Murió Ricardo Blanco.
El legado del inventor del “hacer hacer”, uno de los mentores de la UBA.
“El objeto, que para mí es un componente del diseño esencial y va a seguir existiendo. Yo trataría de decirles a los estudiantes que no se olviden del componente de la belleza en los objetos de uso. Eso va hacer la vida más linda… No sé si mejor; por lo menos, más linda.” Con esta frase terminaba una de las últimas entrevistas a Ricardo Blanco, realizada por el programa Crónicas Urbanas, antes de su partida.
Blanco, el señor Diseño, el Sillópata, el troesma se fue, casi sorpresivamente el pasado 11 de setiembre, justo el día en que se celebra el Día del Maestro. En su velatorio rodeaban su ataúd varias de sus sillas, uno de sus objetos preferidos, y camadas y camadas de diseñadores que fueron sus alumnos y colegas.
Blanco nació en Buenos Aires en 1940, ingresó en Arquitectura de la UBA en 1958 y cursó con maestros como Wladimiro Acosta y César Janello. “Wladimiro, marxista recalcitrante, nos impuso una modernidad rigurosísima; y Janello, que un poco me destapó en esta línea del diseño, nos inculcó un rigor metodológico investigativo impresionante”, decía.
Empezó haciendo diseño de joyas con sus propias manos, casi como un hippie. Cuando quiso hacer una cosa de plata se dio cuenta que debía soldar y no sabía. Se lo pidió a un platero… Y ahí descubrió que el Diseño podía ser “hacer hacer”.
Trabajó con Tetela Castro y Rubi Muchnik en la legendaria casa de decoración Stilka, cuando recién se empezaban a hacer muebles de autor para la venta. Hasta entonces solo se hacían a medida, para cada decoración. Su primer diseño a gran escala fue el equipamiento para la Villa del Chocón (150 muebles), entre ellos, la silla SAT apilable, una de sus creaciones más copiadas. Luego trabajó para empresas tradicionales como Lañin y Venier. Y pudo empezar a explorar vetas más experimentales con Indumar. Con ella hizo la silla plegable Plaka (1973) y el sillón Skel (1974). Inquieto, generó emprendimientos propios como EH y luego Visiva, con Reinaldo Leiro y Hugo Kogan.
El diseño de sillas fue una de sus pasiones. Entre ellas fue todo un hito el de la Biblioteca Nacional, con este formato curvo que para luego de mucha lectura, poder estirarse. Hizo diseño social para el Plan de Escuelas y Hospitales y también objetos souvenir de alta gama como su voluptuoso mate o la colección de cuchillos. Adscripto a la “racionalidad al palo”, decía que siempre intentaba “desentrañar qué sistema de códigos operan en la generación de un objeto” y siempre tenía una reflexión teórica detrás de cada objeto.
Empezó su trayectoria docente en 1968 en la carrera de Diseño Industrial en La Plata; fue uno de los mentores de la carera en la UBA del 83 y armó las carreras en Córdoba y en Mar del Plata. Se jactaba con orgullo de que en un momento dado todos los directores de carrera habían sido alumnos suyos. Como si fuera poco, hizo siete libros dedicados al diseño, colaboró sustancialmente con D: Archivo de Diseño, publicado por ARQ; organizó y curó gran cantidad de exposiciones sobre diseño argentino y fue además director del posgrado de Diseño de Mobiliario de la FADU y presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes por dos períodos. Sin duda, lo vamos a extrañar.