursos en la ciudad de Añatuya (Santiago del Estero). Una biblioteca pública de- dicada a temas medioambientales en la Reserva Ecológica del Municipio Morón (provincia de Buenos Aires). Y un “Taller experimental de huertas” en el barrio Piedrabuena en la Ciudad de Buenos Aires.
Este programa ya ha sido lanzado oficialmente a partir de la primera experiencia piloto, se llama PAAF!! (Programa Académico de Asistencia Federal). La segunda cohorte de alumnos que se reciben con esta modalidad está construyendo equipamiento de apoyo para clubes barriales que prestan servicios sociales en distintas zonas de la provincia de Buenos Aires. Y este año, ya en la tercera promoción, un grupo de alrededor de 90 alumnos trabajan en distintas propuestas de desarrollo, entre viviendas, equipamientos públicos y de salud, para el barrio Otamendi de las islas del Delta del Paraná.
Este cambio de paradigma educativo se ve plasmado claramente en las mesas de examen, donde un jurado (compuesto por la cátedra y personalidades de renombre invitadas especialmente para el acto) recibe y evalúa el proyecto ya construido. En esos eventos, los alumnos ya no están solamente siendo juzgados por sus profesores, sino que invitan a la presentación a sus familias, amigos, miembros de la comunidad a la que asistieron y por la que fueron asistidos, empresas que colaboraron, a los medios especializados en arquitectura y a otros de interés general, a representantes de asociaciones, movimientos políticos y miembros del estado que dieron el marco legal para que todo esto suceda. También a sus profesores de años anteriores, que funcionaron como tutores del programa en cada una de sus áreas de especificidad, y a sus compañeros estudiantes.
Cada ejercicio además involucra no solo la construcción del módulo sino también una inmensa cadena de donaciones de todo tipo. Y algo que no estaba dentro de los planes, y también emociona, es la relación que nace entre los grupos que finalizaron su tarea y algunos que están en ejecución. Los ahora arquitectos colaboran con sus compañeros con materiales, contactos y mano de obra, con el afán de seguir ayudando.
Nuestra facultad de arquitectura ha recorrido un largo camino para llegar a este presente intenso, y tratando de definir nuestro perfil como academia. En nuestro país, como otros de Latinoamérica, mientras se debate y se planifica desde las grandes capitales y con la mirada puesta hacia afuera o en los avatares de la política, sectores de pobreza extrema no ven sus necesidades básicas cubiertas.
Desde esa mirada, toda la comunidad universitaria piensa cómo resolver este presente indigno con lo que esté a nuestro alcance, imaginando un futuro mejor. Por sobre todas las cosas, hemos sentido la obligación moral de formar profesionales con estos valores, donde la mirada no puede ser ajena y desinteresada, donde el compromiso sea una cuestión ética más de todas las que involucra nuestra profesión. Es claro que falta todavía mucho, pero desde aquí y ahora el desafío es inmensamente gratificante y motivador.