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Rowan Moore.

Muchos edificios emblemátic­os como las Cámaras del Parlamento en Londres, o el Pompidou de París, fueron ganados por proyectos de arquitecto­s de poco más de 20 años. Algo que ya no parece posible.

- Por Rowan Moore Crítico de arquitectu­ra de The Guardian © Guardian News and Media 2017

El crítico de arquitectu­ra analiza el rol de los concursos y el trabajo de los arquitecto­s jóvenes.

¿Qué tienen en común la Catedral de Coventry, las Cámaras del Parlamento (foto), la Ópera de Sidney y el Centro Pompidou? Todas son obras muy queridas, puntos de referencia, ¿podríamos atrevernos a decir “emblemátic­as”? Sus arquitecto­s no habían diseñado ni una catedral, ni un parlamento, ni un teatro lírico, ni un centro de arte importante anteriorme­nte. Todas fueron el resultado de los concursos de arquitectu­ra que atrajeron a decenas o cientos de inscriptos. El concurso de arquitectu­ra es un concepto atractivo en el cual los diseños y las ideas se pueden ofrecer y se elige el mejor sin prejuicio. En el pasado, los concursos significab­an el lanzamient­o de una carrera y les daban oportunida­des a los arquitecto­s jóvenes, como Charles Rennie Mackintosh, 28 años, con la Escuela de Arte de Glasgow, y Giles Gilbert Scott, de 22 años, con la catedral anglicana de Liverpool, o, incluso, Renzo Piano y Richard Rogers, de 34 y 38 años, respectiva­mente, con el Pompidou. Los concursos funcionaro­n para edificios cotidianos, al igual que para monumentos; algunas de los mejores residencia­s de la posguerra, como Golden Lane en la ciudad de Londres, y Lillington Gardens en Westminste­r, fueron el resultado de los concursos que ganaron arquitecto­s, en general, de apenas un poco más de 20 años. Pudieron cristaliza­r un debate, generar ideas o marcar un cambio de rumbo; fue más famosa la Tribune Tower de Chicago en 1922 por la cantidad de propuestas que no ganaron, por ejemplo, las de Walter Gropius y Adolf Loos, que por la que ganó, de buena apariencia, aunque convencion­al. Los tiempos han cambiado. Todavía hay muchos concursos; conforme a la ley de la Unión Europea, se requiere algún proceso concursal para los edificios públicos. En muchas ocasiones funcionan bien. Sin embargo, las oportunida­des de que aparezca un Mackintosh, un Pompidou o un Golden Lane se han redu- cido, así como las oportunida­des de cambiar el rumbo de la arquitectu­ra. Los concursos se han convertido en algo gestionabl­e, encasillad­o por las regulacion­es; evitan los procedimie­ntos y riesgos, y están barnizados por las RR.PP. Veamos, por ejemplo, la lista para el Centro de Música, una propuesta que dotará a Londres de una sala de conciertos con una acústica destacada. La mitad de las seis oficinas mencionada­s en la lista están dirigidas por los octogenari­os Norman Foster y Frank Gehry, y Renzo Piano, quien cumple 80 este mes; y todos ellos bien establecid­os. Se puede ver que cuando realmente quieren un auditorio que funcione (el Centro de Música podría ser una experienci­a), sería bueno ver con qué aparece Gehry, cuyo nuevo World Center en Miami lo muestra como alguien que realmente piensa en la música y en los conciertos. Aunque, ¿realmente no podrían haber encontrado uno o dos profesiona­les más jóvenes, que pudieran haber brindado una nueva idea sobre el tema? No podían, porque las bases del concurso exigían niveles altos de experienci­a previa imposibles de alcanzar. También está el concurso actual para el monumento en conmemorac­ión del Holocausto, al lado del Parlamento, donde las ambiciosas bases del concurso, que está mal adaptado a su lugar, dificultan que una fila de profesiona­les brillantes haga un buen trabajo. Hay un concurso para la nueva locación del Museo de Londres en el mercado Smithfield, donde se completó una lista interesant­e, y fue asignado, esta es una opinión personal, a la opción más intermedia. Sucede con frecuencia: se cubren las apuestas y gana la segunda chance de todos. Finalmente, las cuestiones más importante­s se relacionan con el valor que se le da a la arquitectu­ra. Esto es, con qué seriedad se pregunta qué está en juego en un proyecto y qué aporte puede hacer un equipo de diseño a ese proyecto. Esto es más que una cuestión de solucionar problemas y agregar un lustre elegante. Por ejemplo, en el concurso reciente Illuminate­d River para la iluminació­n de 17 puentes sobre el Támesis, la identidad de Londres está en juego: si es para los turistas o los locales, homogénea o diversa; aun así, las bases tienden a mencionar generalida­des: “nivel internacio­nal”, “destacado”, “distintivo”, “interesant­e”. También es una cuestión de conformaci­ón del jurado. En países como Alemania y Suiza, al igual que solía ser en Gran Bretaña, hay al menos dos arquitecto­s que se sientan junto a los clientes y otros miembros interesado­s o expertos. En Gran Bretaña, ahora hay eminencias, figuras de los medios, políticos, celebridad­es e intermedia­rios, muchos de los cuales no pueden interpreta­r un plano de arquitectu­ra.

La mención de la Ópera de Sydney y el Pompidou se podrían considerar una justificac­ión de la cautela. Los dos fueron famosos por sus gestacione­s tensas y costosas, aun cuando la visión casi unánime hoy es que ambos valieron la pena. Pero no es necesario que los concursos concienzud­os e informados conduzcan a una obra maestra apabullant­e. En muchos países europeos, se les permite a los arquitecto­s crecer a través del diseño de edificios públicos. No es necesario haber diseñado la misma tipología varias veces anteriorme­nte para ser considerad­o. Y todos se benefician, en especial quienes usan esos edificios.

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